Corazones de acero (2014), de David Ayer
Por Miguel Martín Maestro.
24 horas separan la acción, de un amanecer a otro, 24 horas intensas y agotadoras, 24 horas a vida o muerte, tanto más duro y siniestro como que nos encontramos en abril de 1945 a escasas fechas de la capitulación nazi, y cada vida que desaparece se torna una pérdida cada vez más absurda, más innecesaria, más gratuita. Brad Pitt y sus muchachos van a actuar, como en casi todas las películas bélicas, como los protagonistas de una acción que cambió el signo de la guerra, en este caso, para evitar una masacre en sus propias filas. Al ver la película parecería que el fuerte y firme pulso narrativo de su primera mitad hubiera agotado a guionistas y director hasta el punto de transformar el relato en algo ya sabido y visto en su segunda mitad, lo notable del comienzo se va transformando, paulatinamente, en algo muy convencional, es una lástima.
Es posible que una vez visto el fabuloso desembarco de Normandía rodado por Spielberg en Salvar al soldado Ryan resulte muy complicado, por no decir imposible, asistir a un episodio bélico que te sumerja en un fuego cruzado donde las posibilidades de resultar herido o muerto son muy elevadas, quizás por eso, esta película huya de las grandes escenas de combate y se centre en las pequeñas escaramuzas donde los efectos digitales permiten comprobar, aun en ficción, lo fácil que resulta perder un miembro o la propia cabeza por los efectos de un obús disparado por un tanque, sin embargo el interior del tanque parece una cámara estanca donde ni el ruido del motor ni de los disparos ensordece a los combatientes. Ni estamos ante la comedia efectiva de Los violentos de Kelly, con un reparto de lujo al servicio de una trama de buscavidas, ni sentimos el agobio de unos tanquistas como los soldados israelíes de Lebanon de Samuel Maoz, donde el verdadero espacio interior del tanque crea la claustrofobia necesaria y la sensación de inseguridad precisa de quien, protegido por una coraza, tiene su seguridad limitada por la falta de visión y de movimiento.
Corazones de acero se inicia con una secuencia tan poco creíble como efectiva y conseguida, casi como la película en su conjunto, tan descarnada como brutal, repugnante y al tiempo bella, un oficial nazi a lomos de un caballo blanco se pasea despreocupado por un campo de batalla lleno de cadáveres y material bélico destrozado, es el amanecer y los primeros rayos de sol iluminan el paisaje embarrado y frío de la primavera alemana. En la continuación se acumulan situaciones en las que nuestro previo conocimiento, a través de lecturas históricas u otros relatos fílmicos, nos traiciona y nos hace pensar que lo que vemos es una idealización del héroe americano, pero que la realidad fue muy otra. Si tuviéramos que afirmar, parecería que quien está perdiendo la guerra son los americanos, que quienes tienen problemas de suministro y material son los yanquis, que quienes adolecen de falta de planificación y actúan a ciegas son ellos mismos y no los desesperados alemanes del final de la guerra. Así los alemanes presentan uniformes relucientes y limpios, mantienen tanques y ejército dispuestos al contraataque permanente, mientras los americanos plantan cara en defensa de una división a cuatro magros tanques Sherman bastante vapuleados por los efectos de la campaña sin apoyo de la artillería y ante la ausencia de una inexistente aviación de apoyo, lanzados a una misión suicida en beneficio de la acción, pero ésta se resiente.
Sabemos que no fue así, que la desesperada, suicida e irracional defensa final de los alemanes se vio desbordada por el este y por el oeste por la continua afluencia de hombres y material bélico, que los Panzer y Tiger que dominaron las batallas de tanques habían quedado reducidos a pocos cientos de unidades frente a miles procedentes de los aliados, por eso esa imagen que falsea, o adorna la realidad, lastra lo que se ve, aunque el relato es efectivo, las batallas entre tanques de una escenografía perfecta, lo que ocurre es que a la imagen bélica le acompaña un desacompasado discurso, como si lo único importante fuera la acción y la imagen tuviera que acompañar a ésta sea cual sea el resultado y su amalgama con la historia.
Antes del duelo final, que rememora, sin su perfección, al final de Grupo salvaje, en el asalto de una pequeña ciudad cualquiera del territorio conquistado se produce un punto de inflexión donde el director pierde el norte, la necesidad de incluir con calzador una historia “romántica” y un presunto escenario de conflicto personal entre la tripulación del tanque hace saltar en pedazos una escena que aportaba lirismo y metáfora, que hubiera dado pie a altos vuelos como hizo Coppola incluyendo aquella plantación francesa donde el tiempo se había detenido en Apocalypse Now Redux, la presencia de los dos tanquistas protagonistas en una casa donde encuentran a dos jóvenes alemanas, temerosas de ser violadas y avasalladas, y que se transforma en una escena hogareña de aseo, comida y café, como una pausa del guerrero en su camino de destrucción, pierde su energía y su sentido incorporando la escena de iniciación sexual poco creíble, y alargando innecesariamente el tempo con la aparición del resto de la tripulación, transformando una buena idea de guión en un deseo de que termine cuanto antes la escena por innecesaria.
Hay brutalidad en lo que vemos en pantalla antes de esta escena presuntamente relajada y forzadamente rota, la violencia no puede dejar de ser permanente, pero en ocasiones asistes al camino de los tanques como si fueran de paseo por el campo y sin adoptar precauciones en un mundo y un momento en el que eres tú o el otro, no caben los dos al mismo tiempo. Un acierto de la película es que el retrato del ejército norteamericano como un ejército de Pancho Villa, donde las convenciones de Ginebra y Viena resultan algo muy interpretable, donde el símbolo de las SS significa aniquilación y no hacer prisioneros ayuda a romper el halo noble que ninguna guerra tiene, ni ningún ejército victorioso consigue vencer comportándose como un caballero con el vencido. Nuestros soldados no dejan de ser asesinos y está bien que se vea, es la lucha por la supervivencia donde los valores que los políticos dicen que están en juego quedan aparcados para su protagonistas, vencer es salvar la vida, ni más ni menos. El final me lo reservo, estamos en una película bélica de vencedores derrotados, esa tripulación de tanque ha visto demasiadas cosas, ha cometido demasiados crímenes, ha llegado al punto de considerar su trabajo como el mejor trabajo del mundo. Se saben mortales y viviendo a crédito, la furia del cañón es la furia de sus ocupantes, la furia de arrasar y no preguntar, si dudas el de enfrente no lo hará, si muere el de al lado, lo sentirás, pero respirarás aliviado porque la bala o el obús no te tocó y sigues vivo. Basta un día para perder la inocencia en una guerra despiadada y sin reglas, nuestro joven tanquista pasa por todas las fases de negación, rechazo, aceptación y disfrute, sabe que su heroísmo equivale a pérdida de humanidad, en esas 24 horas ha visto mucho, pero no tanto ni de tanta calidad como lo que sufría el adolescente de Ven y mira, una recomendación de cine bélico como pocas del director Elem Klimov.