Yo no soy nadie : “Compasivos, clementes y misericordiosos”
Por Óscar Mora. @oscar_mora_
“Un escritor que se preocupa por la sociedad, un escritor que se preocupa por el sufrimiento del pueblo, debería ser naturalmente crítico”
Escritor, premio Nobel y miembro del partido comunista chino
Yo no soy nadie para hablar de esto, ni siquiera quería escribir este artículo, sino que para después de las vacaciones os tenía preparado un Yo no soy nadie dedicado a la escritura a contrarreloj, al hilo de los buenos propósitos. Pero ayer, ya lo sabéis todos, unas personas entraron en la redacción de una revista matando a todos los que allí encontraron en nombre de una ofensa a Alá. Todo esto viene de antiguo, y tiene que ver con la capacidad de interpretación de los textos sagrados, de los valores morales que una sociedad quiera darse y de cómo de en serio nos tomemos a nosotros mismos. Los editores de la revista Charlie Hebdo han sido asesinados, y uno de los que ha evitado la muerte por escaso margen en varias ocasiones y por motivos idénticos es Salman Rushdie, el autor de “Los versos satánicos”. El hindú estuvo oculto, principalmente en Londres, hasta varios años después de la muerte de Joemini. Menos suerte corrió el editor japonés del libro –si lo habéis leído ya sabréis que no es para tanto-, que sí fue asesinado.
La religión nos tiene atenazados tantas veces, que resulta incomprensible que a estas alturas todavía haya quien crea que las creencias son algo que debe ser impuesto. Pero no es una cuestión de la forma o representación de un dios, la interpretación de los textos sagrados o la promesa de un Paraíso. La prohibición de libros es una cuestión de control y de mirada sobre el mundo. Las religiones y los estados entran exactamente hasta donde quieren o les dejamos, y desde 1931 hasta 1981 a las autoridades chinas no les pareció correcto que los niños de ese país leyesen “Alicia en el país de las maravillas” por la cualidad parlante de los animales. Compartiendo con ellos que se trata de una lectura para adultos, es difícil comprender que no prohibiesen el vasto imaginario de fábulas chinas, donde todos los animales –ocurre en todas las culturas- hablan por los codos. No hace falta irse a un país comunista ni a una república islámica para encontrar libros prohibidos total o parcialmente. “Tres con tango” es un cuento infantil protagonizado por una pareja de pingüinos macho, que ha sido vetado en colegios y librerías de seis estados de EEUU. Pero qué se puede pensar de un lugar que también prohibió parcialmente “James y el melocotón gigante” de Roald Dahl, por sus referencias lascivas, demostrando que muchas veces el Mal está en el ojo del que mira.
Y qué sería de nosotros, de toda la tradición de la literatura occidental sin La Odisea. El propio Platón abogaba por su desaparición, ya que podía embrutecer la mente de los jóvenes, y el emperador Calígula trató de que se destruyesen todas las copias. Nos asusta lo diferente, sobre todo cuando lo diferente es capaz de meternos alguna idea nueva en la cabeza. Nos asusta lo que pueda quitarnos una parte de lo que somos, porque en el fondo sabemos que casi toda nuestra cultura está construida sobre principios fantasmagóricos. Somos pequeñas motas de polvo rabiosas las unas con las otras por no poder trascender, y se lo hacemos pagar a los autores. Cuando los censores leyeron “La metamorfosis” no dudaron en prohibirla. Tanto en la Alemania nazi como en la URSS y sus países satélite estuvo prohibida su publicación, lo que demuestra que la cantidad de necedad que se precisa para prohibir el arte es igual en cualquier parte del mundo. Leed, leed mientras no esté prohibido. Yo no soy nadie, no somos nadie para juzgar qué deben o no leer nuestros congéneres, como tampoco somos quién para otorgar en la tierra el Infierno o el Paraíso.