Entrevista a Elvira Lindo
Por Enrique Gutiérrez Llamas.
“Necesito creer que hay gente normal”
“Es la empatía”, dice, “la empatía con otros seres humanos, empatía es la palabra que define todo lo que hago”. Elvira Lindo contó esto al final, cuando ya habían retirado su batido de yogur griego con fresa, que bebía sin pajita y siempre sin dejar de mirarme, porque antes de hablar escucha. Dijo aquello sobre la empatía tras atender a la petición de definir con una palabra suya las obras que había escrito: una palabra por obra. La piedad de Rosario, Morsa y Milagros, la ternura de Manolito, la defectuosa naturaleza humana en las vidas de Eulalia y en la de sus seres cercanos o la desvergüenza del tinto de verano…
Antes, cuando apareció en medio de aquella chocolatería, sonriendo, como comprobando que ese lugar seguía oliendo a trópico, “Es una tía normal, joder”, pensó mi cabeza descartando la idea de llenar la entrevista de curiosidades estrafalarias que en ocasiones se les suponen a los escritores.
-¿No tendrá facebook?
“No es por nada”, añado enseguida, “es que estaba leyendo un artículo en el Semanal que habla de eso, del Facebook”. Ella hizo que la generación de los que ahora tenemos veinte años leyéramos algo y habláramos del “parque del árbol del ahorcado” o de “Susana Bragas sucias”, esa generación que desde los siete años lleva siguiéndola. La cafetería es un lugar tranquilo, con olor a chocolate, un olor dulzón, uno tiene la sensación de haber viajado a algún lugar de América Latina. Ella es una mujer elegante y discreta, no hace mucho ruido al moverse, no habla alto, quizá porque confía en la fuerza de lo que dice y con eso no le hace falta nada más.
Pero ante todo es una mujer que abre tanto los ojos como los oídos.
-El abuelo de Manolito quería morir en 1999, pero finalmente probó el 2000. ¿Cree que le hubiera gustado probar también la década del 2010?
Aquella era una forma de decir que quería vivir más años, también para ser un poco más optimista.
-¿Le hubiera gustado vivir esta década?
A todo el mundo le gusta vivir más. Nadie juzga exactamente el momento presente, por ejemplo lo político. No conozco a nadie que quisiera morirse por la situación que atraviese su país, evidentemente le hubiera gustado.
-Escribe muchos libros para niños. ¿Qué significa un niño leyendo?
Si nos referimos a un niño leyendo en su casa, no en el colegio ni nada de eso, significa, de alguna manera, que ese niño tiene un alto grado de independencia. Que va a ser un niño con más facilidad para ser libre, independiente, porque leer es un juego solitario. Penetrar en mundos en que no están entrando tus padres, en los que realmente solo estás entrando tú, te hace tener una vida propia. Creo que para la formación de la personalidad, de la imaginación, del sentido del humor y demás ayuda mucho al proceso de maduración.
-Usted tuvo una infancia un poco trashumante, nació en Ademuz, un pueblo de Valencia muy cercano a Aragón. No se trasladó a Madrid hasta los doce años. Dice que esto le ha dado un carácter poco gregario y poco identitario. Supongo que tiene sus ventajas.
Cuando eres poco gregario es probable que tengas una actitud más libre, más creativa, pero también a veces estás más solo, porque la persona que está en el grupo está más respaldada por esa gente. Esto es lo que favorecen en general las ideologías absolutas. Evidentemente te vas a sentir más protegido con un grupo detrás de ti, aunque esto conlleva que seas menos creativo. Por eso creo que para mi oficio es mejor no ser gregario, ser poco identitario creo que es una ventaja, porque eres capaz de disfrutar de otros sitios, de vivir en otros sitios. Yo le tengo mucho cariño a Madrid, es mi ciudad, pero no estoy anclada allí, puedo elegir otros lugares para vivir.
-¿Alguna vez ha sentido necesidad de volver a algún lugar?
Sí, pero esa necesidad si quiero la tengo cubierta. Yo entiendo la identidad en las personas que han sido expulsadas de su país. Es decir, si a ti te echan de tu país, o si te tienes que ir por la razón que sea. Si te tienes que ir por la economía, una dictadura… entonces tu identidad crece, porque te han echado del sitio en el que tú querías vivir. En mi caso puedo volver a Ademuz cuando quiera, puedo volver a Cádiz cuando quiera, aunque sí, hay momentos en los que echo de menos ese sitio, pero puedo volver.
-Comenzó a trabajar muy pronto, en 1981, tenía 19 años. Cuenta que vivió esos años siendo muy consciente de lo que estaba ocurriendo, de la transición ¿cree que la juventud actual no es consciente de lo que ocurre, que no somos capaces de captarlo, o que no nos interesa? Independientemente de que esos cambios hoy sean menos importantes.
A mí no me gusta hablar de la juventud así, en general. No me gusta leer esas cartas que publica alguna gente en el periódico donde hablan de la Juventud, por ejemplo “la juventud somos…”. Incluso me sonrojo cuando los jóvenes hablan de la juventud. Dejando eso aparte creo que hay jóvenes que están muy interesados en lo que ocurre. Lo que sí pienso es que los cambios han ocurrido muy rápido y no hemos enseñado a los jóvenes, no hemos sabido trasmitirles lo que había antes y lo que hay ahora, lo afortunados que son de vivir en el país en el que viven, que por fortuna es mucho mejor en el que vivieron mis padres, por ejemplo. Yo era pequeña cuando murió Franco, he vivido mi infancia en el franquismo pero no ya mi juventud. Viví la transición que era una época muy convulsa, muy difícil.
Lo que sí que creo es que la gente ahora no valora lo que se tiene, pero es posible que no se valore porque no hemos sabido trasmitir esa valoración. Incluso, cuando han surgido cosas como la asignatura de Educación para la Ciudadanía. No sé si esa asignatura es o no necesaria, pero de alguna forma hay que transmitir a la gente más joven qué ventajas tiene el tener un sistema democrático, qué ventajas tiene tener una libertad de expresión, qué ventajas tiene que haya una sociedad civil que se pueda expresar. Hay que saber cómo se vive en otros lugares, cómo se vive peor que en España, todas esas cosas que yo no sé si la gente joven será consciente de ellas.
-Hasta hace poco -ahora ya empieza a acabarse- ha habido un intento de re-movida madrileña, un revival de los años ochenta, usted que lo vivió . No sé si usted que lo vivió conoce el porqué de ese mirar hacia atrás.
Creo que la gente de mi generación ha idealizado excesivamente esa época. A veces me asombra porque leo artículos y columnas de compañeros míos en los que parece que la juventud ahora no se divierte, no crea, no genera ideas nuevas. No estoy en absoluto de acuerdo. Tengo un hijo joven, mi marido tiene hijos jóvenes y creo que además de ser mucho más libres de lo que lo fuimos nosotros también son más eclécticos, saben más del mundo, más idiomas… Y por supuesto la movida fue un movimiento de libertad. En cuestiones creativas, pues había de todo y había gente que hacía cosas que no tenían valor artístico… Ahora los jóvenes también se lo pasan muy bien. Yo salgo mucho por la noche y sé que no hay nada que envidiar. Además hay algo muy importante y es que la sombra de la heroína en aquellos años era terrible, murió mucha gente en esos años. No sé que hay que envidiar de esa época.
-Cambiando de tema, Una palabra tuya y Algo más inesperado que la muerte son dos novelas muy distintas, pero tiene algunos puntos en común: como por ejemplo la figura de una madre a la que la hija tiene que cuidar: dos madres completamente distintas que tienen que ser cuidadas por sus hijas. En el primer caso la madre tiene alzhéimer y en el segundo porque es muy irresponsable. Estas mujeres se intercambian los roles…
En cierta medida creo que puede ser un reflejo de mi propia madre. No en el sentido de que mi madre fuera irresponsable o que tuviera alzhéimer sino porque estuvo enferma desde que yo era muy pequeña, entonces a lo mejor esa conversión de la madre en hija es algo que yo he sentido desde muy pequeña.
-En ambas novelas se da un cierto surrealismo: en Una palabra tuya cuando encuentran al bebé barriendo el botellón y en Algo más inesperado que la muerte en el momento en el que Eulalia descubre la otra vida de su marido, Samuel. Aquí se da un ambiente cómico que va evolucionando hasta que nos damos cuenta de su carácter trágico.
Me encantan estas situaciones, porque creo que presentan siempre un reto, que te puedes pasar de rosca. Tienen mucho riesgo pueden quedar muy mal , el intentar que el lector vaya de un lado a otro de sus emociones y que pase de la risa al llanto o a la inquietud, eso no es nada fácil. Por eso mismo, cuando me parece difícil me gusta hacerlo.
-Es algo que usted pidió cuando se fue a rodar esa escena de Una palabra tuya…
Sí, es algo que siempre tuve muy presente, que no fuera de un realismo exagerado, que se transmitiera lo que se pretendía transmitir con la novela.
-A la hora de pasar una novela al cine habrá algo en concreto que le haga decir “adelante” al proyecto…
Generalmente no te presentan el guión. Lo normal es que te llame un productor y te diga que tal director está interesado en llevar tu novela al cine. El que digas adelante depende sobre todo de que tú te fíes del productor y de la persona que va a dirigir la película.
-Usted reparte su vida entre Madrid y Nueva York. Ana María Matute, que es una enamorada de los países nórdicos, dice que es un limonero enamorada de un abeto. ¿Es usted un madroño enamorado de una ardilla de Central Park?
A mí las ardillas no me gustan mucho, me gustaban más antes de estar en Nueva York. Me gustan más las ardillas españolas, que son más pequeñitas, más salvajes y más marrones. Pero las ardillas de Central Park son grisáceas y tienen un parecido a las ratas bastante importante. Las ardillas en Nueva York están en todas partes, están en mi ventana, en mi casa. El madroño lo puedo admitir. Sin embargo el otro día iba paseando por Central Park -aunque parezca mentira Central Park tiene un montón de animales salvajes- y no me importaría enamorarme de un mapache.
-Habla también muchas veces del otoño, aquí y en Madrid. ¿Por qué los escritores tienen esa fijación con el otoño?
Creo que es una estación muy bonita, en Nueva York es la más bonita. A lo mejor en España es más bonita la primavera. Las estaciones de cambio a mí me gustan aunque antes el otoño no me gustaba tanto, me parecía más triste, pero en Nueva York con el cambio de la hoja te diría que es incluso la más alegre.
-¿Qué tienen en común Madrid y Nueva York?
Muchas cosas. Tienen la vitalidad, la luz, una sociedad civil muy abierta. Tienen poca preocupación por lo identitario. Sin embargo tienen mucho carácter. Cuando te vas de Madrid y vuelves al poco tiempo te das cuenta de que es una ciudad con muchísimo carácter pero no está continuamente afirmándolo sino que es de una forma muy natural.
-El cine, el periodismo y la literatura también tendrán, para usted, puntos en común y cosas que lo diferencian…
El cine tiene muchas cosas: que tiene la imagen es una obviedad, le pasa lo mismo que con la música, que cuenta con el silencio también, no todo se expresa con palabras, el silencio también es muy importante. El cine reúne muchas cosas, los diálogos creo que pueden ser literatura. El cine, como la literatura, cuenta cosas. Con lo cual es como una reunión de géneros, hace que cuando escribo una película siento estar manejando muchos géneros a la vez.
-En “Tinto de verano”, y en algún artículo más, dice que tiene un debate entre lo superficial y lo intelectual, que no puede renunciar a su parte frívola.
(Sonríe) Yo las personas que son continuamente superficiales no las soporto, a las personas que son continuamente graves tampoco las soporto. Es igual que cuando se habla de los amigos, no todos pueden ser amigos profundos, amigos del alma. Uno tiene amigos con los que queda solo para tomar una caña, también se puede ser amigo –de alguna forma- de un tendero, de un panadero. Lo superficial ocupa un espacio importante en tu vida. Renegar de esa parte superficial, de lo hedonista, de la comida, de la bebida, de pasarlo bien, de reírte, de hacer bromas… la gente que no sabe hacer eso es tremendamente aburrida. Además creo que a esta gente le falta algo, que son personas con una cierta tara.
-Su marido está presentando ahora una novela ambientada en el ámbito de la guerra civil. Ahora mismo hay dos temas literarios relacionados con esa época de los que se está hablando mucho. Por un lado está el problema de los derechos de autor de Miguel Hernández, debido a su centenario.
Es lo que ha pasado también con los derechos de Valle-Inclán. Todo esto tiene una fecha de caducidad. Los derechos de autor dejan de pertenecer a la familia al cabo de un tiempo y pasan a ser derecho público. Me parece lamentable cuando la familia se pelea por estas cosas y creo que la única persona que sale perdiendo es el artista. Además en el caso de Miguel Hernández, y por el centenario, querían anular su condena a la cárcel. Esto me parece un poco pueril porque la condena está ahí y la gente debe saber que fue condenado ¿de qué le sirve ahora a Miguel Hernández que se le quite la condena?
-La Historia le ha salvado…
No es que la Historia le haya salvado, es que él fue condenado. No puedes borrar esa condena, lo que la gente tiene que saber es que se le condenó y ese horror.
-El otro tema que se está tratando es el de la exhumación de Lorca. En alguna ocasión ha dicho que tenía pensado escribir algo sobre él, pero que no pudo porque comprendió que Lorca no tiene expertos, que tiene propietarios.
Sí, y creo que esto ocurre por los académicos que estudian a Lorca. Mientras que en un país como Estados Unidos hay veinticinco libros y veinticinco biografías por cada uno de sus grandes escritores, aquí parece que todo tiene que pasar por lo mismo. Hay menos variedad, menos diversidad, parece que la biografía definitiva la escribió Ian Gibson y ahí se acabó. Me parece insano, es como si no dejaran que la gente que no es experta o académica no escribiera. Yo no soy ni experta ni académica, pero a lo mejor podría escribir un libro bonito que hablara de él, sin embargo hay un mundo muy cerrado en ese sentido y no me refiero a la familia. Me refiero al mundo universitario.
-Maruja Torres escribió el pasado jueves un artículo sobre la campaña que está haciendo el gobierno en contra de la violencia de género. ¿Qué piensa sobre esta campaña?
No sé para qué sirven las campañas, sinceramente. Es algo en lo que se tiene que incidir, sobre todo en la educación, en los colegios… es algo complicado. Porque además entra el tema de la inmigración, de gente que entra en España con una cultura distinta, con unas costumbres distintas donde la mujer tiene un papel completamente secundario en las familias. Para mí lo que habría que hacer es conseguir que estas culturas avancen, sobre todo gracias a la educación. En la escuela, en charlas, en coloquios…
Lo que ocurre es que una campaña tan masiva parece que convierte a muchos hombres en atacantes, como si fuera una actitud muy común. Sinceramente, creo que las muertes por violencia de género son terribles, que tiene que haber medidas judiciales muy duras, pero tenemos que tener cuidado en no convertir al hombre en eso por antonomasia. Hace poco publicaba en el país un artículo Enrique Lynch. Es filósofo y fue un artículo muy polémico, porque venía a decir que el revanchismo feminista estaba favoreciendo la situación de violencia ahora. Realmente lo que dijo era una estupidez, pero muchas mujeres escribieron diciendo que ese artículo nunca se tenía que haber publicado y yo me pregunto ¿por qué? Se tiene que publicar porque se tiene que debatir. No puedes linchar a una persona que tiene una opinión sino que tienes que debatir con ella.
-¿Para expresarse qué prefiere: hablar o escribir?
Creo que las dos cosas, a mi me encanta conversar. Es algo natural en cualquier ser humano. Es algo que hace todo el mundo. Escribir para mí es mi oficio y lo llevo practicando toda la vida. Es algo natural: a hablar se aprende antes que a escribir.
-¿En qué cree Elvira Lindo?
En muchas cosas, creo en la bondad de mucha gente, necesito creer que hay gente razonable y buena, que no es agresiva ni violenta. Necesito creer que esa gente existe en mi país porque cuando tú escribes en los periódicos tienes muchos lectores, pero también tienes muchos riesgos, asumes muchos riesgos, generas amigos, muchos amigos, pero también generas enemigos. Crees, necesitas creer, que hay gente normal, razonable y sensata con la que puedes discutir de cualquier cosa.
Así es Elvira Lindo. Empatía, se llama.
Enrique, qué bonita entrevista, directa, preciosa!!!! y Elvira, qué a la altura de Enrique con tus respuestas!!! Me encanta que tú también creas en la bondad de la gente: ¡eso nos salvará, aunque a ratillos nos haga sufrir, pero nos salvará del desamor vital!!!!