Dos tipos de escritores: Zorros y Erizos
Una de esas divisiones que nos gusta hacer o adoptar para dar orden al mundo asegura que “todos los hombres nacen aristotélicos o platónicos”. Borges la utiliza al menos un par de veces; una en voz del derrotado narrador de “Deutsches Requiem” y, después, en uno de los textos de Otras inquisiciones, “El ruiseñor de Keats”, en donde además refiere al autor de la frase: el poeta inglés S. T. Coleridge.
Como fantasía literaria, intelectual, la clasificación Coleridge/Borges es atractiva. Nos permite reducir la diversidad de las personalidades a un binomio en el que además los elementos son contradictorios entre sí: uno u otro. O nos acercamos a la realidad por medio de generalizaciones (y entonces somos platónicos), o consideramos sobre todo la individualidad de las cosas (y entonces somos aristotélicos). Si esto es así o no, en cierta forma no importa, porque se trata de un juego.
En este sentido, en otro momento, el ensayista Isaiah Berlin ideó una combinación parecida, curiosamente también con reminiscencias de la Grecia antigua. En un escrito que, sin él quererlo, se volvió célebre, Berlin propuso que los escritores y en general las personas entregadas a las labores intelectuales podían identificarse en dos grandes bandos: el de los erizos o el de los zorros. Una clasificación extraña a primera vista.
¿Qué tienen de distintivo esos animales para que encabecen una clasificación de escritores? Ambos aparecen en un fragmento atribuido a Arquíloco: “El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una sola gran cosa”. Una línea enigmática y aun así elocuente. En la vida intelectual hay quienes prefieren el camino de lo múltiple y lo variado, el conocimiento que desde el siglo XVIII adjetivamos de “enciclopédico” y que en cierta medida es como un vagabundeo libre por las muchas materias de la cultura humana. Pero también existe otro tipo de intelectuales que, un poco en oposición a dicha postura, optan por la especialización, por el detalle, y entonces se abocan a apenas una parcela de la realidad para cultivarla tanto como sea posible.
Los tipos, por supuesto, no son puros, y Berlin lo sabía. Aun así, alineó a Dante y Hegel y Proust, entre los erizos, y a Shakespeare, Goethe y Joyce entre los zorros. Intencionalmente o no, también incluyó a Platón y Aristóteles en este sistema, haciendo del primero un erizo y del segundo un ferviente zorro. Paradójicamente, en cuanto al escritor que lo inspiró para este juego, Tolstoi, Berlin lo considera por encima de esta división, asegurando que si bien tiene características del zorro, sus métodos intelectuales son los del erizo.
Quizá Berlin tenía razón y Proust solo sabía de una sola cosa, o no y entonces podemos enumerar todas esas otras cosas sobre las cuales también dijo mucho. Y ese justo es una de las consecuencias de las clasificaciones: que nos hacen pensar sobre el asunto, en no pocos casos con la intención secreta de rebelarnos ante una visión de mundo para hacer prevalecer la propia.
De ahí que, para el ensayista inglés, “El erizo y el zorro” haya sido siempre un juego intelectual. Después de todo cualquier clasificación, por coherente que nos parezca, es arbitraria, en la medida en que el mundo en sí es caótico: ni ordenado ni desordenado, sino pleno en un estado ajeno a ambas y a cualquier categoría.
Evidentemente en el ciclo vitàl de las personas,existen muchos caminos,en ocasiones tangenciados,eqivocados en otras y muy pocos acertados en otras ocasiones,tiene que ser asì.Porque la veriabilidad de criterios y pareceres es inherente a los seres hùmanos y eso es normal.Imposible pretender un sòlo camino,una sola senda.Como el precitado caso,se centra en las superestrùctura,mundo de las èlites ilùstradas se hace un poco cuesta arriba visualizar al detalle las divergencias.Hay categorizaciones elucùbradas que enigmàtizan el tòpico,pero no desvirtuan su naturaleza latente.Es màs productivo dejar fluir capacidades que pretender coactàrlas con cercos intelectualoides demodè.