Seminci 2014: Final

 

Por Miguel Martín Maestro.

mita tovaLas dos últimas películas a concurso cumplieron con las expectativas que uno cree han motivado su inclusión en la sección oficial. Una comedia y una película experimental, una comedia británica que se titulará muy próximamente en España El último verano en Escocia de Guy Jenkin  y Andy Hamilton, necesaria tras una semana de cine pretendidamente trascendente y de autor, sin mayor pretensión que la de hacer pasar el rato, que tiene un nivel más que aceptable cuando es más gamberra y más incorrecta (lo justo), en la que en el seno de un matrimonio acabado hay que mantener las apariencias de convivencia para acudir al último cumpleaños del abuelo, eso que los adultos no son capaces de aparentar, se pide, además, a tres niños de 10, 6 y 3 años de los que vienen el 90% de los gags. A mitad de película la historia se transforma en algo más previsible, más familiar, más “como tiene que ser”, y pierde chispa y gracia.

La otra propuesta es de mayor empaque y mayor riesgo, el del numeroso público que salía confesando no haber entendido nada. Little Feet de Alexander Rockwell juega al exorcismo familiar, interpretada por el propio director y sus hijos, se rueda como una especie de super 8 casero, en blanco y negro de grano crudísimo, recordando los paisajes de La ley de la calle o las primeras películas de Gus van Sant, en la que unos niños han perdido a su madre y tienen que cuidarse a sí mismos ante un padre que maltrabaja y ahoga en el alcohol la pena de la pérdida. Creyendo que su madre les puede ver bajo el agua, la hora de película es un viaje, actuando como niños, desde su casa hasta el río sin agua, y desde éste hasta el mar, para reencontrarse con su madre. Siendo una película que sólo puede aspirar a ser carne de festival cuenta con el interés resultante de su brevedad, del recuerdo y asunción de la muerte de un ser tan cercano y querido y la actuación de “dos bestias del sur salvaje” en la gran ciudad.

El palmarés no ha dejado de ser desconcertante, y si se quiere hasta provocador, no es que se haya optado por premiar, en términos generales, la mediocridad, a películas que no pasarán a ningún almanaque de la historia del cine grande, sino que, encima, los premios a las mismas han sido dobles. La espiga de oro fue para la israelí Mita tova, La fiesta de despedida se va a titular en su inminente estreno, película correcta, de alcance amplio por su temática, la eutanasia, el miedo a la muerte y el miedo a la pérdida de la propia dignidad ante innecesarias prolongaciones de la vida, con toque de ironía y humor negro inicial que se va desdibujando hasta el relato trillado y tópico, una película muy comercial para considerarse de “autor”, y con demasiado premio si al premio gordo se une el premio a las actrices, como exagerado es premiar por partida doble una película tan plana como Diplomatie de Volker Schlondorf, a quien se le nombra mejor director del festival y se comete una injusticia palmaria premiando sólo a Nils Arestrup y no a André Dussolier, dado que la película son ellos dos, y si se ha premiado ex aequo a las actrices de la israelí no encuentro explicación para no hacerlo con Diplomatie. Que El corderito, película turca correcta y que desbarra en su segunda mitad, obtenga el premio al mejor guión resulta incomprensible, y si además se lleva el premio a la mejor fotografía resulta infladamente retribuida para lo mínimo de su propuesta, salvo si seguimos confundiendo la fotografía con el paisaje. Que Chazelle, director de Whiplash, se lleve el premio al mejor nuevo director no tiene objeción que hacerse, más allá de lo efectista de su propuesta, su “facilidad” para llegar al gran público y lo retrógrado de su mensaje, la película tiene ritmo, agilidad y no aburre. Kreuzbeg se queda con el premio de consolación de la espiga de plata siendo, para mi gusto, una de las dos únicas grandes películas del festival, e inexplicable es el olvido absoluto a la película de los Dardenne, justamente las dos películas mejor valoradas para la crítica son las peor tratadas en el palmarés. Fipresci y el Jurado joven han decidido que la mejor película del festival es Kreuzweg, que en su próxima distribución en España se titulará El camino de la cruz (lo que siempre se ha llamado Calvario, pero vamos, a veces nos da por la literalidad y en otras por inventarnos el título).

Balance decepcionante, poco riesgo y muy poco cine de “autor”, y encima el cine de “autor” ninguneado en el palmarés. 20 películas en la sección oficial son demasiadas como para poder disfrutar, si fuera posible, de otras secciones paralelas, de esas 20, 13 llegan vendidas de antemano, de las 20 hay bastantes (si hablamos de cine de autor) que son carne de multisala. Como en los diez últimos años hay que seguir diciendo que este festival necesita reorientarse, aunque quizás ya lo ha hecho pensando más en el consumo local, la fiesta institucional y la foto o el reportaje en la prensa regional más que en volver a atraer a las grandes publicaciones periodísticas (si quedan) o a la crítica y distribución internacional, dar un premio a una bodega no deja de ser un bofetón simbólico a los verdaderos artífices de cualquier festival, los creadores y no los que pueden poner el dinero. El festival va achicándose cuanto más se amplían las posibilidades de acceder al cine de manera diferente para ver cine de autor, las sedes se mantienen por exclusión y no porque reúnan las condiciones para un festival, el deficiente estado de la subsede de la sección oficial, o mezclar salas de festival con películas de multicine lleva al espectador a entrar en proyecciones con palomitas, cortezas y demás derivados del cine de autor, pero claro, si uno de los carteles oficiales de esta semana de cine de autor representa a un espectador con un recipiente de palomitas ¿qué se puede esperar?

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