62 Festival de San Sebastián: Magical Girl, Tigers
Por David Garrido Bazán.
MAGICAL GIRL – Ese extraño ente llamado Carlos Vermut
Uno acude a cualquier festival con la sana idea de toparse con esa película que lo justifique por sí misma, esa obra grande que haga de tal edición una experiencia inolvidable porque recuerde dónde la vio por vez primera. En San Sebastián rara vez ocurre en la Sección Oficial a concurso porque al existir una sección llamada Perlas de Otros Festivales donde vemos lo mejor del año de Cannes, Venecia, Berlín, Sundance, etc., lo más lógico es que esa codiciada pieza se encuentre entre esas joyas. Dirán ustedes que la consecuencia lógica a esta introducción es que Magical Girl de Carlos Vermut, de la que voy a hablarles a continuación, es esa obra grande. Y algo de eso hay, pero no exactamente como imaginan: está lejos de ser esa obra de amplio consenso e incluso no es descartable que los inescrutables designios del Jurado se olviden de ella en el Palmarés de hoy, pero creo que un día recordaremos esta 62 Edición cómo aquella en la que asistimos a la explosión como cineasta de Carlos Vermut.
Vermut, autor de esa inclasificable e hipnótica cult movie financiada con crowfunding y estrenada online que fue Diamond Flash, aborda en su segunda película, ya con un presupuesto mucho más holgado y un reparto en el que brillan con luz propia Bárbara Lennie, José Sacristan y Luis Bermejo, narra la historia de una niña enferma terminal de leucemia cuyo mayor deseo es conseguir un carísimo traje especial de su anime favorito y un padre, profesor en paro, que busca desesperado la forma de reunir el dinero necesario para concederle ese deseo antes de morir, algo con lo que dará cuando su camino se cruce con el del personaje de Bárbara Lennie, una mujer desequilibrada con un pasado oscuro a la que por motivos que conviene no desvelar podrá chantajear para conseguir el dinero, aunque eso acabará implicando a otro personaje vinculado al pasado de ella, el interpretado por José Sacristán. Todos ellos acaban conformando una especie de oscura red de intereses, chantajes, deudas emocionales y venganzas tejida con sutilidad y mucha inteligencia por el hábil Vermut.
Lo más interesante de este personalísimo artefacto explosivo tan difícil de clasificar que es Magical Girl es que Vermut consigue descolocar al espectador en todo momento pasando del drama más terrorífico a la comedia absurda con una facilidad que acaba resultando sumamente perturbadora para el espectador. Por más que éste intente anticiparse a lo que va a suceder resulta una tarea imposible no ya saber hacia dónde se dirige la trama sino cómo va a terminar cada escena que se desarrolla delante de nuestros ojos, si será con un chiste, con ese estremecimiento que produce el sentimiento a flor de piel o con un contundente golpe al estómago del espectador de esos que te dejan doblado y sin aliento en la butaca.
Vermut es un fascinante creador de atmósferas turbias y el espectador se ve obligado de forma constante a bucear en las trastiendas de lo que se narra en primer plano para entender las motivaciones o la intrahistoria de esos personajes furiosamente coherentes con sus actos pero no tan fáciles de aprehender a primera vista. La cotidianeidad más insulsa salpicada de denuncia social que desemboca en un cine no ya negro sino negrísimo en el que Vermut lleva hasta las últimas consecuencias en un tour de force final en el que Sacristán y Bermejo protagonizan una escena inolvidable que estará entre lo más memorable de la cosecha del cine español de este año. Magical Girl es una de sus cumbres. Como lo es de esta Sección Oficial de San Sebastián. Una rareza original, transgresora y sobre todo brillante, muy brillante.
* * *
TIGERS – Denuncia corta de miras
Resulta desconcertante que un cineasta como Danis Tanovic, que fue en su anterior película La mujer del chatarrero capaz de ofrecer una contundente denuncia de una situación a todas luces injusta en la sanidad de su país a partir de un caso real que conoció en los periódicos y tomando la acertada decisión de usar en su recreación a los mismos que la padecieron, es decir, conseguir que su película funcionara desde lo pequeño, haya optado en Tigers por un estilo completamente opuesto al realismo furioso que vertebraba su anterior película. Nos explicamos: Tigers narra un hecho terrible, la forma en la que la corporación alimentaria Nestlé lleva años sacando jugosos beneficios en Pakistán con la comercialización de una fórmula para lactantes que en combinación con el agua no del todo limpia que usa habitualmente la población en su vida diaria provoca en los bebés insoportables diarreas y complicaciones que acaban con el resultado de muerte de los mismos.
Es un hecho conocido que lleva ocurriendo desde hace décadas y al que nadie es capaz de poner coto pese a las alarmantes cifras de muertos porque antes que todo eso está el negocio de la corporación y el enorme poder que es capaz de desplegar en defensa de sus intereses comprando voluntades y obligando gobiernos enteros. Tanovic adopta un punto de vista algo original, el de una productora de cine que quiere hacer una película con esta historia, para someter al protagonista real de la misma, un visitador médico que fue primero comercial de los productos de Nestlé y que acabó por revolverse contra ellos al ser consciente del daño que estos causaban a la población, a una especie de precisa verificación de su historia antes de atreverse a llevar a cabo la película.
El punto de partida puede ser original y la veracidad de la denuncia desde luego está fuera de toda discusión. Pero el resultado, es triste decirlo, resulta bastante pobre desde el punto de vista cinematográfico. Tanovic pergeña una película carente de garra, en la que sorprende su tono inicial casi a lo Bollywood, cuanto menos inapropiado para aquello que se está contando, mientras asistimos al proceso de toma de conciencia del trabajador que acaba por convertirse en un trágico David enfrentado a un enorme Goliat que le jode la vida a base de bien cuando se rebela contra él. No es que Tanovic no cuente bien su historia, ni siquiera que no utilice bien el recurso del cine dentro del cine. Es que la sensación final que queda al espectador es de estar asistiendo a una especie de telefilme que no acaba de encontrar su tono, que se diluye como un azucarillo una vez planteada la situación. La prueba más evidente de la falta de convicción es que una vez terminada la proyección, los periodistas estábamos en el press club con nuestro Nespresso gratis en la mano comentando la película sin el más mínimo atisbo de querer renunciar a nuestra pequeña prebenda diaria. La paradoja es más que ilustrativa.