62 Festival de San Sebastián: Eden, Félix y Meira

Por David Garrido Bazán.

EDEN - TAXIEDEN – Retrato generacional con pulso electrónico

A priori, ver a primera hora una película sobre el nacimiento y desarrollo de la música electrónica –perdón, garage, demostremos que hemos estado algo atentos– en Francia desde finales de los ochenta hasta nuestros días siguiendo la peripecia profesional y personal de un apasionado de dicha música que suena con ganarse la vida como un importante DJ invitaba a reflexionar que quizás no habría sido mala idea acercarse a las nueve de la mañana al Trueba tras empalmar con una rave en el Bataplán o cualquier otro after un pelín puesto de alguna sustancia ilegal para entrar mejor en ambiente. De hecho la primera hora de la nueva película de la siempre interesante Mia Hansen Love confirmaba esta impresión: mientras seguimos las peripecias de Paul de fiestón en fiestón y exceso en exceso, con algún que otro ratito de creatividad de por medio y alguna que otra cuita sentimental, todo ello regado con abundante música fiestera, era razonable pensar que quizás el cuerpo sin ayuda de esas alegres sustancias no aguantaría semejante bombardeo.

En honor a la verdad, he de decir que al final no solamente pude soportar la murga de una película que trataba sobre un tema que no me interesa lo más mínimo ni jamás ha formado parte de mi propia experiencia vital y que la peripecia de este solemne tarambana, reflejo del auge, caída en desgracia y posterior resurrección de otros ilustres de la vida nocturna como actores, músicos, artistas y demás gentes de mal vivir que hemos visto cientos de veces en el cine no difiere en su estructura lo más mínimo del esquema habitual, la habilidad de Hansen Love desde la puesta en escena al retratar un tema que conoce bien y el acierto de poner en primer plano la frustración vital de este iluminado que progresivamente va quedándose solo y presa de sus vicios mientras la gente madura a su alrededor consiguió que sus más de dos horas de duración no se me hicieran interminables sino bastante más interesantes que simplemente llevaderas. Les aseguro que con semejante tema y semejante banda sonora, la cosa tiene no poco mérito.

Son disfrutables en la película algunos jugosos gags recurrentes a costa de Daft Punk –la banda que conocen todos los que como un servidor no saben nada o casi nada de música electrónica– y queda esa inevitable y amarga reflexión sobre el paso del tiempo cuando uno ve impotente cómo no solo no se van cumpliendo los sueños sino que además no queda otra que convertirse en un gilipollas normal más renunciando a soñar. Eden, más que la crónica de una corriente musical a lo largo de más de una década como podría ser 24 Hour Party People, es un retrato generacional que uno intuye familiar para la directora, un grupo de jóvenes perdidos en su pasión por la música que les acaba condenando a un estilo de vida en el que pueden acabar perdiéndolo todo o verse condenados a reinventarse alejados del mismo porque la fiesta, ya se sabe, ha de parar en algún momento. Eden puede que no esté a la altura de otras obras grandes de su directora como la dolorosa Un amour de jeunesse o la certera Le père de mes enfants, pero se configura como una película de lo más estimable.

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FELIX Y MEIRE - PAREJAFELIX Y MEIRA – Deseando Amar

Una mujer, judía jasídica –o sea, ultraortodoxa– y casada con uno de esos hombres para los cuales la religión y su relación con Dios lo es todo desde que abre los ojos hasta que se acuesta que impone las reglas que marca la Torah en todo lo que hace tanto él como su esposa. Ya saben, les han visto muchas veces retratados en las películas: vestimenta austera y negra, tirabuzones en el pelo, ridículos sombreritos, barbas y bastante intolerancia con todo lo que no sea su comunidad y las reglas dictadas por Dios, por asfixiantes –e inenarrablemente estúpidas a los ojos de descreídos como éste que les escribe– que puedan parecer. Al otro lado, un hombre alejado muchos años de su familia cuyo adinerado padre está a punto de fallecer presa del Alzheimer que impide que puedan reconciliarse y que le deja una jugosa herencia y un buen puñado de remordimientos vitales a su desaparición. Por improbable que pueda parecer, estas dos personas de mundos tan opuestos se encuentran, se rozan y la chispa salta. En ella, por pura necesidad de libertad y respirar algo de aire fresco. En él, por la curiosidad y la ternura y necesidad de protección que una mujer tan desvalida le produce.

Así es Félix y Meira, una de esas historias de amor imposible contada con muy pocos elementos y que se desarrolla a fuego lento, una suerte de Deseando amar sin aspavientos ni virtuosismos formales ni apenas componendas musicales que lo fía todo a los pequeños detalles, a la minuciosa descripción de la vida que soportan ambos protagonistas y a la necesidad de ambos de prolongar ese contacto por mucho que eso pueda suponer para ella la renuncia al único mundo y la comunidad que ha conocido. La historia dista de ser nueva, ya lo saben. La forma de contarla, pues tampoco, por más que pueda inspirarnos cierta simpatía. Y si a la directora Maxime Giroux no se le fuera un poco la mano al resaltar los aspectos negativos de la vida cotidiana en esa comunidad jasídica –ojo: no decimos que falte a la verdad, sino que subraya lo que no precisa subrayado alguno– puede que su propuesta convenciera un poco más cuando llega a su mejor parte, que es la última, en la que uno deja de ver estereotipos para dejarse conmover por sentimientos.

Resulta muy raro que una película de estas características, que contiene muchos de los elementos que resultan especialmente cercanos a mi género favorito, es decir, ese de un hombre, una mujer y 90’ por delante, no consiga convencerme. Pero hay algo en esta Félix y Meira que no acaba de funcionar del todo y no porque los personajes no sean interesantes –el de ella, excelente trabajo a cargo de Hadas Yaron, es una bomba– ni tampoco el conflicto entre la pasión que se despierta y la fidelidad a una comunidad que lo es todo para ella. No sé si es la morosidad de su puesta en escena o su maniqueísmo inicial o una combinación de ambas pero el caso es que salgo de la sala con un regusto amargo ante una película que tenía muchos elementos para convertirse en una obra conmovedora y que solo me provoca una extraña indiferencia.

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