62 Festival de San Sebastián: The Casanova Variations, Phoenix, Haemoo
Por David Garrido Bazán.
THE CASANOVA VARIATIONS – Lo agotador de ser John Malkovich
Solo John Malkovich puede ser John Malkovich. Esta perogrullada, que parece de una banalidad absoluta, no lo es tanto a poco que nos detengamos en el personaje ¿o es que son ustedes capacees de imaginarse a otro actor protagonizando aquella frikada de Spike Jonze en la que se viajaba a su cabeza por un ratito? Pues con The Casanova Variations, la extrañísima película que ha presentado el austriaco Michael Sturminger, pasa tres cuartas partes de lo mismo. La cosa va de Malkovich haciendo de Casanova en una adaptación de la vida y numerosas y placenteras obras del mayor seductor de todos los tiempos. Malkovich interpreta a Casanova pero sobre todo se interpreta a sí mismo haciendo de Casanova en una obra que mezcla de forma desprejuiciada teatro y diversas arias de ópera de Mozart y otros autores. Cine que filma teatro que se convierte en ópera y que a la vez reflexiona sobre el cine porque Malkovich otra cosa no, pero reírse de sí mismo y sacarle partido a la forma en la que la gente le asocia con su inolvidable Valmont de Las amistades peligrosas… Vamos, que la cosa se complica.
Sturminger encierra entre las paredes extremadamente flexibles de ese teatro al mujeriego más famoso de la historia y trata de desmontarlo con un juego de espejos que zigzaguea entre los distintos medios arriba enumerados con pasmosa facilidad. La propuesta tiene su gracia y momentos realmente divertidos cuando es llevada al límite de su paroxismo –véanse las escenas con la esposa de Malkovich en el intermedio o el juego con la médica espectadora– pero llega un punto en que tan pirandelliana y alocada película gira sobre su propuesta tantas veces que su segundo acto, lejos de ser mejor que el primero como Malkovich proclama ufano a mitad de la obra, acaba haciéndose un tanto repetitivo y puede resultar un mucho agotador. The Casanova Variations queda así para amantes de la opera, de los juegos alambicados para contar una historia desde una perspectiva diferente y para incondicionales de John Malkovich. Todo aquel que no cumpla al menos dos de las tres condiciones –especialmente la última– debería huir de ella a toda costa. Eso sí: original es un ratito. Pero el ego trip de nuestro querido Valmont también es considerable.
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PHOENIX – Pasados inconclusos, premisas imposibles
La nueva película del director de la estimable Bárbara es de esas que puede irse directamente al infierno por el camino del dicho, es decir, repleta de buenas intenciones. Estamos en la Alemania de la post guerra. Una mujer que ha sobrevivido a los campos de concentración tiene la cara desfigurada y se pone en manos de un cirujano plástico al que pide que le reconstruya su antiguo rostro. Éste hace lo que puede pero no es suficiente para que su antiguo marido la reconozca, aunque sí para que urda un extraño plan para hacerla pasar por su difunta esposa –es decir, por ella misma– y cobrar así una suculenta herencia. Si no se ha entendido a la primera vez, volver a leer muy despacito.
Christian Petzold tiene la loable intención de hablar de la culpa y los pecados del pasado, algo no todo lo recurrente que cabría esperar en una filmografía, la alemana, que durante demasiado tiempo ha pasado de puntillas por su pasado y que ahora parece haber entrado en un frenesí revisionista y de asunción de culpas desde su cine. Su protagonista, la tan inevitable como siempre fiable Nina Hoss, anda en busca del marido que perdió para tener aún la esperanza de recuperar aquello que dejó en los campos, su humanidad o acaso su alma. Se niega a abrazar el olvido que supondría ese emigrar a Israel que le ofrece su amiga. Necesita saber lo que ocurrió y si el hombre al que quería aún podría amarla, aun con un rostro distinto. O sea, amar el fantasma de la mujer que una vez fue su esposa. ¿Les suena Vértigo? Algo de eso hay en el juego que se traen el esquivo marido y la mujer que juega a ser quien fue siendo aun ella misma para averiguar la verdadera naturaleza y los sentimientos de aquel. Un tema interesante sobre el papel.
Sin embargo pese a las buenas intenciones Petzold se pierde por el camino. Su premisa resulta tan difícil de tragar que el espectador se pasa todo el filme tratando de asimilar lo mucho que se pide de él. Muchos no conseguimos sobreponernos jamás. Y el inevitable resultado en ese caso es que la película puede parecer impostada y hueca. Es otro retrato de la identidad perdida o escondida como ya lo eran Yella o Bárbara, sus anteriores filmes, con lo que no se le puede negar cierta coherencia al director alemán. Pero ni ser consciente de ese hecho ni la conmovedora belleza de la escena final, una de las más hermosas que hemos visto en esta Sección Oficial, sirven para salvar una película en el fondo bastante fallida.
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HAEMOO – La desesperación y la maldad
El cine asiático solo cuenta con una representante en esta Sección Oficial a competición, esta película del coreano Shim Sung Bo, que no es precisamente un desconocido, sino el compañero de armas del mucho más popular Bong Joon Ho, para el que escribió aquella joya que era Memories of Murder, película que por cierto Alberto Rodríguez, director de La isla mínima, trae a colación cada vez que alguien le menciona True Detective. Con razón. Sigo: estamos en un barco pesquero cuya tripulación apenas saca para vivir con su oficio, que se explica en cuatro trazos bien dados al tiempo que vemos los títulos de crédito iniciales. Son malos tiempos, las deudas acechan y la desesperación hace que acepten un encargo peligroso: usar su barco como transporte de seres humanos, inmigrantes ilegales chinos a la búsqueda de un futuro mejor. O de un futuro a secas, si lo prefieren. Nos es relativamente familiar ¿verdad?
La película, que transcurre casi por completo a bordo de ese ruinoso barco, mantiene un tono que se mueve con facilidad entre el drama y la comedia. Pero a mitad de la película, de forma plenamente justificada, entramos en un terreno mucho más pantanoso y es ahí donde el novel director despliega un buen abanico de recursos para contarnos como la lógica y el pánico pueden mezclarse para provocar las mayores aberraciones en un intento no de justificar sino de explicar la maldad humana a través de la desesperación o incluso la estupidez. Sé que esto puede no haber quedado demasiado claro pero créanme cuando les digo que es mejor que no sea más explícito al respecto so pena de estropearles la diversión.
Debería bastarles saber que la película no solo está francamente bien rodada sino que provoca mayores escalofríos no ya por esos despliegues de violencia de los que hace gala a partir de un determinado momento, sino por la incómoda, incomodísima sensación de que aunque lo que nos esté contando tenga lugar en aguas de Corea, ese drama lo tenemos nosotros bien cerquita en el estrecho. Y es básicamente el mismo día sí y día también. Por lo demás, Shim Sung Bo se muestra igual de efectivo que su colega de profesión a la hora de retratar un universo cerrado en un único espacio rodeado por un entorno hostil –un tren y un mundo nevado en Snowpiercer; un barco, el mar y una ominosa niebla que todo lo tapa en Haemoo, que por cierto significa precisamente “niebla marina” en coreano– y resuelve su drama con contundencia, aunque quizás le sobre ese epílogo algo innecesario. Cerrar su tremebunda propuesta con el desolador plano inmediatamente anterior al mismo era mucha mejor solución. En cualquier caso, una estupenda película, quizás algo despendolada en su tramo final y no del todo bien rematada. Y los que ya la hayan visto saben que esta última frase va con segundas.