Locos por las partículas (2013), de Mark Levinson
Por Miguel Martín Maestro.
Sí, estamos ante un documental científico, ciencia pura y dura, se manejan conceptos matemáticos, de física, de ingeniería… y se habla de la materia, de la búsqueda de la partícula más pequeña conocida, o mejor dicho, intuida. ¿Para qué servirá esto? Uno de los protagonistas de este documental que funciona como un thriller lo reconoce, “no tengo ni idea”, y pone ejemplos de otros tantos descubrimientos científicos que, inicialmente, no tenían una finalidad concreta ni aplicación prevista.
La película sitúa a un grupo muy numeroso de personas (hasta 10.000 científicos trabajando en el proyecto) planteándose las eternas preguntas del tópico filosófico, ¿qué es el universo, hasta dónde alcanza, cuánto más puede expandirse, hay un solo universo o hay infinitos? Y no por ello el documental es arduo, o sólo puede ser disfrutado por iniciados en la materia, y nunca mejor dicho, además. Del mismo modo que leyendo las novelas de Patrick O’Brian no es necesario ser marino para disfrutar de los términos náuticos, desconocer el lenguaje técnico usado por los físicos que van apareciendo en pantalla no nos expulsa de la historia ni del suspense, suspense relativo, porque quien más quien menos sabe de la existencia de algo llamado “bosón de Higgs” y que hace no mucho fue descubierto científicamente.
“Sin los teóricos no podría haber experimentos, y sin los experimentalistas no sabríamos si las teorías son verdad o no”, más o menos es éste el punto de arranque de la historia, la colaboración entre dos ramas de la física que se necesitan irremediablemente, unos necesitan que otros piensen sobre los enigmas de la materia y cómo demostrarlos y otros tienen que pensar cómo experimentar esas teorías y demostrar su validez o no, y no hay rivalidad en este grupo de científicos entregados a tiempo completo a esta pasión, la pasión de la ciencia, de la investigación, de la educación, de la inversión, del desarrollo, la pasión por el saber.
Que este grupo de personas es inteligente no tiene discusión, pero esa inteligencia queda patente tanto en los contratiempos que el experimento sufre como en el uso permanente de la ironía. La risa y el sarcasmo son consustanciales a la naturaleza humana, el sentido del humor rezuma en cualquier conversación de este grupo pluriétnico y plurinacional. A caballo entre Lucerna, sede del acelerador de partículas de 27 kilómetros de longitud, y diversas universidades mundiales, fundamentalmente en EEUU, asistimos a los cuatro últimos años de desarrollo del proyecto, un proyecto que ha necesitado 20 años para su construcción, la obra de ingeniería más grande del planeta y, además, con finalidad científica, un proyecto europeo desechado por los EEUU que admitían inasumible ese gasto público en un experimento sin rentabilidad inminente. “Que lo hagan los europeos y después les robaremos el resultado” declara un congresista americano cuando las cámaras de representantes denegaron la inyección presupuestaria para asumir la investigación, pese a ello, científicos de más de 100 países se unieron al proyecto, la dimensión histórica hizo buscar lo mejor en todo el mundo.
Que un proyecto como éste haya tenido lugar en el seno de la UE, y más países europeos, debería hacernos replantear qué hemos hecho para merecer el castigo retrógrado que nos asola actualmente, ¿dónde han estudiado nuestros dirigentes para considerar provechoso para un país eliminar o reducir notablemente el gasto público en investigación? ¿Qué país avanzado y con ínfulas de mediana potencia puede permitirse el lujo de formar técnicos avanzados en materias científicas y no proporcionar dinero para proyectos de investigación? ¿Qué lumbrera asiste impasible año tras año a la fuga de jóvenes licenciados o doctorados en ciencias, letras, artes… después de gastar el dinero público en su formación?
Porque si de algo no dicen ni una sola palabra el grupo de científicos es de financiación, de pérdida de fondos, de insuficiencia de medios… se dedican a aquello para lo que han sido contratados y con una finalidad, conseguir determinar la masa de la partícula más pequeña conocida hasta ahora y poder saber si se han demostrado las teorías del modelo estándar del universo o habría que pensar que realmente nos encontramos ante un espacio multiuniverso, lo que, en resumidas cuentas, o así lo he entendido, implicaría que una partícula con una masa muy elevada sería tan inestable que las leyes de la física caerían una detrás de otra, esa partícula sería impredecible y desde su infinitesimal pequeñez podría destruirnos de la misma manera que nos creó.
Ni una referencia a religiones, creencias o dioses, no existen los dogmas en la ciencia, lo que no es demostrable no existe, y lo que se demuestra equivocado se desecha. A nivel científico este descubrimiento aparece como el mayor hito en la historia de la humanidad, para quienes carecemos de conocimiento o inquietud científica, aquellos que carecemos de la curiosidad innata necesaria para preguntarnos el porqué de las cosas o cómo de un grifo puede salir agua, asistimos encantados al suspense, pero también a cómo se puede enseñar la ciencia mientras se desayuna en casa, quizás el modelo educativo de los 70 no era el más indicado para generar esas inquietudes, quizás se trata solamente de elección, pero el espectáculo visual y temático de esta película la hace muy recomendable, y emocionante, como ver a ese científico anciano ya, el propio Higgs, secándose las lágrimas con un pañuelo al constatarse la existencia de su partícula, el bosón, algo que, en su fuero interno, estaba convencido de que no conseguiría ver nunca, en este caso los experimentalistas dieron la mayor satisfacción al teórico.
El propio director de la película es físico, algo que quizás haya ayudado a crear un desarrollo de la historia más comprensible para el profano que si un cineasta hubiera intentado desentrañar el objetivo del proyecto sin saber nada de la materia que tenía entre manos. La trascendencia y magnitud del proyecto no conlleva olvidar el lado humano y personal de los físicos cuya vida seguimos a diario hasta el objetivo final, hasta el descorche prometedor de la botella de champán en cualquier rincón.