El árbol magnético (2013), de Isabel de Ayguavives
Por Miguel Martín Maestro.
Los refugios de la infancia, de la adolescencia a lo sumo, siempre son lugares en frágil equilibrio, especies en peligro de extinción. Corrientes, más o menos subterráneas, intentan mantenernos anclados en el recuerdo del pasado por más que sepamos que, ni el lugar, ni la gente que estaba en el lugar, siguen siendo los mismos porque nosotros hemos dejado de ser los que éramos. El árbol magnético es ese lugar de los recuerdos, borrosamente rememorado, del que permanece la duda de si era el mismo, si el árbol era más grande, si los primos siguen siendo los de antes.
El árbol magnético pronto nos evoca otras imágenes, de cine sencillo, de cámaras que no se notan y encuadres que no buscan epatar, de historias simples en las que parece que no pasa nada y, sin embargo, se encierra la totalidad del ciclo vital presto a que unas generaciones sucedan a otras, y lo que fue lugar de encuentro pase a ser ruina y desolación. El árbol magnético es el último intento, la última reunión, el adiós a un lugar pero también a una familia, a unos amores de verano, a unas complicidades que hace tiempo desaparecieron pero que parecen latir débilmente, dispuestas a despertar en cuanto llegue el más mínimo aliento cálido a rescatarlas.
La simplicidad de un día de campo (no es casualidad, es el primer referente, el de Renoir), la templanza y, al tiempo, dureza del recuerdo de la fantástica Milou en Mayo de Malle, o más recientes Las horas del verano de Assayas o el entorno familiar en inestable equilibrio de Tres días con la familia o Todos queremos lo mejor para ella asaltan al espectador, estamos ante 24 horas de reunión familiar, el reencuentro en la vieja casa de campo destinada a la venta y desmantelamiento. Al tiempo que los muebles y enseres se recogen, una parte de la vida de los protagonistas se empaqueta y adormece destinada a ocupar un espacio muerto de la memoria. Como se dice en otra película reciente, “toda tu vida lamentarás lo que no hayas hecho, sobre todo si fue con una mujer bella”, Bruno (fenomenal confirmación de Andrés Gertrudix después de su frágil composición en 10.000 noches en ninguna parte) regresa desde España para pasar unas semanas con su familia chilena a la que hace años que no ve, allí está Marianela (Manuela Martelli), la prima olvidada pero de permanente recuerdo íntimo. La vejez de la abuela ha conseguido reunir a todos los familiares para despedir la casa con un asado y una noche de acampada.
No hay estridencias, no hay conflictos a lo Reencuentro de Lawrence Kasdan, todo fluye con parsimonia, sin interferencias, los familiares que están por compromiso, los “políticos” que no saben seguir la broma o el recuerdo interior de los que disfrutaron la finca desde hace años, los adolescentes cabreados por estar fuera de su ambiente de Santiago, las historias visionarias del permanente empresario de causas imposibles, la falta de plata para poder llevar una vida independiente, la sutil envidia que causa Bruno, viviendo en Madrid, en su apartamento, sin ataduras familiares, y la mirada deseosa y añorante de Nela, y a la vez tímida y derrotada, mirada que se cruza con la de Bruno, un recuerdo compartido que no se revela pero que se intuye, y una evidencia dolorosa: que una vez cerrada y vendida la casa, el reencuentro posterior será mucho más complicado.
Todo efecto magnético corre el riesgo de atraer o repeler, depende del polo que utilicemos. Bruno y Nela son ese imán de polos opuestos atraídos por el árbol, subir a sus ramas es soñar con lo que no van a tener, con una sucesión de frustraciones que el tiempo no va a mejorar. Si se acostaron juntos antes de que Bruno se fuera de Chile, si lo van a hacer antes de que Bruno abandone el país, no resulta relevante, lo relevante es que juntos tienen un pasado compartido, un pasado que les envuelve en la melancolía y, al tiempo, les diferencia del resto de la familia, su recuerdo no va a ser común al de otros parientes, forma parte de su historia íntima, no es reciente, pero si personal. “Quiero llevarme un recuerdo” dice Bruno a Nela en la última escena poco después de un momento de intimidad entre ambos, “ya tienes muchos”, “sí, pero quiero llevarme uno reciente”. Al final la vida es el conjunto de tus recuerdos, alegres o tristes, la mente no es capaz de borrar ninguno, ni olvidarlos, sólo ponerlos en sordina para que no martilleen nuestra existencia una y otra vez si no nos gustan o nos hacen daño. Bruno y Nela lo saben y no van a poder evitar sufrir con el recuerdo, los demás pensarán que echan de menos el lugar, otros sabemos que lo que se echa en falta, y se va a echar en falta toda la vida, es a algunas personas que estaban en ese lugar.