New World (2013), de Park Hoon-jung
Por Miguel Martín Maestro.
Honor, lealtad y traición pueden ser tres características insertas en el ADN humano de manera tan consustancial que, ya sea una película coreana, rumana o mejicana, una historia que gire a su alrededor nos sonará siempre muy cercana. De hecho la historia política coreana del sur no es un lecho de rosas como la interesada propaganda occidental ha querido vender de este país para oponerle a su vecino del norte, y que el cine de Corea sea hiperviolento y refleje tan bien la maraña de corrupción y crimen organizado nos debería hacer reflexionar sobre las razones por las que no será casualidad esta temática tan bien desarrollada.
Puede definirse de dictadura lo de Corea del Sur hasta 1987, ¿increíble, verdad? Pese a ello se les concedió la organización de los juegos olímpicos de 1988. De 1961 a 1979 gobernó el general Park Chung Hee, asesinado, el poder fue asumido por otro general hasta 1987, y desde entonces se han sucedido elecciones que han desembocado en 2012 en una nueva presidencia, la de Moon Jae-In, hija del general Park, es decir, que en todas partes cuecen habas, que es lo mismo que decir que “nosotros que siempre hemos mandado y que vamos a seguir mandando”, o traducido a idioma posibilista, en todos los sitios hay castas, y escasa memoria histórica.
Cuanto más corrupto es el sistema, mayor es la podredumbre de todo lo que le rodea, desde el primer hasta el último ciudadano es susceptible de caer en redes clientelares de dudosa moralidad y nula legalidad, incluso esa infección puede provocar que hasta los encargados de velar por nuestra seguridad e integridad, participen de los modos y medios mafiosos para conseguir una ficticia eficacia, si faltan los controles, la avidez humana deja de lado la rectitud para dejarse dirigir por el dinero o por el poder, o por ambas cosas.
New World participa de la épica de El Padrino en las composiciones violentas y en las sucesiones del poder, así como en el afianzamiento en los respectivos tronos, y participa del precedente cultural más inmediato de películas de policías infiltrados como es la serie Infernal Affairs, cuya primera entrega es un prodigio, la segunda más que correcta y la tercera el agotamiento de la saga, si bien en occidente hemos tenido que sufrir el “remake” (malo e irritante) de Scorsese con su Infiltrados.
En New World lo primero que merece atención es el ritmo y la composición de las imágenes, para esto, el cine coreano carece de competencia actualmente, el efecto digital, si existe, no se nota. No hacen falta estallidos, saltos imposibles o situaciones absurdas, y su extensión sobrepasando las dos horas, nunca cae en tiempos muertos ni en escenas gratuitas, las mujeres, si aparecen, aunque sean papeles reducidos, tienen significado en la trama y no se limitan a mujeres explosivas para solaz del héroe de turno. Ritmo no equivale a acción, sino a progresión en la historia, y progresión hay, y mucha, los irreproducibles nombres de los protagonistas dificultan tomar contacto con todos ellos si no los ves en pantalla, provocando un mareo en el espectador equivalente a la situación de desamparo y desasosiego que sufre el policía Ja-sung, infiltrado durante seis años en una banda mafiosa y en la que ha conseguido escalar hasta puestos de confianza dentro del organigrama.
No conviene desvelar demasiado la historia porque la sorpresa y el juego también forman parte del espectáculo, el esquema de Infernal Affairs es transvasable a este modelo de cine de acción con tintes shakesperianos, las vueltas y revueltas van orientando perfectamente al espectador, quien parece manejado y débil puede convertirse en el más peligroso enemigo, el mejor instalado caer en el ostracismo inmediatamente, el más seguro terminar en un bidón de cemento en el océano pacífico. La policía cree dominar la situación mediante agentes infiltrados en las organizaciones mafiosas que deliberan quien sucederá al jefe una vez que éste es víctima de un accidente de tráfico “casual” tras ser absuelto de un proceso penal que levanta ampollas policiales y políticas. La guerra sucia se encuentra como uno de los leitmotiv de la historia, la guerra sucia y el abuso en la manipulación de los pobres agentes infiltrados, amenazados con ser vendidos si amagan con dejar su trabajo, una y otra vez pisoteados por sus jefes que les han prometido que “era la última vez” para, tras terminar la operación, verse inmersos en la siguiente, en un carrusel sin fin que lleva, inexorablemente, al descubrimiento de su posición de falsos mafiosos y su ejecución.
Dice el dicho que “la policía no es tonta”, y la mafia lo sabe, lo que pierde a unos y otros es el exceso de confianza, no saber medir suficientemente bien las fuerzas de cada quien y dar por hecho reacciones obviando las más extremas, pero es que cuando se vive en la cuerda floja continuamente se termina corriendo el riesgo de que hasta el más fiel cambie de bando o te venda en el último momento.
Por eso la película encierra estupendas reflexiones sobre la lealtad, incluso en la traición, hasta las situaciones menos comprensibles terminan encajando y cobrando sentido con un bello epílogo que se remonta a seis años antes del tiempo presente. Formalmente la película alcanza cotas majestuosas en las escenas de acción, si los canallas de Reservoir Dogs marcaban su identidad vestidos con traje oscuro, nuestros mafiosos harán del traje su señal de distinción, incluso el traje marca distancia con esos policías desarreglados y que portan bates de béisbol en las detenciones. La llegada de sicarios vestidos con vaqueros y sudaderas marca un cambio de ciclo, esa imagen de Ja-sung sentado y mirando a través de las ventanas de la corporación Goldmoon, tapadera que blanquea y hace respetable el trabajo ilegal de todas las familias, proporciona la misma imagen que Michael Corleone en El Padrino, un poder buscado, efímero, inestable, que exige un autocontrol y una desconfianza eterna.
El cine coreano, desde Old Boy, ha hecho del travelling lateral en plena batalla un guiño y una seña de identidad, sé que la escena en sí misma no es original porque recuerdo haberla visto en películas anteriores, pero es en Old Boy donde el que ahora hace el papel de Inspector jefe Kang (Ming Sing Choi) protagonizó la imborrable escena de lucha con arma blanca en un largo pasillo ante una multitud de enemigos, en esta New World asistimos a un prodigio de planificación y montaje en la batalla entre los dos clanes mafiosos en el interior de un aparcamiento, que culmina con una fantástica escena cenital de lucha a muerte con cuchillos en el interior de un ascensor entre uno de los candidatos a jefe y cinco sicarios de otro de los candidatos. Igual que una breve escena de persecución con coches de lujo negros, Mercedes y Lexus, por las calles de Seúl, o esos travelling frontales que acercan y separan de la escena que no aparentan un simple zoom, sino un manejo de la imagen en beneficio del espectáculo visual.
Producto de calidad, entretenimiento y acción con mensaje último, abusar de la confianza propia produce consecuencias negativas, abusar de la confianza de los demás también, la amistad puede salvarte en momentos límite si ha sido verdadera, y al final, hay que decidirse, no se puede jugar a dos bandas eternamente, hay que escoger para sobrevivir.