Dom Hemingway (2013), de Richard Shepard
Por Miguel Martín Maestro.
Hay películas de actores, películas sin actores y algunas hechas para un actor, y ésta es el ejemplo perfecto del papel perfecto para un actor resultando bastante indiferente el resultado final porque asistes a la proyección con agrado, con una mueca de ironía y con alguna carcajada incluso. Hay circunstancias curiosas en el cine, como el que una “mamada” arranque la película Dom Hemingway durante un largo plano en el que Jude Law queda caracterizado en tres minutos, del mismo modo que una “mamada” en el último artefacto de Ferrara define a la perfección la personalidad de Deveraux (alias de DSK, no diré el nombre, que anda el tipo enfadado y no es cuestión de permitir desahogos de los poderosos con pobres mortales).
Dom(ingo) Hemingway (raro nombre para un británico) es un hampón, un ser pagado de sí mismo que encierra un peso que le lastra, sacrificó a su familia por mantener vivo el código del hampa, cargar con culpas ajenas para no convertirse en un soplón. De esa manera habrá consumido 12 años de su vida entre rejas mientras Iván se enriquecía gracias a su sacrificio, su mujer moría de cáncer previa relación sentimental con un amigo de Dom y su hija (la Daenerys Targaryen de Juego de tronos) repudia a ese padre que la abandonó por un código de honor egoísta y simple.
Así que Dom es un personaje claramente shakespeareano, como un Rosencratz y Guilderstein de los bajos fondos londinenses, como un Falstaff antes de alcanzar la vejez, un drama con tintes cómicos, donde lo que parece el cobro de las deudas del pasado y un giro de la fortuna deviene, por un anunciado e hilarante accidente de automóvil, en la caída en el fango nuevamente cuando desaparece el millón de libras con el que el capo (Demian Bichir) recompensa a su escudero por no haberle delatado. Dom tiene un problema de control de impulsos que, a duras penas, intenta mitigar su amigo a la carrera (espléndido Richard Grant, como un british mode salido de los 70), su ira sale a la luz previa manifestación verbal en la que, como en la escena inicial, sus palabras se declaman más que se expresan, se recitan más que se verbalizan, para dar paso a la violencia física, salvo que la diana de su acerada y descarada lengua sea el jefe, pues aunque incluso para éste hay cosas que decir, no comete el error final de agredirle porque sabe que eso sería una ejecución inminente.
La película se compone de cuatro, cinco escenas, a lo sumo, largas escenas de situación donde Dom intenta recuperar parte del tiempo perdido, tanto en su vida personal como en su vida “profesional”, como no puede ser menos en este tipo de cine de perdedores simpáticos, la puerta abierta a la esperanza ha de prevalecer, ya nos hemos reído bastante de y con Dom a lo largo de la película como para machacarle al final. Sería como una versión “familiar” del cine de Guy Ritchie, sin sangre y con violencia de mano y no de pistola. Viendo a Jude Law uno se imagina el mundo suburbano de Mona Lisa, se imagina a Michael Caine haciendo este tipo de papeles canallas que también se le daban, no son malas referencias creo.
Como la exacerbación del personaje debe tener un momento de reposo, los guionistas se ponen “babosetes” con el tema familiar, Dom sólo recapacita cuando piensa en cómo recuperar a su hija, hija que, además, ha sido madre, nieto que, desde el primer momento, se siente atraído por ese cuarentón avanzado, egoísta, maleducado, malencarado y doliente. El final está servido, pero hasta entonces habremos asistido a un “Deconstruyendo a Jude Law” completamente antimítico, Jude Law se somete a un exorcismo para demostrar que, siendo buen actor, además puede interpretar papeles groseros, zafios, violentos y ocupar la pantalla durante hora y media en exclusiva. El aparato es por, para y sobre todo, Jude Law, no es poca cosa si se sale airoso, y como metamorfosis del chico bueno, dulce, apocado, el yerno perfecto, no queda nada mal, otros, por ejemplo Hugh Grant, lo intentaron y no lo consiguieron, dar de canalla creíble en pantalla y caer simpático no es nada fácil.