Víctor del Árbol: «El ser humano es la arcilla sobre la que trabajamos y soñamos»
Por Esther Ginés
Lo mejor que podría decirse de su literatura es que no acepta etiquetas ni se puede clasificar por géneros, aunque muchos le adscriban al noir que tanto triunfa. Pero si algo tienen en común sus libros es que todos se adentran en las heridas que el pasado nos deja, en todo aquello con lo que cargamos y marca nuestro presente. La humanidad, intensa y también dolorosa, como no podía ser de otra manera, está presente en todas sus novelas. Acaba de publicar Un millón de gotas (Destino), una absorbente y ambiciosa historia sobre los ideales traicionados, la venganza y el poder del amor. Un libro con el que ya está recibiendo notables críticas y del que nos habla en esta entrevista.
El alma humana inspira muchas de sus historias, ¿somos una fuente inagotable de historias?
Cualquier expresión artística, cualquier actividad intelectual, emocional o sensitiva tiene su eje y su núcleo en el ser humano de una manera u otra. Sea desde dentro, como individuos, o desde fuera, en nuestra relación con los otros y el entorno, el ser humano es la arcilla sobre la que trabajamos y soñamos. Somos un viaje sin fin, desde luego.
Toda buena novela arranca con un viaje, la mayoría al interior de uno mismo. ¿Qué mueve a Gonzalo a embarcarse en esta aventura?
Una razón práctica y una emocional, algo muy característico en la personalidad de Gonzalo: su lucha continua entre lo que debe hacer y lo que desea hacer. Por un lado, el inesperado suicidio de su hermana Laura (subinspectora de la Policía dada de baja por depresión tras el asesinato de su hijo) hace que este abogado mediocre pero puntilloso encuentre cosas en el caso que no le parecen ciertas, detalles que no encajan. Aunque el sentido común le dice que lo deje correr, el deseo y el recuerdo del amor que sentía por su hermana mayor le obligan a meterse en una historia tremenda que tiene sus orígenes, nada menos que en la Unión Soviética de los años 30.
Un millón de gotas es una novela en la que vuelve a narrar a caballo entre dos épocas. ¿Qué es lo que más le fascina de los tiempos pasados?
Por un lado me gusta como estrategia narrativa. Dos historias en planos temporales distintos pero que se retroalimentan, con el mismo peso, el mismo interés y la misma intensidad; todo para demostrar que el tiempo no existe, que el tiempo no pasa; por el contrario, somos nosotros los que pasamos, veloces, por él. La otra razón es personal. Soy un escritor que se mueve continuamente en el filo de la evocación. Todos mis personajes miran atrás cuando el presente no les ofrece la felicidad buscada y reinventan un tiempo en el que fingen que sí lo fueron. Pero lo cierto es, como dice el poeta Rafael Cadenas, que el presente es lo único que jamás termina. A esta conclusión llegan los personajes y, espero, también el lector. La única vida que es vivida es la del momento.
El complejo y fascinante personaje de Elías Gil le sirve para reflexionar sobre cómo aferrarse a ciertos ideales implicó que se cometieran barbaridades.
Una idea que te hace empuñar un arma y matar a un semejante te arranca la inocencia para siempre. Elías, un personaje que evoca la pérdida de la ingenuidad, lo descubre dramáticamente. No importa si el ideal por el que luchas es justo, o si así lo crees. Lo único que queda es la imagen de esa vida segada. Los ideales, las utopías empujan al hombre hacia adelante, mueven la historia, cambian las sociedades. Pero en el camino dejan un reguero de corazones duros, de culpas, de mentiras. El hombre crea los ideales, cierto. Y también es el hombre quien los traiciona y los convierte en algo que ninguno de los pioneros imaginó. Tal le ocurre a Elías.
También el tema del amor es uno de los ejes que vertebra la historia. Amores perdidos, amores idealizados, amores enfermizos…
El amor es un germen que nace al otro lado del odio. Como imagen de la eterna contradicción que nos hace seres humanos, ambos sentimientos crecen en orillas opuestas pero se alimentan de la misma vida. Amar a una persona concreta hace que no te sientas solo, te ayuda a vencer el miedo, desata en ti lo mejor, el instinto primigenio de compartir, proteger y sentirse protegido. El amor nos da una dimensión mayor y mejor de nosotros como individuos.
¿Qué balance hace de estos años tan intensos, en los que La tristeza del samurái y Respirar por la herida le han situado como uno de los autores más respetados del panorama literario español?
Sinceramente pienso que soy un hombre privilegiado. La literatura para mí es una pasión inagotable, una exploración continua de mis límites, una forma de buscar algo casi indefinible que sé que está dentro de mí. Nunca olvido que todo esto es parte de un momento que puede o no acabar, y lo disfruto con una sonrisa, cada instante, cada encuentro, cada viaje. Aprendo y sigo adelante sabiendo que apenas he comenzado a andar. Podría contarte decenas de anécdotas que solo pueden vivirse como algo asombroso si decides hacer de tu vida algo único. Y yo lo he decidido.