En el estanque dorado: sobre las ganas de vivir
Por Mariano Velasco
Tan trascendentales como variados son los asuntos que propone el aparentemente sencillo texto de En el estanque dorado creado en su día por Ernest Thompson, dirigido y llevado a escena ahora por Magüi Mira en el Teatro Bellas Artes de Madrid, pero si hubiera que quedarse con uno que resumiera y aglutinara todos ellos ese sería, sin duda, un muy rotundo argumento: las ganas de vivir.
Difícil evitar la comparación con la versión cinematográfica dirigida por Mark Rydell en 1981 y protagonizada por Henry Fonda y Katharine Hepburn, y habrá por ello a quien le pesen los prejuicios a la hora de aceptar a Hector Alterio y a Lola Herrera (Norman y Ethel) en la piel de los dos personajes principales. Es de espera que el efecto sea solo cuestión de segundos, porque ambos se hacen con el papel con asombrosa facilidad desde la primera escena, aquella en la que retiran las sábanas que cubren el mobiliario de la casita de verano al pie del estanque.
Magüi Mira apuesta aquí por lo seguro, dos de los grandes para los papeles principales, aunque ambos veteranos no hubieran coincidido nunca antes sobre los escenarios. Disfrutar de Héctor Alterio en escena es lo más parecido a asistir a una clase magistral de interpretación en cada palabra, en cada gesto, o incluso en cada uno de sus balbuceos o silencios. Y sobre la excelencia de Lola Herrera poco más se puede añadir a estas alturas de su carrera.
Norman es un anciano que vive obsesionado con la muerte al que poco o nada le queda de ilusión si no es la que le transmite su compañera, a la que parece sin embargo estar tal vez demasiado acostumbrado para valorarla como merecería. Por medio, una hija a la que dejó ir y un nieto que nunca tuvo. Un nieto, sí. Qué importante la figura del abuelo. Los hijos nos dan la vida, pero llegan cuando todavía tenemos ilusiones y queda mucho por hacer, y a veces podemos llegar a ser tan torpes que incluso, ocupados en otros asuntos, los ignoramos o, sencillamente, les dejamos ir.
Pero… ¿ y los nietos? Los nietos llegan cuando el tiempo ya se va cumpliendo, cuando ya esta todo o casi todo hecho y nos ha aparecido aquella hoja roja que decía Delibes, la que indica que se nos va acabando el papel de fumar. Los nietos son – sabia, la naturaleza – los que verdaderamente nos aportan ganas de vivir. El magnífico texto de Ernest Thompson se recrea precisamente en ambas circunstancias, en los hijos que dejamos ir y en los nietos que nunca tuvimos y que aquí acaban por llegar aunque sea “de prestado”.
Y hay una lección más en un texto que tendría todas las papeletas para hundirnos en el pesimismo y que, sin embargo, nos acaba impregnando de optimismo de arriba abajo: la de que dos personas tan distintas y con visiones tan diferentes de la vida se mantengan juntas con el paso de los años. Eso que llaman amor, haya o no rutina de por medio, y que también suma puntos en eso de las “ganas de vivir”.
El descubrimiento de la ilusión, la recuperación de los seres queridos, el amor, son en definitiva los pilares más firmes que sostienen esa bella historia que rezuma ganas de vivir por cada uno de sus poros y que arrastra a sus personajes a tener arrestos suficientes para, al finalizar cada verano, mirar al estanque cara a cara y decirle firmemente: “hasta el año que viene”.
En el estanque dorado
Autor: Ernest Thompson.
Versión: Emilio Hernández.
Dirección: Magüi Mira.
Reparto: Lola Herrera, Héctor Alterio, Luz Valdenebro, Camilo Rodríguez, Mariano Estudillo.
Lugar: Teatro Bellas Artes, Madrid.
Fechas: Hasta el 29 de junio.
Que linda presentación; si en realidad no me equivoco en la que creo que es, les daré mil felicitaciones, me encanto.