Fernando Pessoa: “El hombre es un animal histérico”
Por Ignacio G. Barbero.
Fernando Pessoa (1888-1935) pasó sus días trabajando como traductor de cartas para distintas empresas de Lisboa. Haber vivido gran parte de su juventud en Sudáfrica, donde estuvo estudiando hasta 1905, convirtió el inglés en su “segundo” idioma nativo, lo que le aseguró una vida laboral placentera.
Por la noche se dedicaba a escribir con febril e inmarcesible creatividad. Varios heterónimos surgieron y comenzaron a teñir su obra de complejidad poliédrica. Muchos mundos hay en sus escritos, que abarcan varios estilos con una insultante suficiencia y originalidad: la poesía, el ensayo, el relato, etc. Publicó algunas de sus obras, pero multitud de páginas, miles, guardó con celo en un baúl de su casa, que quedó desamparado tras su prematura muerte. Poco a poco esos papeles se han ido ordenando, editando y, gracias a ello, el genio luso se ha convertido, con una obra tan heterodoxa como extensa, en uno de las más altas cumbres de la historia de la literatura. El microcosmos (o macrocosmos, según se mire) que contiene es riquísimo en su variedad y profundamente bello en su forma.
El texto que nos ocupa está extraído de “Escritos sobre genio y locura” (Acantilado, 2013), reunión de los fragmentos en los que Pessoa reflexionó sobre la naturaleza del genio, la locura, la degeneración y la psicopatología. Una meditación, ésta, que aborda la cuestión de lo normal/lo anormal, la enfermedad/la locura y la mente/el cuerpo de una manera inimitable. Nos dirá, al final, que la anormalidad y susceptibilidad propias del hombre hacen que sea sumamente fácil someterle y llevarle a la locura, esto es, herirle y controlarle. Duro aserto que es la precisa conclusión lógica de un par de aforismos virulentos e inclasificables. Pasen y lean:
1- El hombre es un animal histérico. Esto significa que el hombre es un animal mucho más fácil de impresionar que los otros, tanto en el pensamiento (es decir, en la compresión más amplia) como en el sentimiento y en la voluntad; cuando decimos “más facil de impresionar”, queremos decir que es excitable, irritable.
Los animales se diferencian menos unos de los otros, de lo que lo hacen los hombres entre sí; de hecho diferencias enormes dividen a algunos hombres de otros.
Así, lo que denominamos normalidad, que nunca existe en los animales y dentro de la cual todo oscila, existe todavía menos en los hombres. Los llamados hombres normales son individuos que oscilan muy cerca de un cierto tipo hiper-real; no de un tipo ideal, sino de un tipo de hombre perfecto, de acuerdo con la naturaleza, de un hombre con facultades perfectamente equilibradas. La experiencia más común de la vida, a la que llamamos intuición, nos enseña que no hay grados de normalidad en el hombre, sino sólo grados de anormalidad, es decir, que lo normal es sólo lo menos anormal.
Todo esto es algo relativamente trillado. El hombre es un animal con más anormalidad. En ningún lugar esa anormalidad (como la hemos designado) es más evidente que en la vida psíquica. El cambio continuo, la oscilación, es especialmente grande en esos hechos que son estudiados por la psicología.
Ahora bien, un lado de la anormalidad corresponde a la susceptibilidad a las influencias externas. Cuanto más anormal es el cuerpo, a más enfermedades se encuentra expuesto. Con la mente sucede algo semejante (…). La enfermedad requiere que exista una predisposición, es decir, una condición del cuerpo o de la mente que la haga posible. Esto es obvio. En la proporción en que la “anormalidad” o la oscilación son grandes, también son grandes la susceptibilidad a la enfermedad o la aberración.
Ahora bien, como la mente es más “anormal” que el cuerpo, la mente es más propensa a la aberración, más propensa a la enfermedad. Captamos ahora el motivo por el cual los locos y las personas anormales dominan con tanta facilidad a las multitudes.
2 – Ningún hombre es “normal” en un sentido absoluto. No hay línea divisoria entre lo normal y lo anormal, o entre la enfermedad y la salud. Estas expresiones son relativas a nuestra interpretación de ellas, en en el sentido de que las vamos a usar, es amplia y claramente intuitiva, en vez de exacta. Lo más cerca que podemos estar de una definición positiva de esas expresiones es observando que los hombres son física o mentalmente anormales, en la misma proporción en que son fácilmente dirigidos hacia la enfermedad, en que el funcionamiento de la actividad orgánica llamada salud se puede fácilmente convertir en el funcionamiento de la actividad orgánica llamada enfermedad.
No hay ningún hombre, por ejemplo, al que no se pueda enloquecer. La cuestión radica en la mayor o la menor dificultad en hacerlo, en la aplicación de métodos más o menos rebuscados para producir la locura. No existe ningún hombre al que no se pueda torturar- de un modo u otro- y empujar a la locura.