«La punta del iceberg»: suicidios de trabajadores, tragedias físicas y morales
Por Horacio Otheguy Riveira
Una obra muy interesante, interpretada por un excelente elenco con admirable puesta en escena de Sergi Belbel.
Estanterías blancas y cuerpos que deambulan a ciegas entre ellas. Ese es el breve prólogo, acompañado de los sonidos de una fábrica, una turbadora maquinaria de la que ignoramos su objetivo; está en marcha sin agobiar, sólo como llamado de atención, pues cuanto veremos es sólo La punta del iceberg: iceberg es el nombre de un prototipo «de algo» para levantar la decadencia económica de la mega empresa, pero sólo veremos las dramáticas situaciones de sus principales hacedores, sus trabajadores de élite, nunca la de los obreros, ¿también hay suicidios entre ellos?
El reflejo de la realidad imperante lo tienen los espectadores. Ya está muy visto que en una región de China, ante el exceso de trabajo la gente se arrojaba por la ventana, gente mal pagada y humillada de todas las maneras. Cuando la noticia saltó a las redes internacionales no modificaron el despótico sistema de producción, pusieron alambradas que imposibilitaran la autodestrucción. Y en una empresa poderosa de nuestra bienamada Francia, cuna y centro cultural pujante del mundo occidental, gente de clase media y alta se suicida de diversas maneras, a causa de la presión intolerable.
En La punta del iceberg de Antonio Tabares, llega una inspectora, con hermosa influencia de Llega un inspector (1945) de J. B. Priestley, maestro de diálogos poderosamente ricos a través de los cuales la vida circula con fuerza y el cinismo imperante en la clase dirigente encuentra su herida mortal. Las influencias entre los creadores están en el aire, no se trata de que Tabares fuera a esta fuente: pertenece al teatro social como maestría que aquí se desarrolla con mucho potencial novedoso, comienzo de un gran autor.
La belleza de la vida y el horror cotidiano
Todo el periplo de la investigadora que envían de la central está basado en personajes que nunca se juntan. Son diálogos de a dos con una trama semioculta a la manera de Harold Pinter, otro grande que se agazapa en este trabajo de excepcional valía, ya que importa mucho lo que se discute y plantea, pero importa más descubrir que ningún personaje es lo que aparenta y mucho menos lo que dice… porque el agobiante sistema que les hace trabajar una barbaridad de horas para que la empresa vuelva a obtener los altísimos beneficios perdidos lleva a muchos tipos de muertes, no sólo al suicidio físico: destrucción de pasiones, de amores, de deseos sexuales, de ansias de bondad, de la poesía infinita de un cuerpo que se entrega a otro y a la vez sueña con la atracción de la muerte que todo lo está envolviendo mientras se gana dinero y se vive… ¿pero de verdad se vive?
Nieve de Medina está casi dos horas en escena indagando, presionando, da con diferentes perfiles, todos los cuales intentan defender su sueldo, y el responsable del proyecto, feliz de que la producción suba y sea un ejemplo de enriquecimiento cueste lo que cueste a nivel de rendimiento humano, absolutamente convencido de que el porcentaje de suicidas es mínimo en comparación con esto o lo de más allá.
Y ella misma, la «detective» de Recursos «Humanos» ha de encontrarse con su debilidad al redescubrir a un antiguo amante, ahora sindicalista con muchas sorpresas.
La mujer fría e implacable que viene a buscar una respuesta que ya trae de antemano para proteger su sueldo y su prestigio, se muestra sensible, sexy, encantadora, débil como una niña, hambrienta de una vida plena como una mujer, y se encontrará con cosas que el espectador cree previsible… pero que también será sorprendido con un final implacable y a la vez abierto.
Un equipo óptimo en manos de un gran director
Recibir a Sergi Belbel en Madrid es algo muy importante para cualquier teatrero. No sólo por su talento como autor y director teatral, sino también por su demostrada sapiencia como director del Teatro Nacional de Cataluña durante varios años y guionista de cine. Un hombre de una capacidad creativa ilimitada. Aquí viene de tanto en tanto, pues su máxima producción es en Cataluña, pero cuando lo hace nos llena de plenitud, de emociones intensas, propuestas innovadoras. Tanto como autor dirigido por otro (Móvil, con puesta en escena de Miguel Narros, en el María Guerrero), o dirigido por sí mismo (Después de la lluvia, En la toscana…), o dirigiendo clásicos del siglo de oro (El alcalde de Zalamea, de Calderón de la Barca) o clásicos del siglo XX (Madre, el drama padre, de Jardiel Poncela) o la adaptación de una obra maestra literaria como El baile, de Irene Nemirovsky; o el impactante, bellísimo, encuentro en catalán con sobretítulos en castellano, de su puesta en escena de La plaza del diamante, novela de Mercè Rodoreda en versión teatral de Benet i Jornet…
Esta vez viene con un autor descubierto por su buena voluntad de creador a la caza de buenas historias. Sabido es que multitud de autores envían sus obras a gente de teatro que ni se molesta en conocer sus primeras páginas. Belbel sí las lee «hasta que se me caen de las manos». Y le encantó esta pieza y la propuso a José Luis Gómez, director de La Abadía, y aquí está, merecedora de llenos diarios, de colas de espectadores apasionados por conmoverse y encontrar perlas donde parece todo dicho.
Los actores son muy buenos. A la mayoría los conozco bien. Excepto Luis Moreno (con encomiable soltura encarna a un tipo desesperado por mantenerse en lo alto, y si por él fuera mataría a todos los demás puestos en fila, para ahorrar balas) y Pau Durá (impresionante en la variación de sus estados de ánimo, cómo elabora la suficiencia del seductor, la ambición del sindicalista, y el derrumbe alborotado del cínico).
Nieve de Medina afronta con mucha seguridad las vicisitudes de su personaje, sobre todo porque son más interiores que evidentes. Eleazar Ortiz tiene la antipática fuerza del sabelotodo en el comienzo, pero reaparece en el final con otras vestiduras que a su vez se encontrarán con situaciones inesperadas. Chema de Miguel tiene una sola escena, el camarero del bar de la empresa, el hombre que conoce a la gente por lo que come: Fulano de tal «es un cruasán a la plancha con café con leche, toda la vida igual», pero da información precisa de un mundo que se acaba, de una nostalgia dolorosa.
Y párrafo aparte para Montse Díez, una actriz muchas veces admirada, pero más aún en el singular Lope de Vega que hizo recientemente (Entre Marta y Lope), y aquí está maravillosa. Tiene dos escenas hermosísimas: una tomando el té, aferrada a su taza, y escondiendo mensajes verbales a la ejecutiva que viene a hurgar en las heridas; y otra superior, en la azotea, fascinada por la muerte y a la vez seducida por la vida que le queda. En ambas escenas predomina el mensaje físico en contraposición al verbal.
Todos los detalles tienen la dimensión de la obra de arte bien urdida, del mínimo al máximo, de la escenografía, los sonidos, el vestuario, la iluminación… el sello de Sergi Belbel, maestro al que ojalá volvamos a ver muy pronto en Madrid.
La punta del iceberg
Autor: Antonio Tabares
Director: Sergi Belbel
Intérpretes: Nieve de Medina, Eleazar Ortiz, Montse Díez, Pau Durà, Luis Moreno, Chema de Miguel
Escenografía: Max Glaenzel
Diseño de iluminación: Kiko Planas (AAI)
Espacio sonoro: Javier Almela
Vestuario: Vanessa Actif
Fotos: Ros Ribas
Lugar: Teatro de la Abadía. Sala San Juan de la Cruz
Fechas: 26 de febrero-30 de marzo de 2014
Hola, soy Luis Martín, autor de la foto que habéis colgado en la que aparecen Pau Durà y Nieve de Medina. Os agradecería que añadierais en el pie de foto que la autoría es mía y de la web Hoyesarte.com. Un saludo.
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