Hoy recordamos: Rompiendo las olas (1996), de Lars Von Trier
Por Raquel Alonso.
Lars von Trier está que arde. La promoción del estreno de su porno-film, Nymphomaniac, previsto para estas navidades, está acaparando todas las noticias cinematográficas. El director danés ha dejado claro que le gusta dar la nota. Sin ir más lejos, hace dos años fue declarado persona non-grata en el Festival de Cannes después de las declaraciones antisemitas durante el estreno de su filme más comercial Melancolía (2011).
Pero hubo un tiempo en el que Lars von Trier hablaba menos y dirigía mejor. Al realizador no le hacían falta los anuncios eróticos ni las polémicas, tan solo le bastaba con estrenar películas. Hace casi dos décadas firmó junto a Thomas Vinterberg el manifiesto Dogma. Mientras que algunos directores optaban por las imágenes digitales, un grupo de realizadores de Dinamarca apostó por un cine menos técnico y más primitivo. De este manifiesto nacieron películas importantes en la filmografía de von Trier como Dogville (2003), Los idiotas (1998) o Rompiendo las olas (1996). Esta última se convirtió en su apuesta más radical hasta el momento.
Bess (Emily Watson), una creyente devota, se enamora ciegamente de Jan (Stellan Skarsgård), un obrero de la plataforma petrolífera. Un pueblo costero de Escocia es testigo de la felicidad, el sufrimiento, el sacrificio y, sobre todo, del amor de Bess. Emily Watson lleva el timón de un barco que, sin duda, va rompiendo las olas con su interpretación. La actriz británica inauguró su carrera cinematográfica de manera insuperable entregándose en cada secuencia: desde la enamorada a la psicótica, pero siempre honesta Bess. El director traza un personaje bipolar que sufre una metamorfosis letal: la protagonista sustituye sus creencias religiosas por la fe en su amado quien, consciente o no, la manipula y la convierte en una sumisa y obediente esclava del sentimiento que él despierta en ella. Un amor constructor que se transforma en destructor de vidas. La enfermedad de Jan aprieta tanto los lazos de su dependencia que asfixia el sentimiento puro para convertirlo en eso que ahora está tan de moda desde que se descubrió cómo definirlo: relación tóxica. Bess es una yonqui que depende de las palabras de su camello como la droga que apacigua y, al mismo tiempo, enloquece. Una necesidad que desata la histeria y la desesperación de una persona cuya debilidad es aprovechada por el egoísmo de su compañero. Y, al mismo tiempo que el tema principal hipnotiza la película, aparece la eutanasia como un rayo argumental.
Y, ¿para qué se hacen las reglas? Pues para saltárselas. Y eso hace Lars von Trier con los principios del manifiesto Dogma. Fiel a la cámara en mano y a los rodajes sin construcción de decorados y rechazando la iluminación artificial, los efectos ópticos, los desarrollos superficiales y los elementos temporales, olvida que la música debe pertenecer al propio filme. Otros aspectos técnicos que destacan en la película son la abundancia de primeros y primerísimos primeros planos de los protagonistas, especialmente de Bess, quien, además, lanza miradas a cámara. Dividida en siete capítulos y un epílogo separados por títulos y presentados con música y paisajes externos, la película tiene un desarrollo y un final tan desgarrador como inesperado.
Un juego de campanas inicia la trama y también la cierra demostrando que la capacidad de creer es la habilidad que prevalece. Aunque la frase que serviría de sinopsis del filme es la que Jan dijo a Bess: “el amor es poderoso”.
Muy interesante. Este director ha ido dejando grandes joyas a lo largo de su carrera, y su trilogía Corazón Dorado parece lo mejor de ella junto con su aclamada Dogville. Les dejo aquí una crítica a otra parte de esta trilogía: Bailar en la oscuridad. http://indiadedama.com/bailarenlaoscuridad/