Entrevista a José||González por su novela "La visita"
Por Benito Garrido.
«Paralelas. Dicho de dos o más líneas o planos: equidistantes entre sí y que por más que se prolongan no pueden encontrarse. O no saben. O el camino que encuentran es más sencillo si al extender los brazos uno no choca contra nada.» José||González nació en Monforte de Lemos, Lugo, en 1981. Es graduado en cinematografía y artes visuales por la Universidad de León y ha cursado la cátedra de historia y estética de la cinematografía en la Universidad de Valladolid. Ha vivido en Londres y actualmente reside en Madrid. La visita es su primera novela.
La visita. José||González. Editorial Caballo de Troya, 2013. 112 páginas. 12,90 €
La abuela se ha acabado. Le da igual que rompamos todos los geranios de la terraza a balonazos, que nos sentemos en los sofás y tiremos los tapetes de ganchillo o estropeemos una vez más el mecanismo de aquel extraño dispensador de cigarrillos. Cuando estamos allí de visita nos persigue a mí y a mi madre, «¡Vámonos!», dice. La abuela se ha acabado pero su tiempo sigue vivo.
Más allá de la figura paterna, es la ausencia o presencia ancestral de los abuelos la que determina en buena parte el destino realista o fantástico de toda narración, pues, en definitiva, de su patrimonio y herencia depende, en última instancia, la constitución del imaginario familiar. Quizá por eso una sociedad que condena a sus mayores al frío y solitario acabamiento carece de imaginación colectiva y está obligada a producir y consumir una literatura con la que entretener la mala conciencia. Así reza la presentación de un libro que rescata ese inevitable hijo pródigo que todos seremos.
P.- ¿Cómo surgió La visita? ¿Cómo se te ocurrió hablar de ese malestar que el hombre tiene ante el trato a sus mayores y ante su relación con ellos?
En cierto modo está en la “Nota previa” que se incluye en el libro y que introduce a esta historia, en eso de: “es una necesidad, un momento”. Surge de una etapa personal complicada y en ella se reflejan todas estas cosas que nos ocurren a un gran mayoría. Entre ellas, sí, están nuestros mayores, la conciencia y la convivencia, la incomunicación…
P.- La incomunicación familiar, sobre todo padre-hijo, se va complicando con los años. ¿Se pierde quizás el ánimo por compartir, o simplemente se radicalizan las distancias?
Creo que es pura inercia y naturaleza. Mientras unos se arman y cogen fuerza, a otros se les va despojando irremediablemente de sus escudos. Creo que el problema va más allá del padre y del hijo, es probable que lo que perdemos es la sensación de haber ganado; al final estamos solos y todo se reduce a cómo has sabido o tratado de aprender a vivir. En definitiva, el problema es general y lo tiene quien no ha reparado antes en esta cuestión. Eso aboca a tal distancia, al malestar, a evitarse. Es cierto que no desentona tal actitud en el género masculino.
P.- Y si hay algún cariño que perdura, ese es el de la incondicional madre… ¿Siempre?
Pues depende del hijo, ¿no? Desde aquí, si pudiese o tuviese sentido o incluso competencia eclesiástica, exculparía a todas las madres incondicionales; lo cuál no significa que comparta la idea del amor incondicional, me parece un esfuerzo inutil y obviamente ciego. Como apuntaba antes, al igual que se debiera aprender a vivir, debiéramos tratar de saber querer. Querer no es un tarea exenta de capacidad.
P.- ¿Puede ser que las diferencias entre una generación y otra sean cada vez más grandes? ¿Quizá siempre ha sido así?
Creo no tener conocimientos suficientes como para decir algo sensato al respecto. Como observador y en mi propia experiencia, imagino que tiene mucho que ver con el nivel cultural y educativo y sus consecuentes ganas, apertura y posibles caminos hacia una cierta libertad. En esta línea, sería una cuestión interesante para plantearle a alguien leído y vivido o, en su defecto, como representantes y vehiculadores en nuestro sistema, a los sucesivos ministros de educación y cultura. Lo digo sin ánimo de aprovecharme de ningún tema polémico, sin acritud, en ellos debiera recaer parte de este peso, preocupación y responsabilidad. Esto me lleva a concluír con una pregunta generacional y probablemente diferenciadora: ¿hemos sido responsables?
P.- Incluso dentro del entorno familiar, ¿cada uno recuerda las cosas y las experiencias a su manera? Confrontarlas a veces no tiene buenos resultados.
Claro, ahí es dónde entra en juego eso de la capacidad y del querer. Nos define mucho el cómo reaccionamos ante los conflictos. La familia al fin y al cabo la conforman personas y nos enseña, entre otras cosas, que los defectos son salvables (incluso fuera de ella) poniendo un poco de cariño. Actitud.
P.- ¿Condenamos al aislamiento a nuestros mayores sin pensar que lo mismo nos pasará a nosotros en un futuro no muy lejano? ¿Llegamos a ser conscientes de ese hecho?
Creo que efectivamente existe ese orden, pero ahora mismo va más allá. Se suele decir que no aprendemos hasta que nos damos el batacazo por cuenta propia. Concretamente La visita invita a esta reflexión desde los abuelos, una cama, un joven parado y cierta desidia vital; se podría extraer que al ritmo socioeconómico que vamos ese concepto de “aislamiento” no está previsto únicamente para esos mayores. Sigo en mi tendencia de contestar preguntando: ¿llegamos a ser conscientes de este hecho?
P.- ¿Es la convivencia familiar fallida la que condena al silencio y a la separación? ¿O son las personas con su carácter y egoísmo particular?
Dicho lo dicho hasta ahora, y por compensar, me quedo con la segunda pregunta como respuesta.
P.- La abuela, ese personaje… ¿miraste hacia alguien cercano para dibujarla?
Traté de mirar hacia donde pude para intentar dibujarla de un modo digno y sentido. Creo que la figura de una abuela representa muchas cosas, muchos valores. Incluso rebuscando, y ya que estamos, en esa misma línea socioeconómica, podríamos hacer una pequeña indagación ahora mismo: empezar el primer capítulo sustituyendo “abuela” por la palabra: España.
P.- El poder de la sangre que no siempre tiene por qué ir ligado a los afectos, pero sí al dolor y a la angustia… ¿Es lo que tiene la familia?
Sí, sin duda, la familia tiene mucho de todo y de eso como núcleo, como germen, como pequeño reducto y escuela de conciencia. En ella confluyen y conviven esas bajas pasiones con la pureza de otras tantas cosas. En la mayoría de los casos y en el mío, los afectos superan con creces a todo aquello, será eso lo que nos hace sobrevivir y superarnos más allá de sangres o cerrazones.
P.- La narración en primera persona permite una identificación grata y a la vez incómoda con el lector. ¿Es lo que buscabas?
No la busqué, ni la diseñé, ni ha existido una intención pensando en cómo podría afectar al lector. Es más sencillo creer que surgió así, sin más; tal vez por eso, porque soy el primero que me identifico y porque parte de lo escrito me ha dado satisfacciones e incomodidades como ser viviente.
P.- Tu libro es un profundo ejercicio de amor, del que duele porque no se puede evitar… ¿Costó mucho plasmarlo en el papel?
Es difícil contestar a la pregunta. La escritura es un coste en sí misma, no tengo contra qué comparar, en casos como este supone una especie de ejercicio depurativo. Me parece muy interesante tu observación, me alegra mucho que lo veas así, de veras, y creo que es una muy buena síntesis de todo lo que he intentado decir.
P.- Hay una pregunta que por reiterativa puede ser incómoda pero que siempre resulta interesante: ¿Cuáles han sido tus referentes literarios a la hora de escribir?
Lo incómodo es que no soy el lector que me hubiese gustado ser. Aún así he tenido la suerte de toparme con gente que me ha orientado en este sentido. En concreto, hay una fase importante cuando estudiaba en Ponferrada. Eduardo Keudell y Manuel Cuenya me descubrieron a Onetti, a Roa Bastos, a Rulfo, a Faulkner, a Heidegger,…, lógicamente les estoy agradecido no por la posible influencia en mi inexistente obra, sino por su paciencia leyendo mis pequeños relatos y por haber tratado de enseñarme. Yo sigo tratando de aprender.
P.- ¿Tienes ya nuevos proyectos entre manos?
Ésta, imagino que para un autor, sí es la pregunta reiterativa e incómoda; lógica por otra parte. Aprecio el interés, Benito. En verdad la escritura es algo que debiera suponerse como inevitable, para mí lo es; ahora bien, en estos términos de: proyecto y autor, conlleva publicar y que otros quieran o digan que eres publicable o leíble. En mi caso todavía es pronto para hablar en serio de estas cosas, el otro día se dirigían a mi como: escritor emergente, pero sencillamente soy un tipo al que un editor al que admiro en todos los sentidos ha decidido publicar su libro. Constantino, aparte de mi aprecio personal, es el que ha dado y da valor literario a La visita. Llegado el caso, sería un placer tener la oportunidad de repetir y tratar de mejorar.
P.- Una curiosidad: ¿por qué capítulos numerados con letras que no siguen ningún orden?
Bueno… he intentado que se resuelva en el propio libro. La idea surgió en una conversación con Javi Ramos, un amigo, cuando yo tan sólo había escrito la primera parte. Él fue quien me propuso que las letras variasen en orden y creo que yo, maravillado, actué de inmediato y no le dejé ni por un segundo que él se construyese un: “la idea ha sido mía”; le encontré el sentido al momento para compensar hallazgo y acción. Bromeo. Es sencillo y relevante que a través de los demás hallemos o descubramos lo que realmente queremos decir. A veces maldigo a la autoría cuando se llena de egos.
El abecedario es limitado, tiene un orden y a través de él nos comunicamos. En este caso, creo que ese orden desordenado representa muy bien a esa concepción de la desmemorización, la impotencia, un ser que está en forma, en cuerpo presente, pero no está del todo. Gracias, Javi.