LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO (vol . II) Una historia moral de la propiedad
Primera parte de la recensión sobre LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO. Una historia moral de la propiedad (vol . II)
Por Juan Carlos Usó
En un mundo decididamente rendido a la tiranía de lo light, Antonio Escohotado —fiel a su estilo de nadar a contracorriente— nos está legando otra obra monumental, tanto por su extensión y la densidad de su contenido, como por el volumen de fuentes primarias utilizadas para su elaboración. Conociendo su temprana vocación por la filosofía, no nos sorprende la capacidad de trabajo que puede llegar a desplegar con tal de canalizar su arraigada pasión por desentrañar —siempre con la finalidad comprender— fenómenos propiamente humanos, o sea, complejos. A lo largo de su vida Escohotado se ha interesado por el destino genérico del ser humano, con sus respectivos fantasmas; por el derecho conyugal, con el conflicto entre decencia y libertad que caracteriza a la mujer grecorromana; por los denominados crímenes sin víctima, como singularidades jurídicas; por la fenomenología de la conciencia; por el miedo como pasión individual; por la naturaleza y el ejercicio del poder político en democracia parlamentaria; por el terrorismo como bucle realimentado; por la extrapolación de hallazgos en física y matemáticas a la historia social, la estructura económica y la organización política… Desde hace años ha vivido entregado —me consta de primera mano— al estudio de la pugna entre los enemigos de la compraventa y los defensores de la libre competencia. Muy felices se las prometía Antonio Escohotado en 2008, cuando apareció el primer volumen de Los enemigos del comercio: Historia de las ideas sobre la propiedad privada, en el sentido de que su obra iba a generar un “posible debate” en una España que ya empezaba a entrar en recesión. El entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, pronunció en público la palabra “crisis” para definir la realidad económica española y todo hacía presagiar que el debate estaba servido. Sin embargo, incomprensiblemente el silencio se impuso en los medios de comunicación. Recuerdo una referencia de Ángel Vivas en la sección de cultura del diario El Mundo, una reseña de Santiago Navajas en el suplemento de libros de Libertad Digital y poco más.
¿Por qué el último libro de uno de nuestros filósofos más reputados, y a la vez mediático, era condenado a aquella especie de ostracismo? Conocido por su extensa obra, a esas alturas Escohotado había contribuido en gran medida a aclimatar la obra de Hegel, la Escuela de Frankfurt, el pensamiento de Ernst Jünger, las biblias físicas y políticas de Newton y Hobbes, el liberalismo de Jefferson —en un momento en que su obra no había llegado al castellano—, la teoría del caos y la línea de investigación que lleva de Menger a Hayek, que es también el liberalismo moderno. Por no mencionar sus aportaciones a la sociología de la desviación y el cambio, ya esquematizadas en Majestades, crímenes y víctimas (1987), Historia general de las drogas (1989), El espíritu de la comedia (1992) y Rameras y esposas (1993). Dejando al margen su talla intelectual como pensador y escritor, sus apariciones en televisión, especialmente vinculadas al tema drogas, lo habían convertido si no en un personaje popular sí en un rostro familiar con un discurso muy estimulante. ¿Por qué aquella documentada y minuciosa aproximación al devenir del pensamiento occidental no obtenía el eco que esperaba alcanzar y sin duda merecía? A mi juicio, lo que determinó la falta de más comentarios en los medios es que se trataba —y se trata— de una obra incómoda para muchas personas y, por tanto, susceptible de ser considerada políticamente incorrecta.
Para empezar, se presenta como una genealogía del comunismo, que reconstruye —para entender— “quiénes, y en qué contextos han sostenido que la propiedad privada constituye un robo, y el comercio es su instrumento”. La investigación no arranca con Marx, ni con sus predecesores inmediatos, sino que propone un repaso de unos 2.500 años de historia en los que la humanidad lleva litigando sobre la faz de la tierra en torno a dos modelos básicos de sociedad: uno clerical-militar, calificado por el propio autor como “sublime”, que estaría sujeto a la autoridad de un rey-mesías, y otro comercial e industrial, que resulta mucho más “prosaico”, en el que la autoridad habría dejado de ser sagrada. El conflicto en la antigua Grecia, con Atenas como modelo de sociedad comercial y Esparta de sociedad clerical-militar; los esenios y su conversión en secta ebionita, con especial atención al papel de Jesús y su primo Juan el Bautista en su expansión; el conflicto entre Roma y Cartago, como nuevo ejemplo de pugna entre un modelo clerical-militar y otro de sociedad comercial; el triunfo del cristianismo y de los Evangelios en pleno proceso de desintegración del Imperio Romano, con la consiguiente reducción del mundo concreto a un “banco de pruebas para aspirar al premio o castigo de ultratumba”; los primeros alzamientos comunistas reconocidos como tales ocurridos en la baja Edad Media, que acabaron cristalizando durante el Renacimiento en las grandes guerras campesinas de checos y alemanes… La historia entera de Occidente hasta la Revolución Francesa, con la implantación del Terror, desfila ante nosotros para transmitirnos la idea de que el nexo entre los distintos movimientos comunistas a lo largo de la historia es su hostilidad contra el comercio y la riqueza derivada del mismo.
La tesis defendida por Escohotado puede incomodar tanto a personas de profundas raíces y convicciones cristianas, como a personas que se tengan por marxistas y también anarquistas. Es comprensible que ese “principio de continuidad” que propone entre personajes como Jesucristo, Pedro el Lector, Müntzer, Marat y Lenin, por citar tan solo unos ejemplos, no resulte nada fácil de digerir tanto al “comunismo milenarista” y sus “militantes teológicos” como al “comunismo” y sus “militantes ateos”. Muchas personas pueden incluso llegar a sentirse científico ofendidas cuando Escohotado acusa al comunismo de llevar veinte siglos abogando por abolir compraventas y préstamos para defender “a quienes obtuvieron peores cartas”, es decir, a los auténticos desfavorecidos, al lado de quienes “son incapaces de autogobernarse o sencillamente no están dispuestos a tratar la vida como un juego, aunque sus reglas sean claras”. Como el autor ha demostrado a lo largo de su dilatada trayectoria, nunca ha tenido demasiado reparos a la hora de poner sapos en el sagrario, ni tampoco de meter el dedo en la llaga, de modo que la obra incide sobre otras dos cuestiones espinosas: por una parte, pone de manifiesto que históricamente el odio popular no se ha proyectado tanto hacia el rico de cuna como hacia el rico que ha empezado pobre, es decir, al que deja de serlo gracias a una mezcla de suerte y esfuerzo, al único que en realidad merece serlo; por otra, enfatiza el hecho de que las revueltas comunistas no se han dado en coyunturas de penuria económica, sino todo lo contrario, en fases de expansión económica, progreso y desarrollo de la libertad. Y más todavía, que el miedo al comercio, que se encuentra en el origen de todos los movimientos de signo igualitarista, está relacionado con el miedo precisamente a la libertad, a lo no gobernable, y que dichos brotes de comunismo no son sino reflejo de un “especial horror a la incertidumbre”, un clima que paradójicamente suele acompañar a esos momentos de bonanza y prosperidad. Así, en contra de quienes presentan el comunismo como el fruto maduro de las dificultades y desigualdades económicas, y explican su emergencia en la historia contemporánea aludiendo a las penurias del proletariado industrial, Escohotado lo entiende más bien como una manifestación de cierta nostalgia de las seguridades que ofrecía el modelo de sociedad sujeta a un autócrata divino.