Sleeping Beauty (2011), de Julia Leigh
Por Miguel Ángel Martín Maestro.
Fantástico debut de esta directora australiana, película que fue proyectada en Cannes 2011 y que no ha llegado a las pantallas españolas, y que toma como anécdota a desarrollar el libro de Kawabata, “La casa de las bellas durmientes” más el lado oscuro y adulto del cuento de la bella durmiente, pero que nadie piense que estamos ante un cuento, salvo que éste sea de terror.
Hay personas sensibles ante las imágenes, las que no soportan la visión de la sangre, de torturas, de decapitaciones, evisceraciones varias… no es mi caso, lo que veo lo traduzco en recreaciones de la realidad dentro de una ficción y esas imágenes sádicas y violentas no me perturban. Y sin embargo, esta bella durmiente, (la joven protagonista Emily Browning está sobrada de belleza, despierta y durmiente) no vive un cuento de hadas ni un cuento de violencia expresa y sangrienta, sino una pesadilla digna de Poe en un mundo de lujo y perversión del que ella es el juguete pero nunca será quien maneje los hilos. Y esas imágenes, asépticas, limpias, esterilizadas, son capaces de hacer más daño y golpear más dentro que todas las cuchilladas que Kruger nos proporcione mientras dormimos.
La lucha de clases, la dominación inherente a la misma y la humillación del necesitado frente al poderoso giran alrededor del comportamiento de Lucy, una princesa de barrio o/y de barro que busca un príncipe no necesariamente azul para escapar del camino cuesta abajo que es consciente de estar asumiendo. Lucy es estudiante universitaria, hija de madre alcohólica violenta, comparte piso sin buenas relaciones con los demás ocupantes, tiene deudas, trabaja de camarera, en una imprenta, se presta como cobaya humana de laboratorio, hace de scort por la noche y no duda en prostituirse para obtener dinero con el que mantenerse a flote y ayudar a ese amor imposible que agoniza y con el que comparte cereales con ginebra, y claro está, duerme cuando puede y de día, a veces con ayuda de algún estimulante nasal.
Este Leaving las Vegas australiano es más descorazonador y arrebatador que el precedente, no hay drogodependencias ni afán autodestructivo, ni el protagonista tiene suerte de contar con alguien que le ayude y le ame, es la soledad absoluta del corredor de fondo enfrentada a su propia inmolación por desgaste, alcanzando el summum de vejación cuando entra en un selecto club al estilo “eyes wide shut” de Kubrick, en el que están prohibidas las penetraciones y los malos tratos, donde las chicas también pueden escalar en el ranking, desde somelliers en ropa interior, a camareras complacientes o bellas durmientes. Todas ellas para recreo, más visual que otra cosa, de un grupo de septuagenarios y octogenarios llenos de poder y dinero pero impotentes y que, para no sentir la humillación de ser incapaces de tener sexo por dinero, prefieren que las bellas sean dormidas mediante la ingestión de algún tipo de droga, y de esa manera, disfrutar , con el tacto o la visión, de cuerpos jóvenes, complacientes y sumisos, que, cuando despierten, no recordarán nada de lo que haya podido pasar, con lo que los clientes no sólo salvan su identidad, sino su maltrecha virilidad.
La directora plantea la historia como un reto para el espectador en tanto en cuanto nos ofrece la mínima información posible del porqué actúa así nuestra protagonista y del porqué de las cosas que pasan en su vida, cómo es capaz de venderse a cara o cruz o de pedir matrimonio por sorpresa a quien intuimos un antiguo pretendiente. Y en esto que gran parte de la crítica ha denostado por lo que entienden una sucesión de escenas sin sentido, reiterativas y caóticas, reside, para mi, gran parte del atractivo de esta directora-novelista, al igual que Lucy desconoce qué sucede en esas sesiones de sueño provocado, y que van perturbando su equilibrio mental , de por si bastante frágil, el espectador siente una cercanía con la protagonista porque este mismo espectador desconoce si lo que necesita Lucy es amor, dinero, compañía, sentirse útil en definitiva y no una mera superviviente. Lucy despierta de sus sueños alienada por su propio comportamiento y llena de dudas, las mismas que tenemos ante la visión de tanto horror cotidiano, de tanta vejación gratuita por parte del poderoso. No hay moral ni mensaje bienintencionado en las imágenes, el final nos lo demuestra, son negocios y en los negocios se gana, se pierde, se vive, se muere, se sobrevive. Las ganas de saber por parte de Lucy se revelarán en toda su intensidad, quizás hubiera preferido mantenerse en la inopia, o quizás a partir de entonces recoloque las piezas del puzle y sea capaz de comprender el porqué de muchos de sus comportamientos.
Ahora que todo el mundo habla de Gravitys, de ojos cerrados, de brujas voladoras a mi me da por hablar de cine “invisible”, soy así, ya sabéis que los aficionados a algo tienden a ser unos snobs y pretender conocer más que el resto del mundo, espero que no me cataloguéis así y lo entendáis como una posibilidad de conocer una película ocultada, a la que puede llegarse mediante vías alternativas fácilmente accesibles y que hace no muchos años hubiera estado en cartelera en los circuitos de v.o., o incluso doblada aprovechando el “escándalo” de que su actriz principal aparezca más tiempo desnuda o semidesnuda que vestida en pantalla. Ahora que los cuerpos desnudos se venden tan baratos por internet ni por esas cine como éste consigue ser exhibido, pero no por ello merece ser silenciado.
Muy buen análisis, muchas gracias. 🙂
Yo soy de las que no tolera la violencia física pero si la psicológica. La película me fascinó por su profundidad, la terrible soledad de una chica desamparada en un mundo tan indiferente y violento.¿Cuántas personas vivirán el vacío y sin sentido de Lucy ? Su esfuerzo por sobrevivir a como de lugar pero sin mucha consciencia, finalmente profundamente vulnerable y lastimada
Excelente analisis!
Gracias