El ordeno y mando de ‘Doña Perfecta’ en una ciudad corrupta
Por Horacio Otheguy Riveira
La vigorosa furia de Pérez Galdós en 1876 llega muy bien adaptada por Ernesto Caballero a la España del siglo XXI con similares estigmas nacional-católicos.
Una bendición de los dioses del teatro que el Centro Dramático Nacional exhiba una obra de Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canarias, 1843-Madrid, 1920), imbatible crítico del sistema, rebelde iconoclasta, creyente que detestaba el abuso de poder de la Iglesia, liberal cuando serlo se consideraba revolucionario, investigador periodístico, novelista principal y dramaturgo que llegó a dirigir el Teatro Español, donde estrenó una versión de su novela Doña Perfecta.
Un hombre muy creativo con una capacidad de trabajo impresionante, para quien el teatro formaba parte de su vida literaria, ya que es normal en cualquiera de sus grandes novelas que luego creara una versión teatral (Misericordia) o que incluyera observaciones características del teatro en la narración (Tristana o Fortunata y Jacinta, por ejemplo, tienen acotaciones típicas de las obras teatrales).
Ernesto Caballero prefirió adaptar la novela y luego dirigirla, no conforme con la teatralización de don Benito; un acierto con el que logró trascender los límites de la época y plasmar en el aquí y ahora una excitante aventura que respeta la época original y su voluntad de revolución reprimida, en la que quedan muy claros los motivos y los instrumentos de los triunfadores que no conquistaron una justa paz, sino una sangrienta victoria.
Sabor amargo, muchos años después
Lamentablemente, aquellos siniestros personajes nos gobiernan aún, ya que permanecen los mismos modelos de hipócritas en el poder, de falsos moralistas: un grupo social de poder económico que reprime hasta la castración toda posibilidad de cambio: una dictadura con apariencia democrática, una capacidad de negociación en las formas, que esconde una truculenta manera de castigar cualquier cambio verdadero, imprescindible, para la evolución de la sociedad.
Doña Perfecta es ya una obra del siglo XIX que expresa muchas ideas y emociones que no necesita mencionar, pues se hacen presentes por mera traslación poética, por asociación libre, y que alcanzan con singular violencia a nuestros días.
Cuando se habla del hambre en las calles, de vagabundos, las fuerzas vivas (el cura, la mujer terrateniente, el obispo, sus adláteres…) contestan “que de eso se ocupa la caridad”. Cuando las creencias religiosas no son más que supersticiones, acusan a quien así lo señala de bárbaro peligroso que hay que desalojar cuanto antes, pero con la mejor sonrisa de camaradería, por muy falsa y siniestra que resulte, pues ejercen de comprensivos de otras ideas, en un mar de cinismo permanente.
Eficaz plasmación escénica
El escenario giratorio vuelve a lucirse después de mucho tiempo sin funcionar en este teatro María Guerrero, y es aquí una maravilla de casa de muñecas donde el juego y la ferocidad logran empatizar; en la que se conjugan las artimañas de Doña Perfecta y su séquito de serviles y socios ante el querido sobrino que muy pronto se convertirá en un tipo peligroso, porque es portador de nuevas ideas, de propuestas de libertad que deben ser desterradas cuanto antes.
Entretanto, la ingenua criatura, la única hija, sufre un proceso singular, una dramática evolución que la arrastra al amor por el primo que detesta la vida de esta maldita ciudad de Orbajosa, tan llena de prejuicios y maledicencias, y empieza a pensar por sí misma, aprendiendo a amar y a ser libre, capaz de gritar: “Aborrezco a mi madre”.
Es la dulce e ingenua Rosario, muy bien interpretada por Karina Garantivá, quien logra preciosas escenas junto a su gallardo caballero, Pepe Rey, el hombre que revolucionará la ciudad y la familia, interpretado con estupendos matices y poderosa energía en el difícil tramo final por Roberto Enríquez.
Hay mucho más en el escenario giratorio que sorprende con sus distintas exhibiciones, como, por ejemplo, un cura fatídico y sumamente cínico (Alberto Jiménez); un abogado entre ladino e ingenuo, “Jacintito” (Jorge Machín), muy manipulado por el sacerdote, posible padre biológico; un Don Cayetano que es perfecto modelo de nacionalista demente que se cree puro historiador-arqueólogo (una vez más, magistral interpretación de José Luis Alcobendas), y una Perfecta (Lola Casamayor) sombría en cuyas sonrisas no logrará posarse la menor posibilidad de esperanza, porque acabará por matar la esperanza a través de su propio símbolo del poder más oscuro, capaz de mil triquiñuelas para destruir la mera ilusión de un mundo mejor.
Doña Perfecta
Autor: Benito Pérez Galdós.
Versión y dirección: Ernesto Caballero.
Asesor literario: Fernando Doménech.
Intérpretes: Lola Casamayor, Roberto Enríquez, Alberto Jiménez, José Luis Alcobendas, Diana Bernedo, Karina Garantivá, Jorge Machín, Toni Márquez, Julia Moyano, Paco Ochoa, Belén Ponce de León, Vanessa Vega.
Escenografía: José Luis Raymond.
Iluminación: Paco Ariza.
Vídeoescena: Álvaro Luna.
Vestuario: Gema Rabasco.
Lugar: Teatro María Guerrero.
Fechas: Hasta el 24 de noviembre de 2013.
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