Declaración de (malas) intenciones
Por FERNANDO J. LÓPEZ. A la izquierda le ha faltado, en materia educativa, la desvergüenza que practica la derecha. Esa falta de pudor con la que ni siquiera esconden sus intenciones a la hora de segregar, discriminar y, por último, condenar al ostracismo a quienes consideran que no deben tener opción alguna de escalar un solo peldaño en la pirámide social.
Ávidos y exhibicionistas en sus formas, eliminan becas, suben tasas, cierran centros públicos y financian -a cambio- con el dinero de todos colegios e institutos que practican el ancestral arte de la división por sexos, para ahondar así en la mala educación sexual que, en los infaustos tiempos pasados, ya vivió este país. Para qué avanzar en igualdad si podemos practicar lo contrario.
Tampoco disimulan sus ansias de catequizar, así que suprimen aquellas materias incómodas -las que defienden los valores democráticos, como Ciudadanía, o los criterios científicos, como Ciencias del Mundo Contemporáneo- y sustituyen la Constitución por el Testamento y a Darwin, por el Génesis. Por supuesto, no se trata de una lectura literaria de los (desde ese punto, fascinantes) textos bíblicos, sino de una versión dogmática en la que se imponen los valores más rancios de la iglesia católica, esos que condenan la homosexualidad, y el aborto, y el divorcio, y cuanto derecho social se ha conseguido a pesar de la negra sombra de sus sotanas.
Lástima que la izquierda no tuviera el mismo desparpajo para acabar de una vez con la religión en nuestras aulas. O para defender las Humanidades y las Artes -la música, la plástica…-, defenestradas en este nuevo sistema educativo que concibe a los alumnos como futura mano de obra y no como personas a quienes haya que formar.
A cambio, la derecha -en esta debacle cultural wertiana– ha comenzado su ataque indiscriminado contra la educación pública y la cultura. Ha convertido de nuevo la tortura animal en evento televisivo, ha espantado al público de teatros y salas de cine con su subida del IVA y ha demonizado a los docentes, ese sector que tanto le molesta en su afán por adocenar y manipular las mentes de quienes no deberían molestarse en pensar.
Es una pena, desde luego, que no hayamos tenido ministros recientes de Educación y Cultura de izquierdas tan impúdicos en sus intenciones como el nefasto ministro actual de la derecha. Quizá, en ese caso, no sería tan sencillo que la apisonadora del actual des-gobierno funcionara con tanta (perniciosa) eficacia. Causando destrozos que, como es evidente, serán irreparables.