El cine de lo invisible
Por FENANDO J. LÓPEZ. Que una película como Romeos tarde dos años en estrenarse es una mala noticia. Igual que lo es la retirada de casi todas las salas de Keep the lights on al poco de su llegada a los cines españoles.
Afortunadamente, salas como los Verdi y los Renoir -qué haríamos sin ellos los amantes del buen cine- sí apuestas por este tipo de películas en las que las carencias de presupuesto se suplen con buenos guiones, buenas interpretaciones y, sobre todo, con el tratamiento de temas que en esta sociedad donde la homofobia sigue siendo un grave problema resultan más que necesarias.
Quizá por eso, porque en pleno siglo XXI nos llegan noticias de adolescentes gays torturados y asesinados por su condición sexual, resulta aconsejable acercarse a películas tan naturales, visibles y sinceras como estas. Porque están narradas con naturalidad, sin afectación, en dos registros tan clásicos como diferentes y, sobre todo, tan universales que resulta absurdo etiquetarlas con la etiqueta reduccionista de cine gay.
Romeos es una comedia romántica de las de siempre, con personaje introvertido y conflictivo -Lukas- frente a personaje extrovertido y efervescente -Fabio-, suma elementos de drama adolescente y hasta unas gotas de cine de instituto, pero salva los tópicos y clichés para narrar, con humor y emoción, una buena -y sencilla- historia. Podemos comenzar su resumen con el dato de que Lukas es transexual, sí, pero entonces desvirtuaríamos una película que pretende normalizar desde el relato de la vida cotidiana de un chico que tiene que defender su identidad de quienes no le ven tal y como él se siente. Y esa sensación de que nos miran de modo distinto al que somos nos afecta a todos, más allá de nuestro sexo o de nuestra condición. ¿O es Lukas el único que tiene la impresión de que no encaja en el mundo en que vive? Una película que aún puede verse en los Verdi y que merece, sin duda, una oportunidad.
En cuanto a Keep the lights on, se apuesta por otro género igualmente clásico: el drama intimista. Erik, convertido en un yonqui emocional capaz de soportarlo todo por el amor que siente hacia su pareja. Y Paul, un personaje con más recovecos y en el que la adicción acaba abriendo grietas que se convierten en abismos en su relación. Podría ser un film de Bergman, o un spin-off de la trilogía de Antes de amanecer, o una propuesta a lo Blue Valentine. Porque tiene, como todas ellas, esa capacidad por desnudar los sentimientos de sus personajes, convirtiéndonos en más que voyeurs de lo que viven al obligarnos a atravesar su espejo y reflejarnos, queramos o no, en la cama que Erik y Paul comparten. También podemos conformarnos con calificar este film de cine gay pero, de nuevo, mentiríamos. Es puro melodrama contemporáneo, aunque los espectadores rehúyan los títulos de pequeño formato, en los que no hay más explosión que la del verbo y el silencio de sus protagonistas.
Como dramaturgo, en medio de este desolador panorama donde las emociones que no van revestidas de comercial melaza suscitan tan poco interés, no deja de sorprenderme que Cuando fuimos dos siga viva en la cartelera madrileña a partir de septiembre. No sé a qué se debe ese profano milagro, pero sí me permite creer en que la narrativa de los sentimientos -de lo pequeño, de lo invisible, de lo fugaz- nos interesa más de lo que la publicidad y el marketing quieren hacernos pensar. Me permite convencerme de que el amor se puede contar sin etiquetas -igual que se vive sin ellas- y que hay espacio para propuestas donde la vida se ponga en escena -o en pantalla- sin estridencias ni manidos cliffhangers, porque la realidad es mucho más simple y, a la vez, más compleja que todo eso.
Esas cicatrices invisibles son las que atraviesan la piel de Romeos -las de la crisis de madurez, las de la búsqueda de uno mismo, las de no saber quiénes somos pero sí quiénes intuimos ser- y la piel de Keep the lights on -las de la vida en pareja, las de la desconfianza, las de la incomunicación insondable que abren ante nosotros ciertas palabras. Por eso, supongo, me han interesado ambas propuestas, porque su ambición es tan honesta como sus intenciones, porque no hay trucos ni ases bajo la manga, porque se sostienen sobre un guión bien estructurado, unas interpretaciones convincentes y una dirección que sabe contar y sumar todo ello. Y, porque -en definitiva- tienen mucho que ver con mi visión como autor teatral, como novelista y como espectador, más interesado por la acción que no se narra y, sin embargo, sucede por debajo de cuanto sí se cuenta.
Si pueden, véanlas antes de que algún blockbuster apocalíptico y lleno zombies, vikingos, aliens y efectos (nada) especiales las devore. Algo que, teniendo en cuenta lo megalómano de la venidera cartelera, no tardará en pasar.