La magdalena de Proust
Por VÍCTOR F. CORREAS. Posiblemente cuando Marcel Proust terminó de escribir ‘En busca del tiempo perdido’ – con sus siete tomos y más de tres mil páginas de vellón-, nunca imaginó que muchos –millones de personas, tal vez- resumieran tan magno esfuerzo narrativo en una única escena de ‘Por el camino de Swann’.
Ya saben, el regusto a té mezclado con pastel que impregnó el paladar de su protagonista, desatando toda una serie de recuerdos. No tiene porqué ser una magdalena; un atardecer de cielos impregnados de intensas llamaradas rojas; un amanecer azul, limpio; escuchar las olas del mar desde un acantilado recostado en una piedra; el canto de un ave en el solitario campo mientras contemplas la cercana… Imágenes, emociones y sensaciones que activan un desconocido resorte en nuestra cabeza, recreando momentos del pasado, evocaciones vividas, lugares…
En nuestra vida conocemos a infinidad de personas, enclaves o anécdotas que imprimen –con mayor o menor calado- un recuerdo en nuestra alma. Pasajeras o duraderas, las unas y las otras anidan en algún rincón de ese maravilloso disco duro que es nuestro cerebro a la espera de que una chispa los encienda. Y es entonces, cuando la chispa toma su protagonismo, que nos damos cuenta de lo efímera que es la vida, de lo rápido que circulan los vagones de nuestra existencia conforme adquieren velocidad y ya no se detendrán hasta la estación de destino; de esos recuerdos que nos retrotraen a etapas concretas de nuestra vida; el primer chico, la primera chica, cuando descubrimos lo que era el amor, los efectos devastadores del rencor y el odio de una relación interrumpida o finiquitada de mala manera…
Todos tenemos el sabor de nuestra particular magdalena en el paladar. Lo realmente curioso es que aún no sepamos por qué ciertas remembranzas vienen a nosotros por tal o cual detalle, en muchos casos insignificante; ni tampoco qué razones nos impulsan a recordar ciertas cosas años después de haberlas vivido simplemente mediante la aparición de una anécdota en nuestra vida. Los científicos siguen estudiando –dicen- para averiguarlo. Mientras, el misterio. Un eterno misterio tan antiguo como el hombre, como la vida misma. Y todo por una magdalena. Por culpa de una magdalena. Ese Proust.