La gran estafa de Alberto Garzón: lo nuevo todavía por construir
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
Decía Antonio Gramsci, el autor de las extraordinarias Cartas desde la cárcel, que los momentos de crisis son aquellos en los cuales muere lo viejo “y no puede nacer lo nuevo”. Las palabras que en su día escribió Gramsci adquieren hoy una relevancia difícilmente cuestionable; el viejo sistema capitalista y el neoliberalismo que, desde una naciente Inglaterra industrial a finales del XVIII, ha impregnado la sociedad Occidental han mostrado finalmente su rostro, se han finalmente revelado como los dos principales agentes de, en palabras de Alberto Garzón, Una gran estafa, de cuyas consecuencias somos actualmente víctimas. Sin embargo, y tal como decía el teórico político italiano, nada nuevo nace de las ruinas, nada renace de las cenizas del presente, el discurso hegemónico, vestido de negro, recorriendo los pasillos del Congreso o tras el nombre de Troika, no acepta su derrota. Si bien el pesimismo absoluto no es la solución, resulta difícil no decaer en el peor de los cinismos; sin embargo, ante todo, es necesario enfrentarse a este natural y casi inevitable sentimiento. El cinismo paraliza, termina por convertirse en una pasiva aceptación de las circunstancias o en peligroso “cualuncuismo”, tan conocido por las cercanas tierras de Gramsci.
Con su ensayo La gran estafa, Alberto Garzón no sólo recorre con mirada analítico-crítica el camino que ha conducido hasta el actual escenario, sino que propone una alternativa, propone una economía que, sin divorciarse del arte político, se oponga de forma definitiva al sistema capitalista neoliberal dominante. Como recuerda el propio Garzón, en 1992 Fukuyama declaró, en su famoso libro de artículos, la muerte de la historia; su condena fue una más entre muchas otras: Lyotard, algunos años antes, en el fundacional ensayo La condición postmoderna declaraba la muerte de los grandes relatos, mientras que Danto afirmaba que el arte también había llegado su fin. A finales de los años ochenta y a lo largo de los noventa el denominado postmodernismo, declarando la muerte y la inviabilidad de las ideologías que habían caracterizado el recorrido de las sociedades, no sólo abría las puertas a un peligrosa actitud de indiferencia, al “todo vale”, sino que condecoraba al liberalismo político y económico como vencedor de los seculares enfrentamientos entre las distintas ideologías. Ya no había ideologías, las ideas habían, afirmaban algunos teóricos convencidos, habían muerto, pues se había entrado en una época en el que el “laissez faire” ilustrado había impregnado todos los ámbitos de la sociales. El “piensa por ti mismo” de Kant se había desvirtuado, nada quedaba de aquella mentalidad ilustrada que había dado lugar a la Revolución Francesa; ahora el pensar por uno mismo no era más que una forma más de afirmar la tendencia liberal: “laissez faire”, pues ya no hay alternativa, “laissez faire” porque todo control, toda restricción es inútil. De la misma manera que la economía se regula sola, la historia, nos decían, se escribe también sola i, a partir del ya famoso y manido lema de Margaret Thacher, “There is not alternative”, sólo se debía esperar, contemplar pasivamente, a que un gran y aparentemente anónimo poder económico gestionara libremente el rumbo a tomar.
Fue grande el error, como fue grande la estafa y tras ellos, como observa Garzón a lo largo de su ensayo, hay nombres, hay responsables. Vaciado de todo sentido, el lenguaje se ha convertido en el medio de la peor de las manipulaciones: tras frases hechas se trata de esconder la realidad de lo acontecido y sus responsables. La economía no camina sola como tampoco los sobres llegan solos a manos de sus destinatarios; Alberto Garzón no sólo quita las máscaras a los responsables, sino que pone encima de la mesa un hecho todavía más relevante: los responsables de hoy son los herederos de una tradición económico-política en la que los “estafadores” actuales encuentran la justificación de sus actos. No hay justificaciones, ni diferidas ni indiferidas; hay sólo unos hechos, una historia que, lejos de haber llegado a su fin, debe ser rescatada para poder reconducir nuevamente a la sociedad en un camino que haga finalmente honor al lema de 1789. “Hemos de romper el criterio de la rentabilidad”, escribe Garzón en la conclusión de su ensayo, “y sustituirlo por un criterio social que nuestras nuevas instituciones democráticas nos permitan discutir en sociedad”; para establecer las bases del futuro es necesario “recuperar lo mejor del pasado y del presente”. Sin temor a la criminalización, a la que están sometidos todos aquellos movimientos que desde la sociedad civil hacen oír su disconformidad contra el poder institucionalizado, el ciudadano debe ocupar el espacio público, debe reapropiarse del ágora para reclamar no sólo los cambios en la política económica mencionados por Garzón, sino también y sobre todo una participación activa en las decisiones políticas, pues la sociedad no pertenece a los partidos, no pertenece a las grandes multinacionales o a los grandes poderes fácticos, sino a cada uno de los ciudadanos que la componen. Como apunta Alberto Garzón a lo largo de su ensayo, la política y la economía deben regresar a la sociedad, deben ponerse nuevamente al servicio de la sociedad civil : las agujas de la brújula deben cambiar de dirección para no continuar navegando a la deriva.
De la misma forma que hay que huir del cinismo, no hay que dejar, nos advierte el autor de La gran estafa, que “los Gobiernos conviertan la frustración en resignación”, para ello es necesario recuperar el ágora como lo han hecho el Movimiento 15-M, la Plataforma de afectados por la Hipoteca o las diferentes mareas que han recorrido las calles. Recuperar el ágora quiere decir, al mismo tiempo, mostrar la disconformidad con las decisiones gubernamentales, es decir, negarse a aceptar las disposiciones elegidas desde un Parlamento paradójicamente vetado a la ciudadanía. No llama la atención a que Alberto Garzón recurra a Thoreau, pero no al Thoreau de Walden, sino al de Desobediencia Civil quien alentaba a los lectores a desobedecer a las leyes injustas: el consenso, comentaba hace algunos días Juan Diego Botto, no es bueno a priori, depende de lo que se consensue. Frente a decisiones legislativas injustas, Thoreau se pregunta: “¿Nos contentaremos con obedecerlas? ¿Intentaremos corregirlas y las obedeceremos hasta conseguirlo?” . No hay que huir de la sociedad, no hay que aislarse de ella como hizo Throreau en su Walden, la desobediencia civil, como señalaba hacer algunos años el gran Fernández Buey, forma parte de la sociedad, es una de las posibles respuestas del ciudadanos al estado que les gobierna.
La gran estafa llama a la reflexión; no es necesario saber de economía para adentrarse en sus páginas y reflexionar junto a su autor acerca de las alternativas posibles. Algunos dirán que es paradójico que este libro sea precisamente escrito por alguien que forma parte de la denominada casta política; no les reprocharé el prejuicio, pues quien les escribe tuvo también ese prejuicio. Toda generalización es falsa, no todos los políticos son iguales, aunque la cercanía al poder y la coparticipación en el juego político borra siempre la perspectiva. No se trata aquí de juzgar a Alberto Garzón como político, este artículo no es más que una reflexión a partir de un libro sin duda interesante. Los electores son quienes deben juzgarle y los analista políticos son quienes tienen los conocimientos apropiados para analizar su política. Por parte de quien les escribe, sólo cabe afirmar que La gran estafa es un ensayo interesante en la que, a través de una lectura crítica de la historia reciente del pensamiento capitalista-neoliberal, se propone fundar el futuro a partir de nuevas bases. Sin el optimismo enfermizo que atacó a algunos políticos y sin las falacias retóricas que impregnan el discurso de otros, la visión de Garzón resulta equilibrada: la esperanza que configura sus páginas no es ajena al largo camino todavía por recorrer y a los grandes obstáculos todavía por derribar. Y, como último apunte, si bien Alberto Garzón muestra un economista conocedor de la realidad a la vez que un político cercano a cuanto sucede más allá de los despachos y de los análisis económicos, Garzón no es un joven más. Se aprecia el nosotros utilizado recurrentemente para hablar de de los jóvenes, “los principales afectados por el desarrollo de esta crisis económica”, pues “nos están despojando de las conquistas sociales que arrancaron a los poderosos nuestros propios padres y abuelos, pero también nos están arrojando a un futuro incierto”. No es tu culpa, pero sea como fuere, miro a mi alrededor, contemplo mis 27 años y sólo puedo decir que tienes suerte, tú no eres como nosotros.
El fallo de esta posición política está en la base misma. Se identifica el “capitalismo neoliberal” con los males de la crisis. Esto se puede comprobar cuán erróneo es al comparar el grado de capitalismo de cada país con los indicativos del nivel de vida de sus ciudadanos (PIB per cápita, alfabetización, esperanza de vida, mortalidad infantil, porcentaje de población en la pobreza, etc.). Cuando se hace esto se comprueba una relación evidente: a más capitalismo, mejores son todos los índices. Todos. Pueden comprobar esto en el estudio que hace anualmente el Wall Street Journal donde mide el grado de libertad económica, o en términos de Alberto Garzón, “capitalismo neoliberal”, en cada país: http://www.heritage.org/index Comprobarán que hay una correlación perfecta entre capitalismo y calidad de vida.
Lauramadrid, revise un poco sus fuentes. En ese peculiar “índice” de “libertad económica” (de capitalismo, vaya), Singapur ocupa el segundo lugar, por detrás de Hong Kong. Ambos están muy por encima de EEUU. Armenia o Chipre están por encima de España. Mongolia y Uganda están por encima de Italia. Burkina Faso está por encima de Brasil. Botswana está delante de Noruega. ¿Qué decía usted de la relación entre “libertad económica” y “calidad de vida”? ¿Ha mirado usted la lista? ¿A quién quiere engañar?
En Hong Kong y Singapur hay un nivel de vida que ya quisiéramos en España. Y lo digo básicamente porque estuve trabajando un año en Hong Kong, también viaje a Singapur por negocios y se nota que no conoces estos países si los citas como contraejemplos. En cualquier caso, es ciertamente posible elegir algún caso particular en el que un país esté delante en libertad económica que otro, pero tenga peor nivel de vida. Lo importante es observar la perspectiva global y esa es más que obvia, es brutal: cuanto más alto en el ránking de libertad económica (…perdón, capitalismo neoliberal), mucho más alto nivel de vida. Esa es una tendencia tan innegable como evidente.
Defender que la calidad de vida es superior en Singapur que en Alemania, en Uganda mayor que en Italia, en Botswana mayor que en Noruega, define perfectamente el rigor de tus argumentos… No discuto más, veo que tu formación científica y tu capacidad de leer tablas de datos es muy elevada.
Qué fácil es insultar en Internet. Y además sin leer nada de mi anterior mensaje porque vuelves a caer en el mismo error: no cojas ejemplos sueltos, que siempre se pueden seleccionar a voluntad (en cualquier dirección), y además ignoran que esto no es una foto fija y que los países que te extraña que tengan más libertad económica llevan un ritmo de crecimiento mucho mayor que los otros precisamente por esas políticas. Te invito a que consultes este enlace (con mirar las gráficas es más que suficiente):
http://libertad.org/wp-content/uploads/2013/01/Puntos-destacados-del-Indice-2013-de-Libertad-Economica.pdf
Comprobarás que, cuando en lugar de coger los casos particulares que te interesen, observas la perspectiva global, aparece una tendencia clarísima. A lo largo del documento puedes ir viendo cómo a más libertad económica, menos pobreza, más crecimiento, más PIB per cápita, menos desempleo, etc. Esto solo es de este año, en otras referencias se hace la correlación con otros indicativos del nivel de vida y la tendencia es la misma. Aquí dejo un video muy didáctico (mismas conclusiones: más capitalismo equivale a más derechos civiles, ambientes más limpios, menos corrupción, mayor esperanza de vida, menor mortalidad infantil, menor trabajo infantil, etc.):
http://youtu.be/v1U1Jzdghjk
Ah, por cierto, el hecho de que la tendencia global importe más que estudiar casos particulares (que es así) no tiene por qué evitar que se entre en esos casos en absoluto. Por ejemplo, Botswana que citas (en mi opinión, ignorando por completo su realidad) negativamente: Botswana destaca en todos los indicadores como el mejor o el segundo mejor país de toda África, lo que debería hacerte reflexionar sobre qué efecto tiene la libertad económica sobre un país. Debes comparar a Botswana con los países del entorno, no con Noruega. Cuando lo hagas verás muy claramente cómo destaca frente al resto.
No la cuestión es que el sistema capitalista ha engañado a la clase trabajadora haciéndola creer que podía codearse con los ricos y tener las mismas cosas que ellos. Muchos campesinos se metieron en hipotecas para tener chalets como los de los ricos mientras la fiesta duró. Ahora no saben que son, si clase media, si pobres, todo el mundo se ha hecho la manta un lío con las privatizaciones, tenemos cosas privadas pero son una basura, cosas públicas pero que son basura también, la tdt es television privada revestida de publica que lio tenemos.