Olvidando tropiezos. Todo irá bien, de Matías Candeira
Por Luis Borrás
Matías Candeira. “Todo irá bien”.
155 páginas. Editorial Salto de página. Madrid, 2013.
En “Mi último suspiro” Luis Buñuel dice: “Adoro los sueños, aunque mis sueños sean pesadillas, y eso son las más de las veces. […] Esta locura por los sueños, por el placer de soñar, que nunca he tratado de explicar, es una de las inclinaciones profundas que me han acercado al surrealismo. […] “Un perro andaluz” nació de la convergencia de unos de mis sueños con un sueño de Dalí. Posteriormente he introducido sueños en mis películas, tratando de evitar el aspecto racional explicativo que suelen tener.”
Traigo aquí esta cita porque Matías Candeira ya desde la dedicatoria de este “Todo irá bien”: “Para todos a los que les ha sido útil, alguna vez, tener pesadillas”, parece querer dejarnos claro que los sueños y las pesadillas son los protagonistas de estos relatos; y en ese sentido creo que las palabras de Buñuel pueden resultar muy significativas para entender algo de ellos y su mecánica.
Buñuel se permitía ciertas licencias surrealistas u oníricas en sus películas, pero aprendió que para que fuesen aceptadas debían de mantener cierta coherencia, atenerse a determinadas reglas. “Un perro andaluz” es una colección de imágenes fabricadas en sueños, unas imágenes que en su momento fueron una auténtica revolución, pero Buñuel entendió que hacer cine manteniendo esa fórmula puramente surrealista era condenar la película al fracaso. Que para que la película funcionara no podía ser una sucesión de imágenes superpuestas sin relación, la reproducción exacta de un sueño o la transcripción de una pesadilla, de su caos y su desorden; que debía hacer algunas concesiones a lo convencional sin renunciar del todo a su personalidad. En una palabra, que debía ser narrativa.
El sueño y su realismo irreal pueden ser un muy buen argumento para un relato. Un buen lugar en el que pescar. Los sueños –y Buñuel lo sabía bien- son lugares libres de cualquier atadura, límite o control racional; espacios sin tasas, jueces ni aduanas que se crean estando dormidos y que podemos –lo más importante de los sueños es recordarlos- revisitar al abrir los ojos. Un sueño y su recuerdo pueden ser el germen, el hilo del que tirar para, despiertos y a plena luz del día, escribir un relato.
De todas nuestras pesadillas nos queda siempre esa sensación física y auténtica de la angustia, la de haber vivido algo absolutamente real, la respiración agitada y el inmenso alivio de su mentira; y por el contrario de otros sueños nos queda la humedad carnal o la carcajada; así que toda alucinación y su extraña lógica puede ser materia de un relato; todo puede ser posible, creíble e increíble, la ficción puede superar la realidad y viceversa, no hay límites, podemos fabricar lo que nos dé la gana, el delirio de un mundo paralelo, demencial y alucinógeno basado en hechos reales sin habernos comido un tripi. Pero la forma en que se cuenta sí que los tiene, y en eso creo que es en donde Candeira falla. Y lo creo porque unas veces sepulta y desfigura la trama en una mareante borrachera de palabras ante la que el lector se pierde y ahoga; y en otras la información y el mensaje llega incompleto y confuso, a ráfagas o destellos, igual que se vislumbra una baliza en una tempestad.
En todos esos en los que falla hay ciertamente imágenes perturbadoras y originales –“Purgatorio” es un buen ejemplo-, en todos se transmite una angustia inquietante, pero una veces por defecto el relato se vuelve un sinsentido al caer en la trascripción literal de un sueño –como en “Babette” y en “Alguien al otro lado”-; y otras se vuelve una lectura que desorienta y aturde porque el argumento, lo que quiere contar, se enreda y asfixia entre líneas –lo que pasa en “Gólgota” -. Y en ese segundo caso es posible que el error provenga de esa obligación que Matías parece ha querido autoimponerse ante todo de querer insinuar antes que mostrar; olvidando que la insinuación (como cualquier otro elemento) debe utilizarse en su justa medida porque si no la sobredosis acaba en abstracción. Escribir terror –como lo hace Candeira- sin nombrarlo directamente, sin hacerlo del todo visible y descarado como en una mala película para adolescentes es un gran acierto, igual que iluminar una escena parcial o indirectamente; pero otra cosa muy distinta es obligar a leer bajo la luz incómoda y parpadeante de un fluorescente que falla –como en “Punto cero”– o tratar de adivinar la forma –como sucede en “Destrucción”– palpando a ciegas entre tinieblas.
Pero si todos los relatos de “Todo irá bien” fueran iguales ni siquiera hubiera hecho el esfuerzo de escribir estas líneas. En este libro hay cuentos realmente excelentes y que sin duda merecen la pena. Matías sabe, puede hacerlo, y lo hace; y eso le salva –aunque parezca lo contrario- del silencio. Todos esos –en mi opinión- errores se compensan y corrigen con los aciertos. “La otra puerta”, “En la antesala”, “Los que vuelven”, y, sobre todo, “No se lo enseñes a nadie” son excelentes porque en el primero insinúa –en su medida exacta- el pavor de lo visto y de lo que se calla; en el segundo fabrica un delirio espeluznante en un escenario terrorífico –una carnicería abandonada- en el que se reúnen un grupo de personas para suicidarse de forma colectiva; el tercero es una pesadilla gótica que mezcla la flema y buena educación británicas con el humor gore y un zombi, el asesinato aleatorio –la más cruel de todas las violencias- y un final sorprendente y feliz de cuento infantil para adultos; y en el último y mejor de esa lista es capaz de reunir en él todas las virtudes de su talento: líricas y visuales metáforas, claridad sin renunciar al claroscuro, historia de larga distancia sin borracheras que la prolonguen artificialmente, pesadilla diurna sin luces fundidas o parpadeantes; estigma del pasado sin enterrar; la rebelión contra la rutina y su narcolepsia; el miedo, los secretos y la enajenación, la materialización de lo inconcebible, la debilidad y el valor. Un relato que vale, por si solo, por todo el libro y el olvido de sus tropiezos.
“Pero la forma en que se cuenta […] es en donde Candeira falla. Y lo creo porque unas veces sepulta y desfigura la trama en una mareante borrachera de palabras ante la que el lector se pierde y ahoga; y en otras la información y el mensaje llega incompleto y confuso, a ráfagas o destellos, igual que se vislumbra una baliza en una tempestad.”
A mí me parece que has sido un poco suave. Yo no pude con estos relatos, me parecieron farragosos y pretenciosos, de alguien que -sin saber todavía escribir- cree que puede hacerlo mejor que nadie. Dejé el libro después del cuarto cuento. Ahora que he leído tu crítica quizá me arriesgue con el que parece que más te gustó a ti. Pero no le voy a dar ni una oportunidad más. Hay demasiado bueno por leer por ahí.
Hola, Raquel.
A veces pienso que soy un poco masoquista, pero nunca dejo un libro a medias. Reconozco que algunas veces he tenido la tentación,pero siempre he llegado hasta el final, en alguno no ha servido para nada, pero en otros, como éste de Candeira, ha merecido la pena continuar después de “Gólgota”.
Dices que lo dejaste después del cuarto cuento. Y el que a mí más me ha gustado es “No se lo enseñes a nadie” que es precisamente el cuarto. Y “La otra puerta” también me ha gustado y es el tercero. Así que si “No se lo enseñes a nadie” no te gustó no creo que debas seguir porque llegarás al séptimo: “Destrucción” que es del estilo (farragoso, como tú dices) de “Gólgota” y entonces te arrepentirás por segunda vez.
Un saludo.
Luis Borrás
Creo que la reseña es acertada -expone sus argumentos- y respetuosa, aunque hay una licencia de lectura del reseñista al apreciar que hay transcripciones literales de sueños. Francamente, eso es algo que no está en el libro, o, desde luego, yo no lo he visto cuando lo he leído. Creo que el reseñista está confundido en este último punto.
Hola, Manolo.
Me alegro mucho de que el libro de Matías genere tanto debate. Llevo seis años leyendo y reseñando y no suele ser lo habitual.
Ya sabes que esto son interpretaciones, razonadas, pero interpretaciones. Y yo creo hay dos relatos: “Babette” -en especial este- y “Alguien al otro lado” que no puedo considerar otra cosa que la transcripción de un sueño. Su lógica inicial -una imagen real y posible de la que parten-: entro en la casa de alguien para robar, voy a una tienda a encontrarme con su dependienta, derivan en algo ilógico y surrealista. En uno se pretende -creo- insinuar que algo pasó con ese ventilador -tal vez un asesinato- y que incluso hay una “presencia” en el dormitorio, pero la forma en la que ella le invita a quedarse me pareció el guión propio de un sueño mezcla de terror y peli porno; y en “Babette” las acciones y, sobre todo los diálogos, son tan absurdos que simplemente me parece estar viviendo una alucinación. Aunque lo que yo creo que pasa es que Matías -y creo que ese es su mayor defecto- es que abusa tanto de la insinuación que llega a la abstracción, y eso convierte a algunos relatos en una lectura que no transmite otra cosa que perpleja incomodidad. Algo que, afortunadamente, no hace en todos.
Un saludo.