Keith Moon, timbales autodestructivos
Por Jon C. Alonso.
Keith Moon, la bestia de Wembley. Fue un niño hiperactivo y con una imaginación de Burt Simpson. En su juventud, lo único que le dejaba tranquilo era la música. Mediocre estudiante, tuvo que preparase una reválida del incendiario Wert para acceder al título de secundaria. Un profesor de arte lo definió como un idiota sin remedio. En cambio, su maestro de sociales y lengua tuvo la corazonada de su gran habilidad para la música. Siempre, que contuviera su exacerbado nihilismo. Entre caminatas del colegio a casa dio con el estudio de música Macari´s Music donde se inicio en el aprendizaje de la batería. Recibió lecciones de uno de los percusionistas más ruidosos de la época, Carlo Little, a quien le pagaba cuatro perras y con apenas 15 años se unió a su primera banda; “The Escorts”. Más tarde, pasó a ser el batería de The Beachcombers, una banda de Londres que se prodigó en hacer covers de Cliff Richard. Moon fue considerado uno de los mejores baterías de la historia, con una gran influencia del R&B y el Jazz. Su admiración por artistas como Hal Blaine o Gene Krupa y el gran Sonny Rollins hicieron mella en su estilo.
Con tan sólo 17 años se unió The Who, sustituyendo a Doug Sandom. La cuestión es que la estética de la banda británica le dio en sus directos por esos híbridos entre el perfomance y happening —idea elucubrada en la mente de Townshend—conceptos artísticos, que al joven Moon le importaban un bledo, pero obviamente, tenían su lado más gamberro: la destrucción del atrezo musical. En ese ambiente, encontró su salsa. Serían demasiadas las anécdotas y hazañas que tendríamos para contar a modo de entregas semanales de este inefable músico. Una de las adicciones que le volvían loco—amén, de las drogas— eran las mujeres. Algo, que condicionó más de un escándalo con su novia de toda la vida, Kim Kerrigan. Hasta la vendetta final de ésta, unos meses después de su fallecimiento. Cuando se casó con el teclista de los Faces Ian Mc Lagan. No por ello, el currículum de conquistas del amigo Moon fue variado y de un gusto exquisito; las modelos Georgiana Steele y la nórdica Annette Walter-Lax. Así como una la lista interminable de bellas groupies. Keith Moon el hiperactivo percusionista; un pastiche de bufón, genio, esperpento y broncas politóxico.
Todas las andanzas y leyendas del “bad boy” están muy bien recogidas en la genial biografía del excelente periodista y crítico musical, Tony Fletcher. Diría que el mejor libro, que se ha escrito de entre los muchos editados. De rica prosa y un ritmo trepidante, descriptivo del gamberro de los Who. KM estuvo presente en los inicios de Led Zeppelin. Todos sabían que sus bromas podían ser insoportables. Reseñaría cinco episodios importantísimos en la vida de Moon. El primero, el famoso vigésimo primer cumpleaños en Míchigan. La fiesta organizada por los miembros de la banda, donde el cuelgue fue de juzgado de guardia. Siempre guaseándose de “rulitos Daltrey”, pues según el joven batería: no tenía ni idea de cantar. El segundo, su época de residencia en USA y el affaire con el hijo de Steve McQueen junto a su perro. Tercero, su pasión por destrozar hoteles (la cadena Holiday Inn prohibió la presencia de la banda en sus establecimientos). Cuarto, el asunto del atropello en Hatfield con un peatón y su guardaespaldas personal. Y el quinto, culmen y guinda de manual del perfecto gamberro.
Aprovechándome de otra de mis pasiones; el cine. No puedo obviar el escándalo del petardazo con la diva Bette Davis— de por medio— en un show de TV, que presentaban los Smothers Brothers en la CBS. Sin decírselo a nadie, Keith cargó el tambor de su batería con pólvora antes de la actuación. Sin embargo, no sabía cuánta usar, y terminó poniendo más de la cuenta. Casi al final, mientras Townshend tocaba su Rickenbacker delante del equipo de Keith, hizo estallar la pólvora causando una gran explosión. John y Roger se agacharon a un lado del escenario, y Pete salió despedido. Su pelo acabó chamuscado y su oído derecho destrozado. Un trozo de platillo se clavó en el brazo de Keith. Entre los invitados estaba la ínclita, Bette Davis que se desmayó en los brazos de Mickey Rooney ante el asombro del respetable. Empero, KM dedicó su vida a la diversión y a las bravatas humorísticas. Consiguió hacer del concepto sinvergüenza un arte. Pero ese adictivo deporte tenía los días contados.
En el fondo, Keith no era un personaje ramplón. Instrumentista potente e imaginativo, no podía dar salida en The Who a toda su química —intrínseca— pura genética. Al igual que los otros miembros, trabajó en solitario en “Two faces of the moon” (1974). Magnífico trabajo, que nos recordaba uno de los ingredientes característicos del grupo londinense; las armonías vocales “surfing”. El 7 de septiembre de 1978 Paul McCartney le invitó a ver la película The Buddy Holly story— Ambos eran fans del tejano y la velada resultó perfecta— después a cenar, contento tras el visionado. Se marchó a su casa, Keith tomó una sobredosis de píldoras de— Clometiazol—que le habían prescrito para combatir su alcoholismo. A día siguiente no despertó, yacía cadáver en su lecho. Aquel batería inolvidable, tenía 32 años. Nos quedará su alter ego en el personaje de Peter Sellers en el eterno Guateque.
[youtube http://www.youtube.com/watch?v=WPKGidTdyds&w=420&h=315]
Ese hiperactivo de los palillos sonoros adicto a las “pirulas” y a las “grupis”, siempre vivirá en nuestra memoria.
Desconocía ―que además― tuvo otros affaires con alcohol/mala leche/destroza hoteles. ¡Vaya, vaya!
El chico era una joya percusionista que ―por lo visto― sacaba de quicio a sus vecinos. Sin lugar a dudas, la viva imagen de P. Sellers y su guateque. Es que los hiperactivos, ya se sabe…
Un placer descubrir anécdotas en tus artículos.
Saludos, Anna