360. Juego de destinos (2011) de Fernando Meirelles
Por Rubén Romero Sánchez
En 1950 Max Ophüls, uno de los mejores directores de la historia del cine, adaptó la novela La ronda de Arthur Schnitzler en su película homónima, para mí una de las grandes películas de siempre. En la novela uno de los personajes tiene una aventura amorosa con otra persona, que a su vez tiene otra aventura con otro, y así continuamente. Ophüls diseña una puesta en escena teatral y coloca una cámara omnisciente que bucea en la psicología de cada personaje, creando una obra de amarga belleza y conmovedora profundidad.
360. Juego de destinos, de Fernando Meirelles, un caballero que tras la fantástica aunque demasiado anfetamínica Ciudad de Dios no ha hecho nada digno de mención, mezcla una serie de estrellas de Hollywood con un grupo de actores semidesconocidos (lo mejor de la función) y, entre aspavientos de pretenciosidad y vacíos absolutos en el desarrollo de los conflictos emocionales de los personajes, nos entrega una errática propuesta a medio camino entre la parodia, el drama, la filosofía new age y los difusos contornos entre la originalidad y el hastío por lo ya visto miles de veces. Donde Ophüls arriesgaba, Meirelles ofrece lugares comunes; donde Ophüls se regodeaba en su divertimento esteticista, Meirelles nos coloca ante conflictos artificiales tratados como si Heidegger se hubiera transubstanciado en guionista.
Lo peor no es que haya personajes, como el chico brasileño, que no tengan historia en realidad, por mucho que Meirelles se empeñe en convencernos de que sí; u otros como el de Hopkins que no aportan nada al desarrollo dramático; u otros como el de Jude Law a los que no se les ha sacado todo el jugo posible. Lo peor es que la acción avanza porque guionista y director se sacan escenas de la manga sin ton ni son que no aportan nada a la narración y que podrían haber funcionado (con mayor desarrollo de los personajes y la creencia en que el espectador no es un niño de cinco años) como cortometrajes, pero que montadas en un largo de casi dos horas no tienen ningún sentido.
Cuando aparece el chófer ruso la cosa cambia, eso sí. Entramos de lleno en la comedia y, si suspendemos el nivel de credulidad que desde Aristóteles debemos tener para que una narración tenga verosimilitud, podemos pasar un buen rato, créanme. Pero eso llega en el último tercio de la película y ¡ay!, para entonces ya hemos comprendido que al final no nos van a contar nada y que si no es por tanta estrella esta película no la ve ni el tato.
Ophüls, Ophüls, ¿por qué nos has abandonado?
360. Juego de destinos (2011) de Fernando Meirelles se estrena en España mañana 31 de mayo de 2013