Black Mirror II
El sistema funciona.
Por Víctor Mora
Cualquier amante del terror psicológico estará de acuerdo: no hay nada peor que un espejo. No hay nada más terrorífico que una ficción cuidadosamente construida que te habla de ti, que te devuelve tu propia imagen, tu reverso negativo, tu lado oscuro. No hay nada más turbador que la propia realidad cuando gira el reflejo hacia el lado mezquino. Eso es lo peor y más siniestro; eso es lo mejor de Back Mirror.
La serie (británica, cómo no) creada por Charlie Brooker lo ha vuelto a conseguir en su segunda temporada. No es ciencia ficción porque no se encuentra en un mundo paralelo o inventado, ni se sitúa en un futuro hipotético, y no es propiamente de terror porque no hay más monstruo o fantasma que el ser humano. Lo retorcido viene de nuestra relación con la tecnología y, como si de un Prometeo contemporáneo se tratara, del consecuente desequilibrio moral. En palabras de Brooker es donde podemos estar en diez minutos si somos torpes.
¿Afecta nuestro despliegue tecnológico actual a lo cotidiano? Brooker tiene una visión contundente al respecto, y si nos detenemos a pensar un minuto, no podemos negar que las relaciones sociales han cambiado. Puede que no nos hayamos dado cuenta porque pertenecer a esos círculos virtuales (que hace diez minutos no existían) es algo exigente y nos tiene, quizá, demasiado preocupados (o entretenidos) para verlo. ¿Hasta dónde puede llegar moralmente la sociedad de consumo? Quizá hasta vender aplicaciones para hablar con muertos, no andamos demasiado lejos.
Black Mirror huele a presente, y por eso es tan turbio. Las relaciones humanas han cambiado y lo sabemos, pero ese hecho, algo que parece tan asumido como inofensivo, lleva de la mano otros problemas. Si las relaciones humanas cambian, la relación con el mundo cambia; y esos cambios van hacia una deshumanización. Hacia una reducción emocional en emoticonos predeterminados, y hacia una superficie cerebral progresivamente plana, sugestionable y susceptible de ser manipulada con facilidad.
Esa es la barrera que se muestra en Black Mirror: la protección ante el mundo real es la pantalla que tenemos tan incorporada, y nosotros somos espectadores de la realidad a través de ese filtro. Paradigma de esta deshumanización es el segundo capítulo, White Bear, que expone el extremo deshumanizado sin concesiones; el sorteo de la moral, lo desmedido del espectáculo y, sobretodo, el control social a través de valores vacuos. White Bear encierra todos los temas que se tratan de soslayo en los capítulos interdependientes de la serie, además de regalarnos sobresaltos, magníficas interpretaciones (sobrecogedora Lenora Crichlow post Being Human), y sobretodo azotes éticos que, como bien reza su realizador, duelen tanto por cercanos.
No voy a desgranar cada capítulo hablando de su trama y desarrollo, porque no es lo importante. Lo interesante es verlo y advertir cuánto hay de cada espectador en los propios espectadores de White Bear o de The Waldo Moment. Es una serie que hay que ver (sí, es obligatoria), porque es el mejor espejo del presente y el más crítico. Y, señores y señoras, es justo lo que necesitamos en este momento: menos condescendencia y más crítica.
Menos autocompasión y más autocrítica.
No he visto esta serie, me dan muchas ganas ver de lo que se trata, lo que si puedo aportar es que la serie Silicon Valley está buenísima, no la pueden dejar por vista.