Una editora de 12 años
Por FERNANDO J. LÓPEZ. Llevo ya unos cuantos años dando clase de literatura (y de alemán) en un instituto público madrileño, así que sé bien que los adolescentes son un público lector muy exigente. Y con mucha más capacidad de análisis de la que muchos les suponen. Ellos no tienen la culpa de que les aburramos con las mismas lecturas una y otra vez, ni de vivir en un entorno con tan escasa pasión lectora como es nuestra sociedad actual. Por eso, supongo, porque soy consciente de su nivel de exigencia, siempre había visto como un reto la posibilidad de escribir una novela destinada a los lectores de diez, once y doce años en adelante.
Hice algún intento, pero caía una y otra vez en la misma trampa: subestimarles. Hasta que al fin, decidí olvidarme del límite de edad y escribir la historia que a mí me gustaría leer. Una historia donde me reconociese en sus temas (en este caso, la lucha contra la intolerancia y la defensa de la identidad, de la poesía y de la diferencia), en sus personajes y hasta en su estructura. Así fue como surgió El reino de las Tres Lunas, la novela que acabo de publicar con Alfaguara y que este jueves 14 de marzo presento, junto con Las vidas que inventamos, en la Fnac de Callao.
Esa presentación tiene un doble valor. Doble porque dudo que en el futuro vuelva verme en la situación de presentar dos novelas tan diferentes al mismo tiempo. Y doble porque va a ser un momento tan importante en lo literario como, sobre todo, en lo personal. Ninguno de los dos libros habría salido a la luz sin toda la gente que forma parte de mi entorno más íntimo. Y ninguno de ellos oculta que soy yo quien, tras las máscaras de sus respectivos personajes, deja entre sus páginas gran parte de sí mismo.
La historia que hizo que El reino de las Tres Lunas se convirtiese en libro tiene, además, una protagonista muy joven. Y muy especial. Tanto como las adolescentes Laura y Estrella que, junto con Malkiel, son el corazón de esta novela. No es casualidad que en la cubierta del libro aparezca el personaje femenino en primer término, porque en mi novela juvenil -como en mis novelas para adultos y, en definitiva, en mi visión del mundo- la mujer siempre tiene un papel valiente, activo, dinámico. Un papel tan esencial como el que todas las mujeres que conozco desempeñan en la vida real, donde son motor de tantas áreas y de tantas facetas.
Ella, la protagonista real de este singular Reino, se llama María. Tiene trece años. Y, con solo doce, fue la primera editora de mi novela. Se la di con cierto pudor, pues me consta que es muy buena lectora y, desde que la conozco, sé que es una chica inteligente y muy sensible. Por eso mismo quería que fuera ella quien leyese el texto. Y por eso le pedí que me diese su opinión más sincera… Por aquel entonces no estaba seguro de si merecía la pena o no intentar publicarlo, así que necesitaba probar la historia de Malkiel, Estrella, Aldo y Laura con alguien de cuyo criterio sí pudiese fiarme.
María no tardó mucho en leer la novela y, cuando me la devolvió, descubrí que estaba llena de post-its de colores con la palabra “importante” escrita en muchos de ellos. En cada una de las páginas marcadas con esas banderas a modo de improvisado arcoiris había, además, una sugerencia, un comentario o una pregunta. Y un sinfín de emoticonos para marcar tanto lo que le había gustado como aquello que no la convencía en exceso.
Era tentador quedarse en el gesto tierno y anecdótico, pero me resultó mucho más provechoso asumir que estaba ante la primera edición crítica de mi novela. Una edición llena de sugerencias acertadas y valiosas que, además, me daba el valor que yo necesitaba para publicar ese libro. Porque al final, en la última página, había escrito con mayúsculas un “Me ha encantado“, que me llenó de veras. Y más abajo, en esmerada caligrafía, una valoración personal que daba en el clavo de lo que yo había querido contar con esta historia: “Tiene romance, misterio, aventura…, pero sobre todo, te enseña lo importantes que son algunas cosas, como por ejemplo, la familia y los amigos“. Era imposible resumirlo mejor que María. Ni entenderlo mejor.
Así que, alentado por sus palabras, decidí que esa novela merecía ver la luz. Y fue Alfaguara quien decidió apostar por este Reino, mimando la edición y contagiándome su entusiasmo y su fe en esta historia. Mi editora (adulta), Yolanda, ha sabido sacar lo mejor de mí en este nuevo reto literario y, como no podía ser menos, muchas de sus valiosas opiniones han coincidido con las de mi editora adolescente, aunque esta vez las notas vinieran en archivos de Word y no en sonrientes emoticonos.
Por todo ello, este libro tiene en su dedicatoria a cinco personas muy jóvenes. A María, su editora juvenil. A Rubén, su segundo y jovencísimo lector. Y a tres futuros lectores –Olaya, Nico y Diego– que aún son muy pequeños para adentrarse en sus páginas, pero que para mí -junto con Violeta, con Juan, con Paloma, con Pablo, con Alfonso, con Mónica, con Adrián, con Alonso, con Ada, con Martín, con Alicia…- representan el significado profundo de ese Reino donde sus personajes lucharán por cambiar noches y lunas cerradas por días y soles radiantes. Porque en ellos veo las opciones de un futuro mucho más comprometido, mucho más generoso, mucho más social. Y lo veo porque sé que sus padres les están preparando para ello, porque son de esos amigos que aúnan todos los valores en los que creo y me emociona saber que son esos mismos valores los que les están inculcando y difundiendo.
Para mí, cada novela es una suma de momentos. De personas. Y de lugares. Por eso cada libro es tan especial. Porque está lleno de vida dentro y fuera de sus páginas. Y por eso estoy tan nervioso -y tan emocionado- ante la presentación de este jueves. Porque hablar de estas dos novelas es algo más que un acto literario. Para mí es un acto íntimo. Un acto compartido. Y, a su manera, una forma -en palabras y páginas- de amistad.
Las vidas que inventamos y El reino de las Tres Lunas se presentan mañana jueves 14 de marzo a las 19 h. en FNAC Callao.