De cuando nada es inexpugnable
Por Mariano Velasco.
Resquicios, Mariano Zurdo, Evohé, 2012
Hay novelas en las que suceden cosas a los personajes y hay otras, en cambio, en las que suceden cosas en los personajes. El ligero matiz preposicional pudiera parecer baladí, pero en el caso que nos ocupa condiciona precisamente el devenir de esta muy recomendable novela llena de resquicios y titulada precisamente así, Resquicios, escrita por Mariano Vega (Mariano Zurdo) y publicada recientemente por Evohé Narrativa.
Novela de forma, de lenguaje y, sobre todo, de personajes más que de contenido, Resquicios es introspección muy por encima de acción, y tiene como uno de sus mayores aciertos la capacidad del autor para ir alternando y modificando puntos de vista narrativos hasta llegar a colarse él mismo en la novela, dándole a la misma una sorprendente vuelta de tuerca final que a nadie va a dejar indiferente.
Mariano Zurdo, que además de psicólogo y escritor es editor de Talentura, sitúa el arranque de la narración entre los recuerdos de infancia de Sergio, uno de los cuatro personajes que forman el entramado coral de Resquicios. Pero de repente, algo aparentemente insignificante sucede: “un papel doblado ha traspasado la única grieta franqueable de mi flamante puerta acorzada”, dice el personaje al tiempo que se hace consciente de la realidad, de que “nada es inexpugnable”.
Ese resquicio que deja la puerta blindada de Sergio va a desencadenar toda una serie de reacciones en los cuatro personajes, dos parejas de dos, sobre las que se irá deslizando no solo el argumento de la novela, sino también la trabajada estructura de la misma que, como ocurre con el contenido, también deja entrever sus propios y muy significativos resquicios.
La estructura de la primera parte es aparentemente la más sólida. A capítulo por personaje, cada cual parece tomar las riendas del suyo con un relato en primera persona que tiene como contrapunto al otro miembro de la pareja (Sergio-Paula y Daniel-Ainhoa). Pero pronto se dejan ver los dichosos resquicios y asistimos, en cada relato en primera persona, a la intromisión de los miembros de la otra pareja mientras el lector se pregunta: ¿pero por qué se nos cuelan, si aparentemente nada tienen que ver?
La segunda parte de la novela constituye una primer giro narrativo de considerables dimensiones. Mariano Zurdo junta a los cuatro personajes dando al relato una unidad espacial que antes no tenía y que nos sirve para darnos cuenta de que sí, de que aquí los resquicios hacen que todo tenga mucho que ver. Juntos pero no revueltos, eso sí, que para eso están los tabiques por mucho que estos dejen, eso también, infinidad de resquicios.
Así, cuando nos queremos dar cuenta cada personaje ha ido ya conformando su propia historia en un recorrido que cada cual inicia siguiendo, con mayores o menores contratiempos, el tortuoso camino que todo resquicio va abriendo hacia el pasado: la infancia, los padres, los amores frustrados… en definitiva, las huellas y surcos que ello va dejando.
Pero cuando ya creemos conocerlos, es cuando el planteamiento experimenta un nuevo giro: el autor se cuela en la obra por uno de los muchos resquicios para proponer al lector un original y sorprendente juego literario que constituye la gran apuesta de esta novela. Una apuesta arriesgada que el autor podrá ganar o perder, ahí se la juega valientemente, porque ello dependerá en gran medida de la capacidad y de las ganas del lector para admitir el órdago planteado.
A estas alturas de la historia cabría preguntarse si, de entre los cuatro personajes, hay alguno que lleve la voz cantante. Parecería que, por orden de aparición, por el peso de los detalles que se aportan y por lo bien construido que está, el personaje principal sería Sergio. No obstante, si nos fijamos en la sutiliza de sus matices y en lo que puede llegara sugerir, para quien suscribe el gran acierto de Resquicios es Ainhoa. Se me antoja que para un escritor como Mariano Zurdo, que se mueve como pez en el agua en el terreno de la psicología, este seria el personaje ideal, no solo por su peculiar enfermedad, sino sobre todo porque está llenita de resquicios (“ya no tengo venas, sino desagües”, llega a decir).
Además de revelarse como un verdadero maestro en la construcción de mundos interiores, algo que ya se adivinaba en su anterior novela La tinta azul de la memoria, Mariano Zurdo resulta ser todo un experto – déjenme que les cuente un secreto – en el manejo de un aparatito denominado GFR. ¿Que qué es el GFR? El Generador de Frases Redondas, un artilugio que él sabrá cómo demonios se usa, pero con el que consigue obtener frases de las que todo escritor busca y no todo el mundo logra encontrar como si de churros se tratara, y no solo eso, sino que además las coloca en el sitio justo y en el momento adecuado.
Tal vez sea esto último lo único en lo que esta novela no se permita resquicio alguno.