Las vueltas que da la vida: una española en Alemania
Por Natalia González de la Llana Fernández
¿Quién me lo iba a decir? ¿Quién me iba a decir a mí cuando, durante el segundo año de carrera, decidí apuntarme a un curso de alemán en el Goethe Institut que los inescrutables senderos que nos tiene preparados el destino me iban a conducir a vivir en Berlín y, posteriormente, en otras ciudades germanas? Pues nadie podía decírmelo, claro, pero, de hecho, así fue.
Alguna de esas crisis que afectan de cuando en cuando a nuestro país, o la crisis constante que afecta a los que pretendemos vivir de alguna de las parcelas de la tan despreciada y pisoteada cultura, me hizo desear hace diez años cambiar un poco de aires, y solicité una beca de investigación para continuar mi tesis doctoral en la Universidad Humboldt.
Los hados (y las autoridades competentes) tuvieron a bien otorgarme mi deseo, y me enviaron a la ciudad del Reichstag con una escasa prestación mensual que era, al menos, suficiente para sobrevivir. No me importaba tener que contar los euros (que ya había euros) ni calcular si tenía suficiente para ir dos veces al cine en la misma semana. Bastaba para lo básico en aquel momento (hoy en día lo básico es más) y todo lo compensaba la independencia de la casa paterna, de la que gozaba apenas por primera vez, y el entusiasmo de vivir en una ciudad burbujeante de estímulos y sorpresas.
En seguida comprendí que quería quedarme más tiempo en aquel nido de culturas y solicité, esperando y temiendo esperar, que me concedieran una nueva beca para poder prolongar mi estancia un segundo año. Los hados (o tal vez las hadas) volvieron a estar de mi parte y conseguí mi propósito. Una asignación algo más digna me permitió cambiarme de alojamiento y vivir en Mitte, un barrio en el mismo centro del Berlín oriental, donde compartía piso con un chico originario de Bielefeld que no paraba demasiado por casa.
Mi permanencia en la capital podía tal vez haberse alargado, pero me ofrecieron un puesto de lectora en el departamento de español de la Universidad de Münster, así que me trasladé a Renania del Norte-Westfalia. Münster es la ciudad de las bicicletas y los estudiantes, un lugar que muchos alemanes eligen con gusto para sus años universitarios.
Mi despacho se encontraba en el mismo pasillo que la estupenda biblioteca y, entre las imágenes que conservo con afecto de esa época, están los días en que, mientras la nieve caía al otro lado de la ventana, yo podía disfrutar al abrigo de la calefacción de algunas horas de intelectual tranquilidad consultando libros para mis clases y mi investigación. Fuera, el blanco gélido. Dentro, el concentrado estudio.
Pero, sin duda, lo más importante que me llevé de aquellos dos años fue la gente que conocí, la experiencia de participar de una universidad alemana desde dentro y el crecimiento personal y profesional que todo ello supuso. Ah sí, y también conseguí terminar el Doctorado.
Cuando mi contrato (tristemente improrrogable) llegó a su fin, tuve que ponerme a buscar otro lugar de trabajo, y lo hallé en la ciudad de Carlomagno, en Aquisgrán (que los alemanes prefieren llamar Aachen). Situada muy cerca de la frontera con Bélgica y Holanda, su vida gira, como en Münster, principalmente en torno a la universidad.
Entre sus principales atracciones turísticas, se encuentran la catedral y el ayuntamiento, ambos de origen medieval en su núcleo, y el mercado navideño que se expande con orden por las calles más bulliciosas del bellamente conservado casco histórico.
Más de cinco años llevo trabajando en este rincón del centro de Europa. Diez años en total desde que me vine a Alemania. ¿Echo de menos España? A veces. Sí. Aunque también soy consciente de que si me marcho, también echaré de menos esto. ¿Volveré a la patria que me vio nacer? Quién sabe. De momento aquí estoy. Para servir a Dios y a ustedes.
Me gusto leer este comentario sobre vivir en un Pais extranjero y la melancolia que se siente por la Patria .
Creo que es mas que importate disfrutar y aprender el Valor de todo esta es la ensenianza que deja este tipo de experiencias indudablemente valiosas para nuestra vida.
Agrader a Dios por las oportunidades y valorar el momento presente sin olvidarse de donde vienes y quien en realidad eres.
Saludos desde del lindo Sur de Alemania!.- D.
Gracias por tu comentario, Dana. Vivir en el extranjero es sin duda una experiencia que marca, como parece que sabes tú misma. Un saludo