'Mad Men' o el arte de lo que no se muestra
Por VÍCTOR MORA
Recientemente me invitaron al programa La Noche en Vela de Radio Nacional para hablar sobre las series de televisión más importantes de 2012 y, entre las que yo propuse, se encuentran varias de las que he comentado en esta revista (AHS, Misfits, Hit&Miss).
También hablamos de Cuéntame, que inaugura su 14ª temporada, y de Isabel (La Católica, claro, galardonada con el premio Ondas).
Fue una charla divertida, interesante y muy amena con Paloma Cortina, (que siempre lo es), pero los condensados tiempos que se dan en la radio no nos permitieron continuar hablando, y me dejaron pensando en ese estigma tan español que es el del anclaje al pasado y también, por otro lado, en las series que ni mencioné y de las que debería haber hablado. Aquí tenéis el enlace para escucharlo:
La noche en vela – Los secretos del Molino de Ideas – 04/01/13
Miramos siempre hacia el pasado, ¿por qué? Cada uno tendrá su respuesta, pero lo cierto es que estudiamos el pasado, quizá, para comprendernos. Investigamos nuestras raíces más lejanas o nuestro antes de ayer cercano y, si lo hacemos, es quizá con el afán de conocernos a nosotros mismos. Saber de dónde venimos nos ayuda a comprendernos mejor o, al menos, a creerlo.
Ese es uno de los motivos que nos llevan a curiosear sobre nuestra genealogía (y a algunos descerebrados incluso a estudiar Humanidades), y es en definitiva la única razón que encuentro para explicarme por qué en España nos gusta tanto irnos cada vez más y más lejos en el tiempo en cuanto a la ficción.
Las series históricas siempre encuentran un amplio hueco entre la audiencia y no hay más que ver cómo el éxito de Cuéntame revela que una gran parte de la población se identifica en ese “tal cómo éramos” castizo.
Quizá éramos así, como los Alcántara, no lo sé porque por suerte aún no estaba vivo (aunque creo que ya van por los 80 y, a este paso, va a ser la primera serie en llevar a una familia española de los 60 al futuro galáctico… ojalá lleguen a 25 temporadas y se lancen al 2050 y a comprar un piso en la luna).
Me queda la espina de no haber comentado en La Noche en Vela la quinta temporada de Mad Men, que por lo visto ha sido víctima de algunas críticas terribles con las que no puedo estar más en desacuerdo.
Mad Men llegaba para hablar de un pasado aún reciente en el devenir norteamericano y no se trata, en absoluto, de comparar.
Mad Men refleja una era de contención que se revela en su propia narración. Una elegancia narrativa contenida y austera que habla de una época que era de todo menos inocente; un cóctel saturado de whisky y lucky strike que no podía menos que estallar a la primera de cambio.
Catalogada como la mejor serie de todos los tiempos, Mad Men arrasa al espectador de manera paulatina. No es una serie rápida, todo lo contrario. Lo cual haría pensar a priori que no está a tono con la ficción de su generación, pero su lenguaje, particular y dosificado, se ha ganado la máxima audiencia consecutiva, amén de innumerables premios.
Los hombres (y mujeres) de Mad Men se han aventurado a comerse los años 60 y no todos han sobrevivido a la vorágine abismal de los Beatles y el LSD. Han encajado con mayor o menor acierto las exigencias de nuevos derechos civiles y han descubierto, no sin desatino, que los valores morales que creían válidos se han esfumado tan rápido como el humo de sus cigarrillos. Renovarse o morir (y para algunos es lo segundo). Sacrificarse por dinero o mantener la integridad ética. Van en serio los americanos.
El nudo en la garganta es permanente en sus oficinas, fiestas y conversaciones. El doble filo de sus palabras se hace sentir y hiere en todas las acciones, pero siempre tras el velo de la corrección impuesta por ese lugar común de la clase media alta, ambiciosa y trepa.
La “corrección política”, como se tiene a bien hoy por hoy llamar a la sibilina “buena manera” o “modo de comportarse”, es la censura social diaria de nuestro presente.
Mad Men nos devuelve el reflejo como una bofetada: de dónde venimos, lo que somos y a dónde vamos. No ha perdido, a mi parecer, ni un ápice de su esencia, porque sigue conmoviendo por todo lo que no muestra; sigue convulsionando y azotando por lo que oculta.
Puede que nos guste ver esa otra cara y comprobar que, en definitiva, no somos tan diferentes a ese entonces.●