Lo tróspido y la ‘distanciación’ del docu-reality
‘¿Quién quiere casarse con mi hijo?’ representa el máximo exponente de un nuevo modelo de docu-reality que empieza a ser considerado de culto. Un formato evolucionado, crítico, cómplice con el espectador y que apuesta por el humor y el distanciamiento.
Los cambios en nuestra sociedad y, especialmente, los avances en las nuevas tecnologías, han ido calando poco a poco en nosotros. En términos televisivos, esto se traduce en la aparición de un tipo de espectador más crítico, distante y participativo. Solo era cuestión de tiempo que surgiera un formato acorde con este nuevo target de televidente.
Hasta hace poco, los amantes de la televisión con espíritu más analítico tenían que tomar una pose pseudointelectual (poco creíble a veces) que les permitiera disfrutar de los programas “basura” sin perder su estatus de persona culta y con criterio. Por una parte, se podría calificar de hipócrita, por otra, entenderlo como una defensa contra el abuso de esos programas para conseguir que nos identifiquemos con sus protagonistas. Me refiero a los excesos emocionales de las primeras ediciones de ‘Gran Hermano’ y, especialmente, ‘Operación Triunfo’. Formatos que buscaban el éxito en la empatía total con los concursantes. Ésta es una fórmula, en mi opinión, ya caduca que, sin embargo, todavía perdura con éxito en talent shows como ‘La Voz’ o ‘El número uno’.
Pero esto puede que cambie con el tiempo, puesto que el espectador joven ya no empatiza nunca, y menos si pretenden obligarlo. Es frío, cínico, mordaz, roza lo psicopático y utiliza Twitter de forma compulsiva. Eso le distancia emocionalmente del contenido, pero se siente acompañado por los que comentan el programa a su mismo nivel. ‘¿Quién quiere casarse con mi hijo?’ es novedoso en cuanto que su factura es contenido y comentario a la vez. “Es una farsa y lo sabemos”, parecen decirnos, “vamos a reírnos juntos”. El montaje, las músicas, los efectos de sonido o la voz en off son la muestra de que el formato incluye el chiste que el que observa podría estar pensando.
Como en el teatro brechtiano, donde la distanciación aleja la realidad representada para dar paso a una nueva perspectiva, el docu-reality de Cuatro toma al público como inteligente, consciente de la farsa a la que asiste y le habla de tú a tú, cosa que él agradece. De ahí, que críticos de cine como el Hematocrítico (creador del término tróspido) y Noel Ceballos, junto al director Nacho Vigalondo, le hayan dado tratamiento de espacio de culto. No es para menos. Es probable que nos encontremos ante un género que en el futuro sea mayoritario: contiene mucha más frescura y creatividad que el, hoy en día, desproporcionado montaje de la casa de ‘Gran Hermano’ y resulta mucho más barato.