Adelante, Pedro, con juicio
Adelante, Pedro, con juicio. Aproximaciones cordiales a la literatura italiana de los siglos XIX y XX. Giovanni Albertocchi. Ediciones Barataria.
Advertencia
“Adelante, Pedro, con juicio” es una frase que pronuncia Antonio Ferrer, uno de los personajes más conocidos de la novela Los novios de Alejandro Manzoni. Estas palabras, dichas así, en español, son tal vez las primeras que los italianos leen y aprenden de esta lengua. Las he escogido como título porque me parece que dan un toque de cordialidad, sin renunciar al rigor de la investigación, que espero agilice la lectura de estas reflexiones sobre la literatura italiana de los siglos XIX y XX.
La casi totalidad de los capítulos, aparte del primero (“Los novios: las cautelas de un narrador”), son la traducción de un libro publicado en catalán, Entre dos segles (XIX i XX): la doble vida de les paraules (Publicacions de l´Abadia de Montserrat, Barcelona, 2008).
“Los novios: las cautelas de un narrador” forma parte, con el título original de “l promessi sposi: le cautele di un narratore”, de mi libro “Non vedo l´ora di vederti”. Legami, affetti, ritrosie nei carteggi di Porta, Grossa & Manzoni (Editrice Clinamen, Florencia, 2011).
Introducción
Alejandro Manzoni, Italo Svevo, Claudio Magris, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, entre otros, son los autores de los que habla este libro. Autores canónicos en la tradición literaria, hace tiempo que superaron las fronteras nacionales para entrar a formar parte del imaginario europeo. En efecto, todos ellos han aportado a la literatura cualidades universales, reversibles, que los hacen actuales en cualquier lugar, con mayor motivo en España, que ha mirado siempre al país transalpino con afecto e interés. Alessandro Manzoni es en España, por decirlo así, alguien de la casa, por haber ambientado su novela, Los novios, en la Lombardía que formaba parte de la corona española; pero además por haberse servido de expresiones en lengua española; que han acabado siendo proverbiales, como ese Adelante, Pedro, con juicio, que da título a este libro, para caracterizar uno de los episodios más famosos de la novela. En un mundo dominado al cabo por la imagen, que impone su reinado sobre nuestra fantasía, Manzoni es un perenne testimonio de la importancia ética de la palabra, y de una literatura que de ella debería servirse para denunciar la injusticia.
También, Italo Svevo, un italiano sui generis nacido en territorio austriaco, es escritor de alcance netamente europeo, imprescindible en la renovación de la novela, discípulo freudiano en la observación de ese continente sumergido, el inconsciente, que empezaba a insinuarse en los albores del siglo XX.
El recorrido se cierra con Giuseppe Tomasi di Lampedusa y su colega balear Llorenç Villalonga, cantores ambos de un mundo definitivamente en extinción.
Los novios:
Las cautelas de un narrador
Los novios es, como es sabido, el resultado de veinte años de trabajo, durante los cuales Alessandro Manzoni, además de escribir una novela histórica, se ocupa igualmente de fijar las normas del género, así como de muchas otras cuestiones, en primer lugar las relativas a la lengua. El gran proyecto narrativo se alimenta no solo de lecturas, conversaciones y reflexiones teóricas, sino también de dudas, titubeos, reticencias, afanes entre los cuales, al cabo, quedará varada la inspiración.
Manzoni recala en la novela porque le parece el instrumento que mejor se adapta a los tiempos y a su concepción de la literatura. Pero su relación con este género literario está viciada desde el principio por una forma de desconfianza heredada de los moralistas franceses de Port Royal del siglo XVII, que le habían servido de apoyo doctrinal en la época de la conversión. Éstos ponían en guardia a los escritores acerca de la excesivamente vigorosa representación de pasiones y sentimientos que pudieran ejercer maléficas influencias sobre el público. Pierre Nicole, uno de los miembros de la escuela jansenista de Port Royal, había tachado a los escritores de “envenenadores públicos”. Y asimismo en el siglo sucesivo, ya en un entorno ilustrado, ciertos géneros literarios como la novela no eran precisamente bien vistos, siempre a causa del riesgo del proselitismo inmoral del que cabía responsabilizar a la ficción. El filósofo ginebrino Jean-Jacques Rousseau había identificado incluso la categoría más expuesta: la de los “solitarios”, vale decir la de aquellas personas que, libremente o a la fuerza, habían elegido el celibato. A éstos, advertía el filósofo, habría que dirigirse con gran delicadeza mediante el uso de un lenguaje apropiado a los solitarios, para no herir su sensibilidad y evitarles la trampa de las pasiones1. Un eco de tales cautelas a propósito de la narración y de sus posibles consecuencias sentimentales lo encontramos en Fermo e Lucía2, en la famosa disgresión sobre el amor, en la que Manzoni, respondiendo a un interlocutor anónimo que le reprocha el modo demasiado casto con que ha representado la despedida de los protagonistas (hasta el punto de que ni siquiera parecen dos enamorados), dice que había pretendido no herir la sensibilidad de algunos grupos de riesgo, un par de ellos pertenecientes a la tipología de los solitarios: el de la “virgen no por cierto en agraz, más bien sabia que hermosa” y el del “sacerdote joven”. Las efusiones de los prometidos en el trance de la separación habrían podido “despabilar en aquellos corazones sentimientos muy sabiamente adormecidos”.
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1 Jean-Jacques Rousseau, Julia, o la nueva Eloísa, traducción de Pilar Ruiz Ortega, Madrid, Ediciones Akal, 2007.
2 Se trata de la primera versión de Los novios, que Manzoni terminó presumiblemente en 1824, pero que permaneció inédita. El texto de Fermo e Lucía fue reelaborado por completo en los años sucesivos y publicado en 1827 con el título definitivo de l promessi sposi.