Refused no estaban muertos
Por Nil Rubió.
El pasado jueves cuatro de octubre, los seguidores del hardcore punk tenían una cita ineludible en la Sala Razzmatazz. Refused, una banda que a pesar de su desprecio al culto y la mitificación, que expresaban de forma meridianamente clara en su carta de despedida justo catorce años atrás, habían crecido en las mentes de los que escucharon posteriormente su obra magna The Shape of Punk To Come, precisamente como esa banda maldita a la vez que genial, en motivo de culto. No ocurrió precisamente por su difusión mediática, sino por la pleitesía que le rindieron un sinfín de bandas posteriores, por su capacidad de abrir fronteras en un género no siempre proclive a la permeabilidad de influencias, manteniendo un radical y comprometido mensaje político. Su retorno, aunque todo apunta a que momentáneo, ha generado opiniones que se mueven entre la ilusión por rencontrar o descubrir su directo, como por la desconfianza, hasta enfado, de quien no ve coherente el propio hecho de esta vuelta con su discurso de antaño. En esta difícil posición del punk en los circuitos comerciales, en este dilema que vertebra su canción Summerholidays Vs. Punkroutine y su historia musical, parece que se quedaron y el paso de los años no ha alumbrado solución a esta disyuntiva.
En cualquier caso, la expectación en Razzmatazz era máxima. Después de los teloneros de rigor que tuvieron que actuar en la difícil tesitura del temprano horario, pero que siguieron curtiendo su ascendiente trayectoria (Moksha y Cohen, moviéndose en una tesitura similar a la de los anfitriones), y con veinte minutos de retraso, las luces se apagaron, y detrás de un translúcido telón empezaron a sonar los primeros compases de la avalancha sonora que estaba apunto de desatarse.
Y es que en el directo, Refused son incuestionables. Ya en el Primavera Sound del pasado mayo demostraron que en furia, técnica y en el arte de “dejarse la piel”, sus actos amplifican los logros de sus discos. Hecho además, aún más palpable en el hábitat natural de este tipo de bandas, que solo puede proporcionar el recinto más pequeño posible. Dialéctica constante entre lo visceral y lo cerebral, con un cantante que no escatimaba gritos, proclamas anticapitalistas, saltos, acrobacias e interactividad inagotable con un público absolutamente entregado en la catarsis sonora. Y todo en una relativamente corta hora, que sació el público y convirtió Razzmatazz en una sauna, se sucedieron las mejores canciones del grupo.
Empezando por The Shape of Punk to Come y Liberation Frequency, se tocó casi la integridad de su última, lejana pero actual obra, con la aparición de otras de sus canciones como Rather be Dead (uno de los momentos cumbres de la noche), e incluso se atrevieron con versionar a The Stooges con TV Eye. Pero si hay una pieza representativa de los Refused, algo parecido, y que ellos me perdonen, a lo que sería un hit, ésta es New Noise, guardada para los bises y que llevó al éxtasis a la banda y al público presente, terminando la velada con la intensísima Tannhäuser, con su aseveración y deseo final: “Boredom won’t get me tonight”. Dennis Lyxzén (siempre muy locuaz, a veces excesivo) agradeció al respetable su entrega, mostró su reconocimiento por una gente “que a diferencia de mi país (Suecia) aquí sabéis de lo que hablo”, instó a mantener el hambre, la curiosidad, y como había gritado momentos antes, que el aburrimiento no nos atrapara. El que quizás sí que los atrapó e impulsó a volver de nuevo a los escenarios durante un frenético 2012. Esto, una gira que se presume lucrativa (que de algo el hombre tiene que vivir) y un honesto sentimiento (que agradecemos) de brindarnos la oportunidad de juntarnos músicos y seguidores, en una noche donde su mensaje se hizo más relevante que nunca.
El futuro, mientras la banda se despedía sonriente, satisfecha, feliz, abrazada, para terminar con el puño en alto (gesto poco imitado por parte del público), se presume lejos de la actividad. Su tiempo fue aquella década de los 90, y volver a componer ahora después de los términos de su separación de 1998 parece poco coherente. Como Dennis afirmó, podrían pasar otros catorce años hasta volvernos a ver. Pero nadie esperaba tenerlos subidos de nuevo en un escenario, y en medio año Barcelona los ha acogido dos veces. Al final de todo, un ambiente empapado en sudor era lo que quedaba, gente sonriente, exhausta, consciente de haber vivido una velada que resaltaría en su memoria, y que no, aquella noche el aburrimiento no los había atrapado.
Foto vía | Toni Fonollet