La persuasión y la retórica
La persuasión y la retórica. Carlo Michelstaedter. Sexto Piso(2009). 248 pp. 20 euros.
El filósofo es un compositor de pensamientos. Pensar es, ante todo, un quehacer artesanal. Con la paciencia con la que Spinoza pulía sus lentes o Descartes construía, según cuenta la leyenda, sus muñecas mecánicas, hay que trabajar los conceptos. Sin prisa, uno a uno, piezas únicas y fáciles de quebrar. Juntas formaran una estructura, un texto, que será un organismo único.
Cada idea es la nota de una gran melodía y abrir un libro es hacer que suene a través de nosotros. Leer es sumergirse en un mundo con un clima y unas leyes propias.
¿Qué podemos contar de nuestro viaje a la La persuasión y la retórica? Podemos decir que es entrar en una realidad cansada, hastiada de sí, oxidada, en la que se respira un aire denso y enfermizo. Cada átomo que la constituye guarda dentro de sí una tragedia que se derrama llenándolo todo de una luz que huele como el humo de un crematorio. El punto final: el suicidio de su autor. Con 23 años, Michelstaedter(1887-1910), se pega un tiro en la sien. Las mismas huellas que laten en las teclas de la máquina de escribir, marcan el casquillo de la bala. Tras de sí deja una obra oscura y desgarradora. El pesimismo en estado puro. Schopenhauer a la enésima potencia. A su lado, Cioran, resulta diminuto y artificial.
El esqueleto de La persuasión y la retórica es la sabiduría trágica de los griegos. En sus páginas, con un ritmo lento y suave, se va desplegando una verdad tan conocida como terrible. Como una flor, despacio, sin apenas notarlo, el lado más oscuro de la existencia se abre ante nosotros. Un olor a oleo, fuerte y espeso, nos deja encerrados en un vacío siniestro. Caemos en la trampa del autor, en la misma en la que él sucumbió.
Esta obra no es un juguete intelectual. En ella late algo funesto. Por ello hay que sumergirse de una manera prudente. Intentando mantener una distancia de seguridad con las emociones que la animan. Son demasiado negras, demasiado pesadas para cualquiera y se corre el peligro de terminar contagiado.
Para Michelstaedter toda vida tiene el peso de un sacrificio. El ser nos arrastra para alimentarse a través de nosotros. Todo lo que somos tiene como sentido mantener la gran hoguera que es la existencia. No nos poseemos. Descubrirlo es darse cuenta de que estamos vendidos de ante mano y que no hay lucha posible. No hay salida. La vida es el gran ejercicio de persuasión que nos machaca contra el tiempo engrasando así las entrañas del gran animal que es el universo. La única salida: el suicidio. El autor cumple con su profecía y corona la obra con su muerte.
No es una obra para todos. Cada cual debe conocerse y saber cuánto veneno -por muy hermoso que sea- es capaz de soportar. Si alguien tiene alguna duda lo mejor es que no se asome a este libro.