Larkin, Borges y la tanatofobia
Por Recaredo Veredas.
Sufro una middle age crisis del tamaño de un trasanlántico. Tan común patología se caracteriza, con mínimas variaciones, por la repentina toma de conciencia del sujeto sufriente de que ha vivido más del 50 por ciento de su esperanza de vida y, lo que es peor, de que tan amplio periodo ha pasado en un suspiro. Cuando uno solo piensa, de manera compulsiva, en la muerte y su cercanía, parece normal que encuentre alusiones ocultas a tan universal aventura (morir será una aventura maravillosa, decía Peter Pan) a cada paso. Ayer, por ejemplo, me detuve frente a mi estantería, en concreto frente a la zona dedicada a la poesía y, al azar, extraje un poemario de Philip Larkin, titulado El barco del norte. Lo abrí sin criterio alguno y, albricias, apareció el poema XXIX, dedicado a la tanatofobia. Transmito la versión original porque la traducción es pésima:
XXIX
Poor away that youth
That overflows the heart
Into hair and mouth;
Take the grave´s part,
Tell the boneis truth
Throw away that youth
That jewel in the head
That bronze in the breath;
Walk with the dead
For fear of death.
La sorpresa, como pueden imaginar, fue colosal. Hallar, en pleno ataque de miedo al cruce de la laguna Estigia, sin búsqueda alguna, una recomendación de abandono, de caminar con los muertos para evitar el pavor solo puede inquietar –y aliviar porque, para los mejor pensados la coincidencia puede indicar la existencia de algún tipo de existencia extraterrena-.
Esta misma tarde, tras una breve siesta, deseoso de leer algo breve, tomé, también al azar, uno de los libros de las montañas que, como erráticas colinas, llenan mi casa. Era la reciente edición de Lumen de los cuentos completos de Jorge Luis Borges. Uno de los aspectos de la parca que más me perturban es la desaparición de la memoria, de los sentimientos y experiencias almacenados, cambiados, sedimentados durante décadas. Pues bien, abro el libro al azar y hallo uno de los últimos textos del argentino: La memoria de Shakeaspeare, que narra cómo el narrador recibe uno de los mejores regalos imaginables: la memoria del bardo de Stratford, la comprensión de las razones que llevaron a sus mejores tragedias, a sus minúsculos errores.
Ninguno de estos hallazgos han aminorado la zozobra que causa el abismo cósmico pero sí son buen testimonio de su universalidad y su reflejo en las conciencias más lúcidas.