¿Sinceridad versus egolatría?

Por Mario S. Arsenal.

Si algo tiene de apasionante la cultura es que jamás podremos abrazar todo el material que querríamos, entre otras cosas porque, o bien necesitaríamos más vidas de las que tenemos, o bien estaríamos demasiado ocupados en luchar por nuestros derechos como es el caso que nos ocupa actualmente. Sea como fuere, dicho conflicto de intereses nos conduce por el camino de las sorpresas, y a veces agradablemente. El caso de Jean Daniel (Argelia, 1920) es uno de esos ejemplos de auténtica labor periodístico-humanista que hacen temblar los resortes de todo lo que ya se sabe y se conoce. Cursó estudios de filosofía en La Sorbona y, tras pasar por la experiencia de la carrera militar y la participación en la Segunda Guerra Mundial, decidió fundar una revista llamada Caliban, apadrinada nada más y nada menos que por Albert Camus, a partir de lo cual se dedicó por entero a la enseñanza y a la escritura.

En “Los míos” (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), Daniel esboza las siluetas de más de una cincuentena de personajes, protagonistas célebres, renombrados, así como algunas de las mayores figuras del panorama cultural de su entorno y su tiempo, esto es, el francés de la segunda mitad de siglo XX. Y el resultado es –sin necesidad de esfuerzo verbal– sorprendente. Pero en este caso no lo es porque vertebre un buen discurso, que también, sino por tratarse de algo empático.

Jean Daniel escogió el título de esta publicación (aparecida en Francia en 2010) teniendo clara la sinceridad del texto, la intertextualidad emotiva resultante de la labor de acometer algo tan vibrante como personal. De este modo, los frutos son en ocasiones desbordantes y llega incluso a empujar al lector hasta la conmoción ensimismada, rozando el llanto con su ternura como es el caso de la primera protagonista: su madre. Estas son palabras que superan de largo cualquier maniobra editorial o el intento de dar a luz un artefacto consumible; de ahí, creemos, su éxito y eficacia sobre el receptor que lo tenga en sus manos. Sin embargo, el de su madre no es el único capítulo que nos golpea; desfilan por entre sus páginas jugosos episodios dispares como los de Churchill, Camus, Sartre, Matisse, Foucault, Mauriac, Semprún, Derrida o Lévi-Strauss. Pero hay uno de ellos que ejerció en mi lectura una profunda y especial atracción: André Gide, bien por la probidad de las palabras de su autor, bien porque los traductores (María Cordón y Malika Embarek) hayan conseguido un magnífico resultado, o bien –y esto es lo que temo– por una mezcla de ambas circunstancias. Perfectamente este capítulo, El hombre que me enseñó a dudar, podría incorporarse a los anales de los más bellos homenajes con que un alumno puede obsequiar a su maestro. Es quizás uno de los ejemplos, el de Gide, en que se demuestra de manera fehaciente que psicología, literatura y vida en ocasiones pueden fusionarse hasta el punto de confundir sus lindes, ya que, además de ser un personaje cultural de elevadísimo interés, su vida no lo fue menos. Se casó y al poco tiempo quebró su confianza en el matrimonio, derribó todos sus tabúes al precio que fue necesario, huyó, regresó. Como parecía que toda esa conflictividad no era suficiente, descubrió la obra mordaz de Nietzsche, a través de la cual vertebraría toda su vida; acometió por sistema la imprudencia de la duda; y en definitiva, luchó en vida una batalla única y singular contra sí mismo incorporándose a los grandes nombres de la historia de la cultura dando a entender que el conocimiento más importante que existe es el que se adquiere de y en uno mismo.

Mas este relato sólo es uno de ellos. A veces es fundamental reconocernos en personajes ajenos, pues a través de ellos, como suele suceder en las novelas, nos ofrecen ciertos matices que no lograríamos ver de otro modo. Son reflejos que coadyuvan a comprender mejor la vida que nos rodea y los seres que la componen. Hoy es Jean Daniel, pero todos tenemos nuestros propios protagonistas. Quizás mañana los que nos reflejen esa parte de vida escondida y agazapada entre las páginas de los libros sean los míos, los tuyos, los suyos.

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“Los míos”

Jean Daniel

Galaxia Gutenberg, 2012.

303 p., 22 €.

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