Generación fantasma
Por Rubén Sánchez Trigos.
De vez en cuando Internet, ese pozo de los deseos que nunca devuelve las monedas, nos da la oportunidad de redimir nuestros pecados. Hace poco pude ver por fin Promoción fantasma (2012), película que en su momento dejé pasar por la taquilla, por razones que no vienen al caso. La película de Javier Ruiz Caldera me interesaba por dos razones: la primera de índole estrictamente profesional. La segunda razón casi tiene que ver con el despecho: en un panorama donde prima la artificiosidad y la aparatosidad, formal y de concepto, es casi un milagro encontrar películas de género (el cine social es otra cosa, va por libre) que apuesten por una idea sencilla, clara, directa y susceptible de explotarse adecuadamente en menos de cien minutos. Esto es lo que le pasa a Promoción fantasma, que no es perfecta, ni mucho menos, pero que tiene la inteligencia de jugar sus cartas con una honestidad que empieza a echarse de menos. La película maneja, para empezar, un high concept tan rotundo que asusta: un profesor con la facultad de ver fantasmas. Cinco alumnos fallecidos en los ochenta que necesitan aprobar el curso para pasar al otro lado.
Tengo, sin embargo, sensaciones encontradas con este título. Por un lado, su ejecución me parece ejemplar. Es cierto que a veces le sobra almíbar, que adolece de un clímax un tanto átono, y que algunos personajes podrían haber dado más de si: el que encarna magníficamente Alexandra Jiménez, por ejemplo. Pero en general el balance es positivo. Promoción fantasma sabe lo que quiere y a quien se dirige, y va a por ello desde el minuto uno. El primer acto, en este sentido, es toda una lección de presentación de personajes y conflicto. Por otra parte (he aquí mis reticencias) ejemplariza una tendencia que ya empieza a ser problemática entre nuestros cineastas más jóvenes: como los fantasmas de esta película, muchos de ellos parecen haberse quedado congelados en los ochenta (cinematográficos y norteamericanos, se entiende; nadie, o casi nadie, se ha atrevido aún a recrear con verdadera convicción el imaginario español de esa misma época): en sus tics, en su espíritu engañosamente naif. Visto así, Promoción fantasma es un caramelo envenenado, porque sin quererlo (o queriéndolo, vete a saber), construye una metáfora (in)consciente sobre esa generación que ha abrazado los postulados de un Spielberg, de un Huges, de un Columbus con una franqueza que se mueve entre la nostalgia y la alegría, siquiera para ironizar sobre ellos -véase Cuento de navidad (2005), la tv movie que Paco Plaza dirigió para Historias para no dormir-.
En el caso de Promoción fantasma, al menos, parece consciente de ello; de hecho, hace de la operación nostálgica el vector de gran parte de sus hallazgos, como ese homenaje a Carrie (1976) que subyace en la escena de las duchas. Postmodernismo de andar por casa, al fin y al cabo, pero efectivo. Sólo por eso, y por el cariño que sus creadores imprimen a sus personajes (otro rasgo que la narrativa fílmica posmoderna, instalada en un permanente nihilismo, nos ha esquilmado), la propuesta merecía más suerte de la que tuvo en las salas. No hay que preocuparse: Will Smith ha comprado los derechos para el remake americano, y entonces, sospecho, muchos de los que entonces levantaron la ceja pasarán por caja.
Rubén Sánchez Trigos es profesor e investigador en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Rey Juan Carlos. Especializado en cine y literatura fantástica, en 2009 apareció su primera novela, Los huéspedes (Finalista Premio Drakul), un thriller de terror en un ambiente urbano.