Orchestrion (Pat Metheny) – La Orquesta de un solo hombre
Por Daniel Muñoz
Realmente es una pequeña mentira definir el nuevo proyecto de Pat Metheny como “orquesta de un solo hombre”, ya que detrás de este faraónico montaje musical se encuentran muchos técnicos, entendidos y entusiastas de lo que, en palabras del guitarrista de Missouri, son llamados “orchestronics”; esto es, instrumentos musicales acústicos accionados por máquinas, capaces de reproducir melodías prefijadas y grabadas habitualmente en un rodillo o una plancha metálica utilizando relieves que marcan la intensidad y la duración de las notas. Para entendernos, el ejemplo arquetípico de este género de instrumentos es la pianola, que hemos visto una y mil veces en películas del Oeste y que sigue tocando aún cuando el falso pianista ya ha sido abatido a tiros por el malo de turno que entra en el “Saloon” con ganas de montar bronca.
No obstante, el compositor ha querido darle aquí una vuelta más al concepto y convertir lo estático y rígido en dinámico y espontáneo, mediante una labor considerable de ingeniería que ha permitido que su orquesta “reaccione” -dentro de un rango más o menos razonable- en función de sus necesidades de improvisación y pueda adaptarse a los continuos cambios que una interpretación de este género musical requiere.
Dice Metheny que gracias a su abuelo descubrió este tipo de música prefabricada, ya que tenía en el sótano de su casa precisamente una pianola con un montón de rollos que contenían diferentes tonadas, y cuando iba a visitarle en verano junto con sus hermanos podían pasarse las horas muertas poniendo un rollo tras otro para escuchar ese pequeño milagro de la reproducción instrumental diferida. El que su yayo (por cierto, trompetista profesional y cantante) se revelase como un aficionado de esta clase de instrumentos nos ha permitido, varias décadas después, disfrutar de uno de los trabajos más originales y sorprendentes que se han producido, no sólo en la escena del jazz, sino en la música como concepto global.
Cuando uno va a escuchar este disco por primera vez, ha de hacerlo libre de prejuicios de todo tipo. Hay que intentar despojarse de condicionamientos previos y simplemente disfrutar de los lienzos sonoros que nos ofrece este trabajo de enorme precisión y obsesión por el detalle, pues es la única manera de conseguir que unas máquinas sean capaces de recrear el espectáculo que estamos a punto de escuchar.
El primer tema, el homónimo “Orchestrion”, es una demostración de fuerza bruta en el más estricto sentido del término. Es en este tema de casi un cuarto de hora de duración donde el músico nos va a hacer partícipes de hasta dónde puede llegar su “criatura”. Comienza de manera calmada, para ir entrando poco a poco en un “in crescendo” que primero nos envuelve, después nos atrapa y por último nos lleva cabalgando hasta el final. La exuberancia del discurso recuerda al soberbio “Minuano”, del histórico disco Still Life Talking.
Los siguientes dos temas, “Entry Point” y “Expansion”, van enlazados (no existe pausa entre el final de uno y el comienzo del otro). Con un grado de acierto inusual entre título y composición (en el jazz es bastante común que el título no tenga nada que ver con lo que evoca la música en el oyente), este conjunto sirve de punto de entrada y apertura al resto de las canciones y, de manera casi tarantiniana, al propio disco, por lo que podríamos situar esta composición como primera y posiblemente alcanzaría una coherencia de “obra completa” mayor de la que tiene en su formato actual. Pero la lírica es importante también en la creación artística, así que el autor puede tomarse este tipo de licencias cuando cree que el resultado merece la pena, como es el caso.
El siguiente tema, “Soul Search”, es más calmado y reflexivo, conformando lo que bien podría ser una exposición filosófica y metafísica del concepto de la máquina que intenta reproducir el alma del músico que no está, y al mismo tiempo buscar la suya propia e inexistente por medio de la improvisación musical. Atentos a los cambios de tiempo y a la variedad de recursos que despliegan los “orchestrions”; en varios momentos les parecerá increíble que no haya seres humanos detrás de esos instrumentos que están sonando.
El último tema “Spirit of the Air” trae a la mente los sonidos ancestrales de las tribus nómadas del medio oeste norteamericano, uno de los tópicos favoritos de Pat y que siempre suele tener lugar en sus composiciones (no me pregunten por qué, pero por momentos también me recuerda al “Last Train Home”).
En general, el “estilo Metheny” es una constante en todo el disco, y no le será difícil al aficionado a su música reconocer patrones y recursos propios del artista.
Uno se queda con ganas de más cuando termina de sonar el quinto y último tema del disco; quiere más de esa excelencia continuada, y de armónicos y melódicos que pareciera imposible que fuesen ejecutados por una fría combinación de tuercas, tornillos, pistones y palancas. Acaso Metheny es el único músico en la actualidad con unos niveles de exigencia tan elevados a la hora de definir su sonido que es capaz de abordar un ejercicio de tal magnitud y complejidad, y salir de él con notas perfectas y menciones honoríficas a su desarrollo.
Para acabar, una recomendación de uso: Siéntense en su sillón preferido, pongan su mente en blanco y prepárense a disfrutar, dejándose llevar por los maravillosos parajes hacia los que esta milagrosa “orquesta de un solo hombre” va a conducirles. Les aseguro que el viaje merece la pena.