Sobre la masturbación convertida en una de las bellas artes
Por Javier Moreno.
Acabo de terminar Fuck América, de Hilsenrath, un acierto más de Errata Naturae. Es un libro divertido, con un personaje kurtvonnegutiano llamado Jakob Brodsky, con escenas memorables como aquélla en la que Brodsky, víctima de una erección incontenible, aliña su impulso masturbatorio con la fantasía de dar por el culo a una secretaria de dirección de una famosa editorial. Esto último no tiene nada de extraordinario, lo que resulta fantástico es la elaborada historia que el personaje lucubra para domeñar su placer y llevarlo a buen puerto. En realidad, la historia de Hilsenrath (cuyo personaje pergeña un libro que lleva por título El Pajillero) es una simple excusa para hablar de algo que estimo más profundo: las relaciones entre masturbación y literatura.
La historia es antigua. En la primera cosmogonía conocida, el dios egipcio Atum bate su miembro al compás de su imaginación y de sus gotas de semen nacen los seres de este mundo. No es mala cosa concebirse como una gota de semen de la divinidad. Se me ocurren cosas peores. Me gustaría saber qué historia se contó el dios para llegar al orgasmo, leerla en algún sitio. Ante esa historia todas las demás, me temo, resultan simples sucedáneos. Creo que todos intentamos escribir esa historia. Como Gombrowicz. Gombrowicz le da una vuelta de tuerca al mito cosmogónico egipcio en su Cosmos. La intriga paranoica de Cosmos tiene como colofón (disculpen el spoiler) una gayola con glosolalia por parte del anfitrión. Deconstrucción de todas las novelas de intriga (las pasadas, las futuras y, ay, tantas presentes) Gombrowicz recompensa al lector que le ha seguido hasta la última página con ese acto banal y grosero, antípoda (aparentemente) del romanticismo.
La narración demora el placer hasta el final, especie de Apocalipsis donde nos espera el más allá (infierno o paraíso) de la vida cotidiana. El Beato de Liébana afirma que en el Apocalipsis las estrellas del cielo caerán a la tierra como higos maduros. ¿Otra metáfora del orgasmo masculino? El principio y el fin coinciden. El círculo se cierra. Nosotros, más postmodernos, ya no toleramos demasiado la demora; deseamos la satisfacción inmediata, en cada caricia, en cada fragmento. Nuestra masturbación se ha hecho fragmentaria. No nos basta un fresco pompeyano, ni siquiera una película pornográfica. No nos interesa el final (acabar es lo de menos), sino como mucho (allá la potencia de cada cual) una sucesión de placenteras intensidades. Preferimos a la tensión de la intriga y la evolución de los personajes el zapping onanista del porntube, la narración fragmentaria. No nos masturbamos como antes. Ergo no escribimos como antes.