Cuatro muertes para Lidia
Cuatro muertes para Lidia de Enrique Páez. Colección Paralelo Cero 73, Editorial Bruño, 2012. Rústica, 128 pp., 8,90 euros.
Por Miguel Luis Sancho.
“Todos los viajes contienen la vida, y encierran la muerte.” La odisea / Homero
Cuatro muertes para Lidia (Bruño, 2012) es, sin duda alguna, la obra más profunda y conseguida del escritor madrileño Enrique Páez. Desde las primeras páginas, el lector descubre que se trata de una novela dura y realista, escrita con pasión y buen gusto, que no deja indiferente a nadie.
La novela arranca cuando la joven Lidia, acorralada por un círculo de fuego, debe abandonar su casa de la infancia y emprender un viaje en busca de su madre, acompañada por su padre y por su hermano Carlos, que es deficiente. En realidad, se trata de un viaje sin retorno, de una “odisea” apocalíptica hacia el “sur”, de una huida desesperada a través de un desierto cubierto de ceniza. En ese infierno sin vida, les esperarán duras pruebas que tendrán que superar (campos arrasados por el fuego, falta de comida, ataques de lobos y de ratas, un fuerte tornado…), pero también encuentros inesperados (como les ocurre a la llegada del sanatorio de Punta Lanza o al final del libro). Ambas cosas – pruebas y encuentros- harán que la protagonista vaya lentamente madurando, haciéndose mayor antes de tiempo, a base de golpes y de dolorosas pérdidas de personas queridas.
Según mi mirada, el último libro de Enrique Páez puede interpretarse de distintas maneras, ya que presenta distintos niveles o estratos de lectura:
En primer lugar, la novela puede leerse como una distopía, como una historia de “supervivientes”, al estilo de La carretera de Cormac McCarthy, donde un padre con sus hijos recorre un paisaje quemado, sumido en el abandono más absoluto. Las similitudes entre ambos libros son evidentes. Sin embargo, creo que la intención última de Enrique Páez es muy distinta a la del autor norteamericano. No se trata de un plagio, sino de una coincidencia emocional.
En segundo lugar, la obra puede entenderse como un relato de maduración, donde la protagonista debe realizar un viaje iniciático, aunque sea a su pesar. Así, la joven debe abandonar la confortable casa de la infancia y atravesar un desierto arrasado por el fuego y la muerte para encontrar su verdadera personalidad. La historia de Lidia, por tanto, sería la cualquier adolescente. Necesita morir, dejar cosas atrás, para poder crecer.
Yo, sin embargo, prefiero interpretar la novela como una metáfora de un estado de ánimo, de una “noche oscura de alma” (con final feliz). El autor dedica mucho tiempo a describir el mundo apocalíptico por el que caminan los protagonistas, incapaces de aceptar la muerte. La ceniza, las ratas, el humo, el barro, los lobos, las llamas, los árboles carbonizados,… tejen una tupida red de significados, con connotaciones profundas, mucho más interesante a veces que las acciones que los personajes realizan. Y es que, a pesar de su apariencia realista, la novela posee un fuerte simbolismo. Por ejemplo, el fuego- que aparece por todas partes en el libro- debe interpretarse como el tiempo que lo destruye todo; los buitres que persiguen a los protagonistas, como presagios o heraldos negros de la muerte; el mar, como el punto de llegada y de esperanza…
En cuanto a los aspectos formales, me parece que el autor elige con acierto el punto de vista narrativo: una voz sincera en primera persona, que nos permite adentrarnos en los sueños y secretos mejor guardados de la mente de Lidia. Aunque el lenguaje utilizado por ella es en ocasiones demasiado elevado para una chica de su edad, la novela fluye con naturalidad y se lee bastante bien. Asimismo, me gusta cuando Páez recurre a las imágenes poéticas en las descripciones, ya que las utiliza con acierto y elegancia. En ellas podemos descubrir no sólo un buen contador de historias, sino también un escritor con oficio.
¿Gustará al público juvenil Cuatro muertes para Lidia?
Yo creo que sí. Los adolescentes no sólo buscan leer amores imposibles en tierras exóticas, ni puertas a templos de fantasía vacía… También necesitan libros para identificarse, para conocerse a sí mismos, para afrontar las duras pruebas de la vida.
La última novela de Enrique Páez es uno de esos libros. ¡Enhorabuena, maestro!