
Antonio Rivero Taravillo
Antonio Rivero Taravillo (1963) es poeta, novelista, ensayista, autor de libros de viaje, biógrafo de Luis Cernuda, Juan Eduardo Cirlot y Álvaro Cunqueiro (su Álvaro Cunqueiro, sueño y leyenda aparecerá en septiembre en Renacimiento). Ha publicado dieciocho libros de poemas, el más reciente de los cuales es Un invierno en otoño (2025). Entre los premios que ha recibido están el Comillas y el Antonio Domínguez Ortiz de biografía por sus trabajos sobre Cernuda y Cirlot, respectivamente; el Ciudad de Lucena Lara Cantizani, el Ciudad de Alcalá y el Paul Beckett de poesía; el Premio Andalucía de Traducción por sus versiones de John Keats, y el Rafael Pérez Estrada de aforismos. Ha obtenido asimismo los premios Estado Crítico y Feria del Libro de Sevilla.
Ha publicado numerosas traducciones literarias, incluida la Poesía completa de William Shakespeare o la Poesía reunida de W. B. Yeats. Es colaborador habitual de las revistas Cuadernos Hispanoamericanos, Letras Libres y Letra Global, entre otras, y de Diario de Sevilla y otros periódicos andaluces. Fue en 2104 el fundador de la revista Estación Poesía, que ha dirigido hasta 2024.
Hoy nos acompaña para hablarnos sobre Un invierno en otoño (Bajamar, 2025), libro que le valió el XXV Premio de Poesía «Paul Beckett» y del que le pedimos una Primera Impresión.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Antonio Rivero Taravillo: Ojalá no se hubieran dado las circunstancias que me llevaron a escribirlo. Surgió al saber que padecía un cáncer de pulmón en estado muy avanzado. Eso supuso un terremoto interior. Lo escribí en un breve periodo de tres meses.
¿Qué papel desempeña la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?
Los poemas aparecen más o menos en orden cronológico de composición. Quería, así, que contaran una historia, un proceso, una evolución. Y se da una alternancia de momentos de zozobra y otros de fe: me he reconciliado con la esperanza.
La emoción se somete al trabajo de la forma
¿En qué medida veremos en él —o no— al Antonio Rivero Taravillo de tus anteriores obras?
Se me verá, sin duda. No es un libro rupturista. Se trata del desarrollo natural y la culminación de todo lo que he hecho hasta la fecha, bien que ahora en una situación muy especial. Y la emoción se somete al trabajo de la forma. Aunque hay también poemas en verso libre y versículo, aquí está mi habitual verso medido, siempre muy pendiente del ritmo. Siendo esto siempre importante, es además importante la contención para que los sentimientos no se desborden.
Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte sólo con tres poemas de Un invierno en otoño, ¿cuáles serían?
Con la provisionalidad de toda selección, que cambia de una vez para otra, en este momento escojo “Intensidad”, “Alijo de Dios” y “Un reencuentro aplazado”.
La enfermedad ha sido un catalizador
¿Cómo ha influido tu experiencia personal en la génesis y posterior desarrollo de Un invierno en otoño? ¿Qué lugar ocupa la enfermedad en estos poemas, más allá de lo autobiográfico? ¿Y la memoria?
La enfermedad ha sido un catalizador. Prácticamente siempre estoy escribiendo poesía, pero con el diagnóstico y el principio del tratamiento empecé a escribir poemas en una longitud de onda distinta, por así decir, más profunda e íntima. Me he desnudado por completo en este libro, pero desde el autocontrol del poeta que organiza su materia verbal y no se deja arrastrar por sus sentimientos como cualquier hijo de vecino para el que prima el qué sobre el cómo. Creo que puede emocionar a cualquier persona que esté gravemente enferma o tenga en su entorno a alguien que padezca la misma dolencia u otra parecida. La memoria, una de las fuentes de la poesía, se impone y arrastra, porque uno recapitula y se replantea lo que ha sido su vida hasta entonces. Y también se da una prolepsis: se plantea lo que quiere que su vida sea en adelante.
¿Ha habido un antes y un después en tu forma de enfrentarte al poema desde que te diagnosticaron cáncer?
Más que al enfrentarme al poema, al enfrentarme a la vida. Sí, el dolor, la vulnerabilidad, la conciencia de transitoriedad afectan a toda la experiencia y modifican la percepción, también la autopercepción.
No solamente escribiré poemas sobre la enfermedad
¿Qué le dirías a tu yo de antes de la enfermedad, ahora que has publicado este libro?
Vamos a seguir juntos en esta lucha. No me dejes, no te dejaré, aunque hayamos cambiado. Y no solamente escribiré poemas sobre la enfermedad. Como sabes bien, aunque aún no se hayan publicado, estoy en los últimos meses muy pendiente de la naturaleza y de todas las manifestaciones con las que la vida tiene a bien asombrarnos.
La enfermedad me ha aportado serenidad
¿Y qué mensaje te gustaría dejar a los lectores que puedan estar atravesando experiencias similares?
Un mensaje de optimismo, a pesar de todo. La oncología ha avanzado mucho en los últimos años. Por otra parte, la enfermedad me ha aportado serenidad. Me gustaría compartirla. El cáncer es una transformación de células. Afrontarlo también es una transformación, que debe ser para mejor.
La poesía puede ser un consuelo
¿Tiene, en tu opinión, la poesía un papel relevante como vehículo para transitar el dolor o la incertidumbre?
La poesía puede ser un consuelo, y también una vía de conocimiento interior. Como una plegaria, puede ayudar a conjurar el dolor. Ella misma nace de la incertidumbre y el asombro porque es asombro e incertidumbre.
Nada debe durar para siempre
Entre otras muchas ocupaciones literarias, es biógrafo de Luis Cernuda, Juan Eduardo Cirlot y Álvaro Cunqueiro. Concrétamente de éste último está próxima a publicarse una biografía firmada por ti en la prestigiosa editorial Renacimiento Álvaro Cunqueiro, sueño y leyenda. ¿De qué manera la inmersión en la vida y obras de estos autores ha influido en su propia poesía, y hasta qué punto consideras que existe un diálogo —explícito o soterrado— entre tus versos y sus universos poéticos?
Todas esas biografías obedecen a afinidades electivas. Nunca han sido encargos, sino proyectos personales asumidos con ilusión y esfuerzo. Sus obras son importantes para mí, y las respectivas vidas, iluminaciones sobre aquellas, puertas para acceder mejor a lo que escribieron. Los tres son muy distintos, pero se puede decir que complementarios en mis intereses. Todos me han influido; quien más, Cernuda, sobre todo en su poesía meditativa y elegíaca y como ejemplo de entrega vocacional.
Hace poco tiempo leí con tristeza que la prestigiosa revista “Estación Poesía”, de cuya dirección estabas al cargo, llegaba a su fin. ¿Cuál es el balance de su recorrido? ¿Qué te ha dejado la experiencia de dirigir una revista literaria?
La revista estaba muy viva, pero los procesos naturales (y la poesía lo es, acaso como ningún otro) son así. Nada dura, nada debe durar para siempre, y mejor poner fin a la andadura antes de caer en la decadencia o el automatismo. Fueron diez años y 27 números, cifra más que simbólica en el mundo de la poesía en español, si pensamos en la ineludible Generación del 27. El balance es de satisfacción y agradecimiento. Hemos publicado a muchos poetas de diferentes procedencias, estilos y generaciones, siempre con la mira puesta en la calidad. La experiencia es inolvidable, con presentaciones en varias ciudades de España y en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México). He tejido amistades, también he lamentado la muerte de algunos colaboradores.
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?
De Francisco Barrionuevo, que ha publicado este año un magnífico libro, Vado permanente (Mahalta).
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Tres poemas de Un inverno en otoño
INTENSIDAD
Para Jesús Marchamalo
Hay una intensidad en el peligro
que no alcanza la paz si esta no siente
el hálito del riesgo y la amenaza.
Cuidamos más la piedra quebradiza
en nuestras manos pobres
que el lingote macizo, indestructible.
Cuando otras cosas fallan, la conciencia
acrecienta su fuerza. En la desdicha,
la flor del gozo abre con más brío
y muestra más vigor la lozanía.
La enfermedad no es
nunca lo contrario de la salud,
sino el lugar desde el que esta más se aprecia
como un valle feraz desde un alcor
áspero, baldío y pedregoso.
Solo aquello que se degrada puede
recuperar su gloria.
Estar postrado es la condición
para elevarse.
ALIJO DE DIOS
Tengo fe porque dudo. Si no fuera
por esta desazón que me corona,
manso animal sería, y no persona
fiera, que se debate con su fiera.
Pues bien sé que esta fe es la verdadera
del alma que es su pésima anfitriona,
porque al dudar el huésped se emociona
sabiendo que Dios tiene esta manera
oblicua de mostrárseme presente,
no demostrando nada, solo dando
indicios a quien íntimo lo siente.
Un alijo de Dios, de contrabando,
se cuela entre mis horas más desnudas.
Con clandestina fe viste las dudas.
UN REENCUENTRO APLAZADO
Hubo un momento en que creí
que íbamos, mamá
(nombre terrible que pronuncio a solas),
a reencontrarnos pronto.
Fue cuando me diagnosticaron esto
–un tumor avanzado, y como el rayo
su corazón maligno que crecía–.
Pensé que era fruto de la herencia,
como yo era fruto tuyo,
la semilla terrible transportada
por nuestros genes,
sus códigos de sombra.
Pero luego vinieron más análisis
con el diagnóstico
y la esperanza color de una pastilla rosa
–o, para ser precisos, color carne:
la mía que de nuevo se encendía,
devuelto su vigor–.
Lo que pudo haber sido un inminente
reencuentro tuyo y mío,
de tu cáncer de mama hace ya décadas
y el mío de pulmón ahora,
aún de momento no se ha producido,
aunque serenamente lo asumía.
Combato yo, pues tú no lo lograste.
Voy venciendo en la lucha que perdiste.
Entonces sé que no te importará
que posponga la hora de la cita
como un niño que vuelve tarde a casa,
heridas las rodillas y manchada la ropa.
Verás mis juegos con benevolencia,
con paciencia el retraso. Aguarda un poco.
También quiero abrazarte, pero espera,
te debo esta victoria:
sigo vivo por ti. Mientras yo viva,
tú no habrás muerto.