Ricardo Martínez.
“Pienso en el futuro y lo veo tan negro, tan negro, que retrocedo asustado (…) Por todas partes la indiferencia o el desprecio” escribe en 1860 Zola a su amigo Cézanne. Es una carta profundamente humana no en lo que haya en ella de queja sino de desesperanza, de duda de futuro. Y lo expone con humildad y sinceridad como un ejercicio de vínculo, de busca de interlocutor en alguien que es un nombre relevante en su labor, que es, también, un constructor de futuro de alguna manera, si bien ambos desde distintas posturas artísticas.
El que tiene necesidad de confiar en el futuro no solo como posibilidad material sino en el sentido moral, de progreso ético y liberador, tiene derecho, digamos, a entonar un lamento si el horizonte de bien que desea desde su formación e inteligencia no se atisba como un bien. Algo que nos trae a la actualidad, por cierto: tantos discursos de decepción ante el aciago futuro con que vamos siendo asediados hoy entre voluntades de guerra y enfrentamiento en lugar de ceder el protagonismo a la intención reparadora, ilusionante, creadora en el mejor sentido. Y el caso es que ese discurso dominante, sombrío, lleva implícito, sin duda, el fracaso del diálogo, de la educación como percepción por un futuro mejor.
El escritor se lamenta como hombre consciente, inteligente, y he aquí que el bien de la interlocución habrá de dar sus frutos pues, si enlazamos su pesadumbre con la respuesta del amigo pintor –cada cual con su alto bagaje artístico- las palabras de éste habrán de ser reconfortantes, años adelante (1879), pues gracias a una obra de Zola, Nana, de la que ha disfrutado el pintor, éste se lo expresa de un modo hondamente amistoso y esperanzador: “La atraccion por la noved ha hecho que me lanzase sobre ella y ayer terminé la lectura (…) Es un libro magnífico” Opinión que ha de compartir otro hombre relevante de la cultura cual es Flaubert: “Qué libro. Es implacable. Y el bueno de Zola tiene mucho talento, tomen nota”
He aquí, entonces, cómo un deseo de bien (de bonancible perspectiva nada menos que de futuro) se conforma como tal toda vez que dos –y más- hombres de inteligencia y criterio contribuyen a un futuro más prometedor a través de su confianza en la palabra, en el ejercicio de su labor artística, de su oficio propio.
El uno, Zola, en su día, haciendo gala de su humanismo activo, se lamenta de la sinrazón existente porque desea una perpectiva más halagüeña de futuro, y en su queja constructiva, con su obra, ha de venir a contribuir a un horizonte (ético y estético) mejor.
En ello, la educación humanista, la voluntad que les llevó a cultivar su opinión y amistad en tiempos adversos les conduciría, con el tiempo, a hacer patente la conciencia del bien gracias al valor de su actividad, de su obra –cada cual desde su formación, desde su cultura- bien hecha.
Ganará, así, el fortalecimiento de la amistad, de la palabra, y por extensión el desarrollo de las virtudes humanas como futuro esperanzado.
Qué bien que así fuere el desenlace de la decrépita sensación de derrota en tantas disciplinas que hoy se advierte entre una nueva clase amenazante, mercantilista, rebosante de virtualidades sin consistencia real donde el futuro se refleja más como sombra –aunque se ampare en la palabra cultura- que como luz en cuanto a proyecto inmediato de los valores que la cultura heredada ha venido acuñando.
Un libro éste pleno de diálogo, de sinceridad, de confianza donde la expresión artística –llàmese pintura o literatura- en los destinos propios pudo diseñar tiempos más optimistas en favor de la palabra, a favor de la libertad.
Sea: el tiempo, bueno o malo, también es conformado por la obra y la voluntad del hombre.