La casa de verano

Masashi Matsuie

Traducción de Lourdes Porta

Libros del Asteroide

Barcelona, 2025

380 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Una de las características de la arquitectura como forma de arte, es que diseña lugares donde alojarse. Tal vez la mejor aspiración de un arquitecto sea la de transformar ese alojarse por un sincero y emotivo quedarse a vivir. Este es un punto en común que la arquitectura tiene, sorprendentemente, con la narrativa: a muchos nos hubiera gustado quedarnos a vivir dentro de alguna de las mejores películas que hemos visto, dentro de algunos de los mejores cómics que hemos leído o dentro de algunas de las novelas buenas en las que hemos estado durante unas pocas horas. Y cuando hablamos de novelas buenas, utilizamos el adjetivo en el mismo sentido en que lo haríamos para referirnos a personas buenas. Este espíritu es el que recorre la novela de Masashi Matsuie (Tokio, 1958), una obra en la que no parece ir sucediendo gran cosa, en la que la trama es muy leve, en la que la intensidad no es para nada eléctrica. Pero a cambio nos ofrece una serie de lecciones, distribuidas por sus distintos niveles de lectura, que merece la pena seguir.

La historia la cuenta un arquitecto recién licenciado, ubicándonos así en una etapa de aprendizaje vital para todos nosotros: es hora de salir al mundo y enfrentarse a los miedos, es hora de hacerse mayor. El narrador posee una sensibilidad que se expresa de forma discreta, tan discreta como es la personalidad del arquitecto dueño del estudio, lo cual no deja de ser la expresión de un deseo, hablándonos de cómo saber estar en el mundo sin tener que recurrir al mindfulness. Hay que saber percibir antes de ponerse a crear, ni siquiera a crear opiniones. El grupo que conforma el estudio se retira en verano a una casa donde, en este caso, comienzan a llevar a cabo un proyecto para un concurso. Esto nos lleva a mostrarnos por un lado la convivencia entre ellos, en la que puede haber diferencias, pero no roces. Y por otro la importancia que tiene este proyecto, que no por casualidad será el diseño de una biblioteca. Es posible que en algún momento pasemos a considerar que la novela se detiene, porque nos detenemos en instantes de la convivencia en que no parece avanzar la acción, pero será la serenidad lo que se imponga, y mostrarnos que se puede ser sereno mientras se exponen pareceres y se llega a acuerdos sigue siendo una muestra de bondad. A lo que cabe añadir que esa misma serenidad es la que desean transmitir todos ellos, con sus diferentes recursos, durante la elaboración del proyecto, porque una biblioteca debe mantener esa cualidad por encima de las demás.

Por otra parte, está la sensibilidad que da el entorno que dan los detalles: desde los cerezos hasta las puntas de los lápices. El arquitecto, una figura que nos intriga sin molestarnos, sigue los dictados de quienes quisieron tomar a la naturaleza por maestro, como Frank Lloyd Wright. «Aquí arriba no hay dolor», sostuvo John Muir desde lo alto de la montaña. Como si el dolor lo hubiéramos ideado y construido nosotros, y nuestros protagonistas estuvieran convencidos de que, de igual modo, podemos idear y construir sus antídotos.

La casa de verano no es una obra idónea para lectores de thrillers, aunque debería serlo, pues de su lectura uno sale bien parado, convencido de que ser una buena persona es todavía posible.