POR JOSÉ LUIS TRULLO
Hoy es el «día del libro»… ¿Del libro? ¿De uno solo? ¿De las últimas novedades? ¿De… cualquiera, todos buenos porque, con un poco de suerte, acabarán encontrando unos ojos donde caerse muertos? ¿O del libro como idea platónica, como arquetipo, como entelequia conceptual? ¡Qué sé yo! En cualquier caso, ¡que viva ese libro! Al menos, hoy.
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Hay quien presume de leer muchos libros, de hacerlo sin cesar, sin apenas pausa: un título tras otro, devorándolos con apetito voraz, con ansiedad bulímica… ¿para devolverlos enseguida? ¿O para defecarlos sin dejar huella en su compulsivo organismo? ¡Qué sé yo! Por si las moscas, ¡que vivan los libros, aunque sean demasiados! Al menos, hoy.
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Leer un libro por leer un libro, leerlo por puro placer, para pasar el tiempo, para matar el rato… sin utilidad… sin culpa… leer como quien ve crecer la hierba o pasar el agua del río por delante de sus ojos, sabiendo que no se va a tumbar en ella ni zambullir en él. Leer como sucedáneo, leer como lenitivo, leer como una actividad insustancial, irrelevante… ¿casi inexistente? ¡Qué más da! Sea como fuere, ¡que vivan los libros, incluso si son inocuos! Al menos, hoy.
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«Los libros se multiplican en proporción geométrica. Los lectores, en proporción aritmética. De no frenarse la pasión de publicar, vamos hacia un mundo con más autores que lectores», profetizaba Gabriel Zaid en Los demasiados libros. Bien, ese día ya ha llegado. Aunque todos finjamos que las cosas siguen como siempre, con un libro para cada lector y un lector para cada libro, lo cierto es que el aquelarre de letra impresa está cerca de resultar total: son abrumadora mayoría los títulos que mueren apenas han nacido, olvidados en un arroyo, o camino de la planta de reciclaje de papel, ya no usado, sino… frustrado.
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Advierten «los expertos» que el sistema de la distribución en España (basado en multiplicar las novedades para compensar las devoluciones) alimenta una espiral publicadora que explicaría que, cada año, vean la luz -aunque sea de manera efímera: un parpadeo y adiós- más de ¡ochenta mil nuevos libros! Ojalá existieran, en pleno siglo XXI, ochenta mil lectores auténticos, no meros devoradores de páginas…
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Aconseja Séneca a Lucilio, su callado corresponsal, que huya de «la muchedumbre de los libros» que «disipa el espíritu», de afanarse en «cambiar de lugar» viajando a lo tonto, en suma: de entregar el alma al diablo de los cambios, que yuxtapone una experiencia tras otra sin «demorarse» en ninguna, es decir: sin entregarse a ellas realmente, ni incorporarlas al propio ser asimilándolas de manera consciente y pausada. Contra el fast food lector, el hispanorromano prescribe: «Lee siempre a autores consagrados [se entiende: a los clásicos, no a los escritores de moda], y si alguna vez te viene en gana distraerte en otro, vuelve a los primeros». ¡Qué deseo tan cándido, qué consejo tan difícil de atender hoy en día, con tantas tentaciones paseándose por delante de nuestros ojos! Hacer oídos sordos a los cantos de sirena del último libro publicado, el cual, claro, no será el último, porque pronto se verá arrasado y olvidado por otros más jóvenes, más bellos, más seductores…
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En cierta ocasión, con el cambio de siglo, me deshice de toda mi biblioteca personal, compuesta por aquel entonces de incontables libros: solo conservé los Evangelios, el Cántico de Jorge Guillén, el Zhuang Zhi y… las Epístolas a Lucilio. Y aunque he vuelto a formar una nueva torre de volúmenes que amenaza con enterrarme vivo, yo sé que en la base de todos ellos siguen estando aquellos cuatro elegidos que, una vez, salvé de la quema. ¡Ojalá todos los lectores puedan recordar, al menos, cuatro obras fundamentales sin las cuales su vida tendría menos sentido! De lo contrario, leer se diferencia poco de no leer en absoluto…
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El materialismo hedonista y enloquecido ha implementado el método perfecto para destruir el espíritu de la cultura impresa sin necesidad de incinerar un solo libro: multiplicando su número hasta el paroxismo. Y en ello estamos: una sociedad funcionalmente analfabeta que, sin embargo, sigue produciendo y consumiendo volúmenes sin interrupción. Pero, a pesar de los pesares… ¡que viva el Libro! Al menos, durante todo el día de hoy,