JOSÉ LUIS MUÑOZ
Quererse mucho puede tener efectos indeseados y eso le ocurre al italiano Paolo Sorrentino que es un confeso discípulo de Federico Fellini. Sus películas son barrocas, oníricas, nostálgicas y decadentes. El director de La gran belleza y de La juventud profesa un indisimulado amor por la belleza femenina, por los cuerpos de mujer en su máxima exaltación sensual y perfección. En La juventud Michael Caine y Harvey Keitel quedaban paralizados en el balneario ante la deslumbrante presencia de la rumana Madalina Diana Ghenea, miss Universo además de modelo. En Parthenope, que se presenta como un homenaje a la ciudad de Nápoles, el director se rinde a la extraordinaria fotogenia de su protagonista femenina, la actriz Celeste Dalla Porta de la que la cámara y el director se enamoran perdidamente. Por un momento uno tiene la sensación de estar viendo 10, la mujer perfecta, con una Bo Dereck mediterránea.
Sorrentino sigue la vida de Parthenope, que toma el nombre de una mitológica sirena que fracasó en su intento de encantar a Ulises y fundadora de Nápoles, desde su nacimiento subacuático en aguas del mar Tirreno, en el año 1950 hasta la edad madura (interpretada por Stefanía Sandrelli) en 2023, de actriz frustrada a alumna aventajada que acabará siendo profesora universitaria, y mientras, objeto de deseo de todo varón que se cruza en su camino y que acabará sola quizá porque es demasiado bella para compartir la vida con alguien.
La fotografía de Daria d’Antonio es bella, luminosa, mediterránea, barrida por un sol perpetuo. Los personajes secundarios grotescos, incluido el superobeso mórbido hijo del profesor Devoto Marotta (Silvio Orlando), nos recuerdan a los monstruos de los castings del director de Ocho y medio. Como su maestro cinematográfico inspirador, Sorrentino parece prescindir del guion y va improvisando secuencias más o menos acertadas —la protagonizada por Greta Cool (Luisa Ranieri) una de ellas, sin duda, como el espectáculo de sexo en directo bendecido por un cura y ante una numerosa audiencia—. Parthenope Di Sangro (la bella y turbadora Celeste Dalla Porta) es instruida, lee al norteamericano John Cheever (Gary Oldman) y lo conoce en persona en una de sus sonadas borracheras en la isla de Capri. La protagonista se acuesta, sin saber muy bien el porqué, con el cardenal Tesorone (Peppe Lanzetta) que quiere obrar el milagro de licuar la sangre de San Genaro.
Hay demasiada falsa solemnidad en el largo film, y digo largo porque se hace eterno tras la primera media hora que no adolece de falta de ritmo. Reina la la vacuidad absoluta en todo ese discurso cinematográfico sobre la belleza física, la juventud y la fuerza del deseo, que está por encima de la consumación sexual, la seducción y la decadencia física, y los actores recitan diálogos inverosímiles pretendidamente trascendentes que resultan impostados. La belleza, como la guerra, abre puertas, le dice John Chever / Gary Oldman a la sirena protagonista de la película que disfruta ociosa del abrazo del mar.
La mirada hipnótica y el cuerpo sinuoso y sensual de Celeste Dalla Porta no son suficientes para levantar una película fallida y engolada.