ENTREVISTA A J. BENITO FERNÁNDEZ
Por Íñigo Linaje
El escritor y periodista J. Benito Fernández (Tomiño, Pontevedra, 1956) es uno de los biógrafos más reputados de la actualidad. De su mano han salido las biografías de, entre otros, Rafael Sánchez Ferlosio y Eduardo Haro Ibars. Su primer libro, El contorno del abismo (1999), reeditado y actualizado por Anagrama en 2023, indagaba en la personalidad torturada de Leopoldo María Panero y, con el tiempo, se convirtió en un texto canónico para entender al maldito por excelencia de nuestras letras. Fernández, que trabajó de guionista en Televisión Española durante más de treinta años, ha colaborado en periódicos y revistas como El País, Quimera y Frontera Digital, y en 2005 fue finalista del Premio Anagrama de Ensayo con su libro Los pasos del caído. Un año después de dar a la imprenta su último trabajo, El plural es una lata, su particular aproximación a la vida de Juan Benet, el gallego acaba de publicar Las claves de lo oscuro (Editorial Olifante), la biografía del poeta Ángel Guinda (Zaragoza,1948-Madrid, 2022).
Rigurosamente documentada, la biografía del aragonés es un paso más en la trayectoria del escritor, un hombre fascinado desde la adolescencia por los personajes raros o asociales («La vida de un señor acomodado no me interesa», dice). Y es que la figura de Guinda no solo posee múltiples atractivos biográficos sino aristas existenciales que hicieron de él un poeta de raza y una persona inolvidable. Fiel a una escritura precisa y notarial, y siempre desde una tercera persona que ni juzga ni interpreta, Fernández narra en Las claves de lo oscuro los episodios de una vida intensa y acelerada, punteada en su inicio y su final por el dolor y la pérdida. Y es precisamente en esas páginas vertiginosas, narradas con el pulso y la precisión del buen periodismo, donde encontramos al hombre de carne y hueso que fue Ángel Guinda: «Una persona comprometida y de una rectitud moral intachable» -escribe Fernández- que prefirió ser un poeta subversivo antes que un divo engreído.
-¿Cómo definiría a Ángel Guinda, el último de sus biografiados?
– Creo que Ángel Guinda fue un gran hedonista, y una persona enormemente generosa.
-Usted conoció personalmente al autor. Dice de él que era un tipo entrañable, un gran poeta romántico. ¿Qué más le sedujo de su personalidad para querer retratarlo?
-Siendo honesto, le diré que el personaje no lo elegí yo, como mis anteriores biografiados. Fue un encargo de Trinidad Ruiz Marcellán para la editorial Olifante. Lo acepté con agrado porque a Ángel, pese a no tener una estrecha amistad, le cogí cariño.
-La muerte de su madre y la desatención que padeció en su infancia determinaron la vida del escritor. ¿Justifica eso cierta tendencia autodestructiva en su juventud y la búsqueda -casi obsesiva- del amor en la madurez?
-Habría que tumbar en el diván a Ángel para averiguar semejantes actitudes. No obstante, él padecía una heterosexualidad tumultuosa, le gustaban mucho las mujeres. Luego, parece cierto, realmente se enamoraba, por eso tuvo cuatro matrimonios. No creo mucho en el psicoanálisis, por lo tanto, no hago la fácil interpretación de que buscaba en las mujeres a la madre que no tuvo.
-Indagar en la vida de una persona puede ser una tarea interminable. ¿En qué momento un biógrafo dice hasta aquí? ¿Cuándo considera que ha recopilado todo el material que precisa para iniciar su trabajo?
-El trabajo de un biógrafo no ha de tener fin. Soy de los que creo que en este oficio hay que meterse hasta la alcoba, pero luego hay unos límites que respetar. Tengo un axioma: «Todo se puede contar, pero no todo se debe contar». Yo digo hasta aquí cuando ya he agotado todas mis fuentes: escritas y orales. Cuando he completado toda la cronología de biografiado -con testimonios, documentos; aunque nunca se completa del todo-, cuando he tapado todos los huecos del puzle, cuando he leído toda su obra -sólo biografío a escritores-, entonces me pongo a escribir.
-En una biografía siempre queda un hilo suelto o, como escribe en el prólogo, el testimonio de quien no ha querido hablar. ¿Existe la biografía perfecta?
-Aunque a veces, comercialmente, se publicita un libro como la biografía definitiva, nunca existirá la biografía perfecta. Por la sencilla razón de que habrá tantas biografías de un personaje como biógrafos haya. Cada autor tiene una mirada propia y cada uno expresa de modo distinto la realidad. Ya sucede con los interlocutores. Cada uno cuenta el mismo lance de modo completamente diferente, porque la memoria es muy caprichosa y selectiva.
-¿Cómo fue el proceso de documentación de Las claves de lo oscuro? Se intuye un enorme trabajo en sus páginas: entrevistas a infinidad de personas, investigación en prensa y bibliotecas, acceso a los archivos personales del poeta…
-Siempre empleo la misma metodología. Es un método innato, me salió con la primera biografía que escribí –El contorno del abismo– y lo repito porque me funciona y me resulta cómodo. No sé si al lector le será tan útil como a mí. He de decir que recibí una generosa colaboración del entorno del poeta: familiares, esposas -no todas- amigos, admiradores, colegas… Eso facilita mucho las cosas, sobre todo ahora que la famosa ley de Protección de Datos nos ha perjudicado tantísimo a quienes nos dedicamos a la investigación.
-¿Cuántas vidas se va a encontrar el lector en estas páginas? Hay muchas variantes de un mismo personaje: el poeta libertario y comprometido, el bebedor insaciable, el mujeriego irredento, la persona disciplinada y generosísima…
-Cierto. La vida de Ángel, pese a su muerte a los 73 años, dio mucho de sí. Tan sólo con el apartado femenino daría para un libro con mucha envergadura. Fue un hombre poliédrico.
-El título del libro está sacado de un poema del autor que da cuenta -según sus palabras- de la perdición y de lo oscuro. Sin embargo, Guinda era una persona enormemente vitalista. ¿De dónde nacía su alegría de vivir, esa luz arrolladora que transmitía su presencia?
-Ángel no era un hombre apesadumbrado, tenía un gran sentido del humor. Le preocupaba la existencia, sí, pero no le angustiaba; se divertía, se reía de la muerte, hacía bromas con su enfermedad. Hasta contaba que, en los últimos tiempos, usaba pañales. Creo que es sumamente importante para alargar la vida creer en ella, seguir pensando y proyectando, aunque en determinadas circunstancias es costoso. No digo que Ángel no sufriera altibajos, pero si te deprimes, te hundes y te vas por el sumidero.
-¿Aspira contribuir esta biografía al conocimiento (y reconocimiento) de un autor periférico que abominó siempre de lo institucional y lo académico?
-Con esta biografía, como con todas las que llevo escritas, pretendo lo mismo. Que sean útiles para conocer al personaje que admiro, para quererlo más, para descifrar algunas claves de su obra, para establecer cierta complicidad con él; para ligar nuestra intimidad a la del escritor. Por ejemplo, para saber qué hay detrás de un simple retrato de solapa. Las biografías sirven para explicarnos al autor y su obra. Aspiro a que en un futuro no muy lejano sean de utilidad para los estudiosos de su obra. Con eso me conformo.
-Ha escrito la vida de tres de los poetas malditos más importantes del último medio siglo, nacidos -casualmente- en 1948. Hay nombres menos conocidos, algunos olvidados: Javier Egea, Fernando Merlo, Mariano Íñigo, Lois Pereiro… ¿Le tienta alguno de ellos?
-Como tengo aborrecido el término maldito, prefiero llamarles raros. En efecto, he escrito las vidas de tres poetas periféricos (Leopoldo María Panero, Eduardo Haro Ibars y Ángel Guinda) y la de dos escritores clásicos (Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Benet). Ahora trabajo en otro personaje que siempre me tentó, Gonzalo Torrente Malvido, escritor e hijo de Torrente Ballester. Era un tipo muy difícil, porque mentía mucho y la mentira es el mayor enemigo de la biografía. Mis amigos escritores siempre me hacen listados de autores para biografiar: Agustín García Calvo, Aníbal Núñez… Prefiero elegirlos yo, sinceramente.
-¿De dónde le viene esa querencia por los creadores raros o marginales?
-Desde mi adolescencia siempre me atrajeron los personajes del barro, los raros, los que desprecia la sociedad o los que son asociales. La vida de un señor acomodado no me interesa. Quizá deba ir al psicoanalista, pero claro, si es un lacaniano, poco me va a ayudar.
-Algún crítico le ha reprochado la profusión de datos que hay en sus libros. Usted expone sus pesquisas y queda al margen del relato. Si tenemos en cuenta que un trabajo de este tipo es, en realidad, una investigación periodística cuyo fin es escribir un perfil de largo aliento, tenemos que concluir que su labor es intachable.
-Creo que mis biografías son difíciles de colocar por la minuciosidad y por la profusión de datos. Pero es que la precisión es lo que me hace disfrutar. Sé que la lectura de mis libros puede resultar fatigosa. Pero tanto detalle perfila al biografiado. Si repito que Juan Benet sale a cenar cada noche con las mismas personas, escucha cada día a Schumann y lo cuento, es porque me dice que el personaje es obsesivo y detallista. ¿Por qué molesta tanto? Pues me lo han reprochado. «¿Es que hace falta decir que escuchaba tantas veces el disco?» Para mí, sí.
Tengo por norma escribir en primera persona la introducción, donde explico los pormenores del trabajo, luego abandono mi ego y me convierto en un narrador que cuenta la vida del personaje en tercera persona. Ni un desliz para opinar ni para interpretar. Que el lector se forme una idea del biografiado con los datos que le ofrezco. Tengo un gran respeto por el rigor. Es mi manera de trabajar.
-Ese método de trabajo, que puede resultar a veces desapasionado y aséptico, tiene un contrapunto: evitar la morbosidad propia del género. ¿Somos los lectores demasiado sensacionalistas? ¿Qué busca usted en una biografía?
-Que me interese el personaje, que esté bien escrita y documentada y que me entretenga.
-¿Siendo un apasionado de las literaturas del yo, nunca se ha planteado autorretratarse?
-Creo que mis libros son un fiel reflejo de mi personalidad. Tengo una vida muy poco atractiva.
Una estupenda entrevista, Íñigo, para unas cabales respuestas. Hay que felicitar a ambos.
Ángel, además, necesitaba este puntualísimo perfil.