Horacio Otheguy Riveira.
La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa, fue un estreno mundial español de septiembre 2020, antes que el Covid barriera con tantos aplausos, ilusiones y seres humanos.
Fue un Vargas sin Vargas, a pesar del empeño del gran novelista y polémico activista político, ilusionado con formar parte del mundo teatral como dramaturgo, e incluso como actor, lo que sí consiguió en Los cuentos de la peste en 2015 en El Español.
Sin embargo, como autor no obtuvo lo esperado. Sus obras no consolidan un lenguaje escénico, son muy pobres o muy forzadas, excepto en lo mejor: La Chunga, estrenada dos veces en Madrid: en los 80 por Nati Mistral-Emma Suárez-Pepe Sancho, y en 2013 en El Español con Aitana Sánchez Gijón-Irene Escolar-Asier Etxeandia.
También Kathy y el Hipopótamo, temporadas 2013-2015, Ana Belén en versión de Magüi Mira. Lo demás fue polvo de estrellas con obras sin relevancia.
La fiesta del Chivo: potencial sexual de un dictador
La gran novela de 1993 llega al teatro en adaptación de Natalio Grueso: un trabajo modélico de síntesis literaria y teatral con dirección de Carlos Saura.
Como en otras obras de Vargas, su trabajo novelístico fue el resultado de una minuciosa investigación histórica y periodística en torno al dictador dominicano Leónidas Trujillo, así como también de quienes se organizaron para llevar a cabo el atentado que acabaría con su vida: tirano ultra-protegido nacional e internacionalmente, como si fuera el dios que aseguraba ser: «Dios en el cielo y Trujillo en la tierra».
A continuación, trascripción de la crítica del montaje publicada en CULTURAMAS en tiempo real de su estreno en el Infanta Isabel.